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Mis Historias Urbanas: Un golazo con golpiza
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31 de julio, 2016
Minuto 89. El marcador está en cero. Ve el balón llegar a sus pies y nota que el arquero está descolocado. Dispara con toda la fuerza posible. Lo hace con los ojos cerrados. Escucha sus latidos mientras el balón arriba al arco. Hay silencio por unos segundos eternos. Anota.
El balón es un tacho relleno de papeles, pero eso no tiene importancia. Es el momento más trascendental de su vida. Marco Larrea solo tiene 9 años. La alegría lo congela. Oye a lo lejos los gritos de todos, de los contrarios y de los suyos. Se siente Bebeto en Estados Unidos en 1994. El campo de juego, el patio de su escuela en La Chala, parece el Rose Bowl de Los Ángeles después de su jugada.
Ve a sus compañeros como Branco, Romario y Taffarel; y a sus rivales como Roberto Baggio, Paolo Maldini, Costacurta. Justo después de abrirse la camisa blanca con una escarapela gastada y tirarse al piso polvoso, en lo que constituye un baño de autoestima, sus compañeros se acercan con tutes y patadas... Sí, con golpes.
El arco rival está al otro extremo. El primer gol de su vida, un golazo esquinado al ángulo superior derecho, era un autogol. El siguiente en recibir su parte fue el arquero. Y después de los golpes, carcajadas. "Cuando uno es niño, los errores se arreglan con risas. Lo demás no importa", escribe años después.
Ve a sus compañeros como Branco, Romario y Taffarel; y a sus rivales como Roberto Baggio, Paolo Maldini, Costacurta. Justo después de abrirse la camisa blanca con una escarapela gastada y tirarse al piso polvoso, en lo que constituye un baño de autoestima, sus compañeros se acercan con tutes y patadas... Sí, con golpes.
El arco rival está al otro extremo. El primer gol de su vida, un golazo esquinado al ángulo superior derecho, era un autogol. El siguiente en recibir su parte fue el arquero. Y después de los golpes, carcajadas. "Cuando uno es niño, los errores se arreglan con risas. Lo demás no importa", escribe años después.