La pena que la embarga se llama traición. ¿Por qué a ella? Ha sido esposa abnegada largo tiempo. No es justo. Le tiemblan las manos. Un paño húmedo sobre el rostro la ayuda a disimular antes de que la abuelita llegue al carro y lo note. Alista, casi mecánicamente, la moneda que siempre le regala. Intenta sonreír. Un paso. Dos. 

La anciana se horroriza, como una madre desesperada. "Has llorado, mijita. ¿Qué te han hecho?", escudriña angustiada, con medio cuerpo dentro del carro. Trata de tranquilizarla. Le pide no preocuparse, le asegura que son problemas con solución, que pronto va a pasar. 

"Claro que pasará, pondré una velita por ti esta noche", ofrece. "Tenga, para que la pueda comprar". Estira la ya rutinaria monedita, que no fue recibida "No, mijita, esa velita la pago yo". El verde la obliga a arrancar. El llanto se ha ido por hoy. Descubrió que hay madres en los semáforos.