Era la segunda vez que lo veía en la vida. No existe el amor a primera vista, se reprocha a solas, como queriendo zafarse de estas cadenas de azúcar que la atraparon sin que ella pueda hacer nada. O que, más bien, la liberaron de lo que creía que era el amor real. 

Está con alguien, se increpa él, como recordándole a la conciencia las clases de ética que recibió en la secundaria. Y luego nada. Siguen, enviciados, como ciegos, como que no hay mañana. No es momentáneo, juran, se sienten eternos, con pendientes, pero eternos. 

Lo vio de nuevo. Lo besó, una, dos, cien veces. Dejó que él también la bese... después hablaron de la vida, de la vida de los dos como una sola, asimilando que el destino los unió para no separarlos. 

No existe el amor a primera vista, se reprocha todavía ella; pero quizás hay historias previamente escritas que deben enlazarse para llegar a un final feliz, quizás solo se esperaban. 

Ellos saben que la corriente del río que escribe su historia se apresura a una cascada y podría matarlos en el camino. Saben que hay un mundo que ver alrededor, capítulos por cerrar... Pero ya su historia arrancó.