Mis Historias UrbanasPor Blanca Moncada

Mis Historias Urbanas: era niño, lo sé

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Nunca creí que abortaría a mi primer hijo. De hecho, nunca pensé que podía quedar embarazada algún día.

Debo reconocer que dentro de mí guardaba, al fondo, escondida y nerviosa, la esperanza de que ocurriera.
A los 21, cuando estaba muy enamorada de mi primer amor, llorábamos juntos por no poder convertirnos en padres.
A los 25, cuando había asentado cabeza con el hombre con el que creí que iba a casarme, me puse la meta de darle un hijo, pero mi útero no quiso.
Alrededor sonaban voces, risas y lamentos. Nadie llega a comprender que la infertilidad es y debe ser algo tan sagrado e íntimo que ninguna mujer necesita que le pregunten por qué no concibe aún.
Conozco aquella corriente que apuesta por no repoblar el planeta. Decidí un día, cansada, tomar la bandera del “porque no me da la gana”, para que el mundo deje de joder. Y así me mantuve hasta ayer, cuando, sentada frente a la oficina fría de mi ginecóloga, escuché esa oración macabra: Has tenido un aborto.
Empezó a dar una explicación algo compleja que escuchaba de lejos, como las canciones de las películas de terror que suenan al fondo mientras los personajes luchan contra sus miedos.
Y mientras ella hablaba yo recordaba todos los intentos que hice para ser madre en años anteriores. No podía creer que haya sido posible, que en el momento en que empiezo a soñar otra vez en amor, verdad y sentimiento, mi útero haya vacilado con la idea, pero se haya arrepentido al final, cobarde.
Me trajo a esta oficina un dolor de vientre fuerte que acompañó mi último periodo menstrual, un periodo extraño, un periodo de la vida y la muerte batallando en mi útero. Ganó la muerte.
Algo dentro de mí, quizás la voz del brujo que me habló de mi fertilidad un día, me dice que iba a ser niño. No alcanzó a formarse.
Doctora, me duele el alma. ¿Eso cómo se cura?