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Mis Historias Urbanas
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Mis historias urbanas: Un fantasma
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25 de octubre, 2020
Fue en el 2004, en la época en que no me importaba nada, solo pasar el tiempo entre risas y conversaciones interesantes.
Visitaba siempre, e incluso dormía allí, la casa de una amiga que había hecho desde el 2002. Era un hogar en donde además de su familia habitaba un fantasma. Así lo aseguraba ella para justificar las cosas extrañas que ocurrían y de las que fuimos testigos por mucho tiempo, hasta esa tarde en que casi muero.
Era normal llegar allí y escuchar ruidos de todo tipo. Pasos, fundas arrastrándose, cuadros de la pared que caían al piso. Realmente era molesto.
En el fondo pensaba que se trataba de malas bromas de la familia de mi amiga, porque en verdad no creía que pudieran existir seres de otro plano espiritual. De haberlos, pensaba yo, haría cosas mucho más interesantes que asustar a los vivos.
Una tarde, como a las cuatro, estábamos en la casa y el festival del fantasma empezó. Me habían dicho en algún lado que si les hablas se van. Así que empecé a gritar. “¡Lárgate de aquí!”.
El ambiente empezó a sentirse como ‘habitado’, como si muchas almas nos miraban molestas. “¡Lárgate de aquí!” , volví a gritar. Me escuchó.
Las puertas de la casa se cerraron todas a la vez. Allí estaba. Era cierto. Los fantasmas existen y me estaban hablando.
Mi corazón se paró, mis pulmones no recibían oxígeno. Mi presión al suelo, como mi sangre. Si el miedo hubiera tenido un nombre ese día, sería el mío.
Se me doblaron las rodillas y caí, desmayada. Pasaron cuatro horas hasta que desperté en la cama de mi amiga, quien me dijo que si no despertaba iban a llamar a mis padres. Pedimos un taxi.
Cuando intenté sentarme, me vi de nuevo en el lugar en donde las puertas se cerraron. Mi amiga estaba allí, intentando reanimarme. Nadie pudo explicar qué había ocurrido. Ese día dejamos de hablarnos, para siempre.
Gracias, Sheig, por compartir tu historia.
Era normal llegar allí y escuchar ruidos de todo tipo. Pasos, fundas arrastrándose, cuadros de la pared que caían al piso. Realmente era molesto.
En el fondo pensaba que se trataba de malas bromas de la familia de mi amiga, porque en verdad no creía que pudieran existir seres de otro plano espiritual. De haberlos, pensaba yo, haría cosas mucho más interesantes que asustar a los vivos.
Una tarde, como a las cuatro, estábamos en la casa y el festival del fantasma empezó. Me habían dicho en algún lado que si les hablas se van. Así que empecé a gritar. “¡Lárgate de aquí!”.
El ambiente empezó a sentirse como ‘habitado’, como si muchas almas nos miraban molestas. “¡Lárgate de aquí!” , volví a gritar. Me escuchó.
Las puertas de la casa se cerraron todas a la vez. Allí estaba. Era cierto. Los fantasmas existen y me estaban hablando.
Mi corazón se paró, mis pulmones no recibían oxígeno. Mi presión al suelo, como mi sangre. Si el miedo hubiera tenido un nombre ese día, sería el mío.
Se me doblaron las rodillas y caí, desmayada. Pasaron cuatro horas hasta que desperté en la cama de mi amiga, quien me dijo que si no despertaba iban a llamar a mis padres. Pedimos un taxi.
Cuando intenté sentarme, me vi de nuevo en el lugar en donde las puertas se cerraron. Mi amiga estaba allí, intentando reanimarme. Nadie pudo explicar qué había ocurrido. Ese día dejamos de hablarnos, para siempre.
Gracias, Sheig, por compartir tu historia.