Saludó cordialmente a los invitados. A veces con un apretón de manos, otras solo con un arqueo de cejas, a la distancia. Sintió miradas. Era obvio. Sabían, por su aislada ubicación, que no había personas a las que ella conozca allí.

Cuando la pareja arribó a la recepción, entre aplausos y risas, un curioso se le acercó. -¿Amiga de la novia? -No, contestó -con la misma pasividad que mostró todo el rato, y alzó la voz: -Soy la esposa del novio. Silencio en la sala. Luego, murmullos. Era como si el mensaje se replicara de mesa en mesa. Todo en microsegundos. 

Esperó su mirada. -¿Te quedas?, le increpó al marido, que a estas alturas se había orinado encima. Bajó hecha una bala. Él la siguió sin mirar atrás. Llevan más de dos décadas casados. Cada vez que pasan por el local donde fue el compromiso ella bromea: Hubiera dejado que te cases con la otra, ¡perro!