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Mis Historias Urbanas: El monstruo

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La primera señal fue el secreteo de los cuidadores. Con radio en mano comentaban alguna novedad inesperada. La clínica le resultaba cómoda esos días. Hasta las llaves le dieron en señal de confianza, y ya no pensaba con desesperación en la vida real, aquella de la que se exilió por su bien, hace casi ocho meses.

"Será cuando tenga que ser", se repetía siempre. No le fue mal. En comparación con otros rebeldes, a él jamás lo tocaron. Hace rato que las noches en que, lleno de angustia por la abstinencia, mordía sus brazos hasta hacerlos sangrar eran un recuerdo tan nefasto como las ocasiones en que no pudo controlar, ni siquiera, sus ganas de defecar, debido al intenso dolor de huesos. 

Gritaron su apellido desde planta baja y volvió en sí. Vio a su madre con una maleta en la entrada. "Te vas", le dijo alguien. Adentro algunos lloraron. "Te vas, loco. Mi brother". Un coro de lamentos le hizo protocolo. Los lazos que unen a los N.A. suelen ser eternos. 

Salió de allí como en un sueño. Recordó el antes. Se vio en las veredas con la palma de la mano extendida, robándole a su familia, mintiéndole a extraños sobre sus parientes… El mundo sabe de otro color cuando estás limpio. El aire es más fresco, las metas más claras. Ha vuelto a nacer. Su deber ahora es mantener dormido al monstruo o matarlo de una vez.