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Mis Historias Urbanas
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Mis Historias Urbanas: En la metrovía
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23 de julio, 2017
Le sentí el bulto justo cuando un olor a axila se concentró en el aire caliente. Mediodía. Treinta centavos por un viaje por todo Guayaquil, prometen, pero no te dan el contexto de ese traslado. Calor, sudor, olores y cuerpos. Muchos cuerpos. El sol macabro de Guayaquil no ayuda jamás a contrarrestar el mal momento.
Ese día tampoco tuve a favor la aglomeración concentrada en mi lado del articulado. El escenario era agobiante. Me rodeaban un estudiante con reguetón a todo volumen desde su móvil, un hombre con carga marisquera en un balde, una mujer que arrastraba a cuatro niños en cola, como una pata recién parida y él, que entre giro y giro me lo puso. Descarado. Sin una pizca de pudor.
Así pasé los siguientes 15 minutos. Sin poder moverme a ningún lado, sin siquiera poder darle un codazo. El infeliz aprovechó todos los semáforos y los seguidos frenazos para... hacer presión. Cuando al fin llegué, una sensación de impotencia y me invadió la ira. No tuve el valor de voltearme a verlo.
La puerta estaba frente a mí. Caminé tres pasos entre cuerpos sin nombre y me largué de allí con una pregunta desgarrándome el alma: ¿Por qué no existe pena de muerte para el punteo en la metrovía?
Así pasé los siguientes 15 minutos. Sin poder moverme a ningún lado, sin siquiera poder darle un codazo. El infeliz aprovechó todos los semáforos y los seguidos frenazos para... hacer presión. Cuando al fin llegué, una sensación de impotencia y me invadió la ira. No tuve el valor de voltearme a verlo.
La puerta estaba frente a mí. Caminé tres pasos entre cuerpos sin nombre y me largué de allí con una pregunta desgarrándome el alma: ¿Por qué no existe pena de muerte para el punteo en la metrovía?