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Mis Historias Urbanas: Gato encerrado

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Detectó heces de gato secas al entrar. Primera señal negativa. Dio un par de pasos, escaneó el lugar con la mirada e inclinó la cabeza para agudizar el oído. Nada. No había maullido. Sin la señal de un gato vivo, no tenía nada que hacer allí.

Volvió a la ventana por la que acababa de entrar y echó un vistazo al cuarto piso. El descenso no fue complicado, pero volver allí de esa forma era más que peligroso e inseguro. Estúpido. Se volteó hacia el departamento otra vez y caminó hasta la puerta. La abrió sin mayor esfuerzo. 

Ahí estaba ella, en el pasillo. -¿Qué hace usted allí? -Vine a rescatar un gato. Explosión. Histeria. Alaridos. La señora se volvió loca. ¿Cómo le explicas a una adulta mayor que irrumpiste en el departamento de su hija, a quien no conoces, solo porque los vecinos te dijeron que un gato moría de hambre en aquella guarida semiabandonada en los bloques de Sauces 9?

Llevaba un overol de rescate, que la policía revisó asiduamente antes de detenerlo. No le encontraron nada. Ni sus 20 años ni su cara de ángel fueron suficientes para impedir que se levante la denuncia por ingreso a propiedad privada. El encierro de un día le dejó una lección para toda la vida.