Mis Historias Urbanasblanca moncada

Mis Historias Urbanas: Los exámenes

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Cinco de la mañana del 2010. Demian se levanta y toma las muestras. La carpeta con los documentos de ingreso a la universidad está sobre la mesa, la agarra al paso y sale. Orina y heces en una funda. Llega. Aún está oscuro. Dos horas después, la fila está más larga que un lunes. En principio es todo muy incómodo. Él, como todos, está sin desayunar.

Mira al asfalto para quemar tiempo. A esa hora, el hielo de las esperas se disipa con pequeñas conversaciones recién nacidas y poco profundas. Ya saben: qué vas a estudiar, cuántos años tienes, dónde vives... Esas vainas banales que ahora se preguntan por Facebook. 

Una, dos horas más. Las relaciones se hacen fuertes a medida de que avanza la espera. Algunos cuadran el vacile, sin paro, Demian los ve, inquieto. Ellas sonríen y se arreglan el cabello. Ellos se esfuerzan por mantener el hilo de la charla, coquetos. Hay grupos formados minutos después. Y pensar que nadie se conocía hasta hace poco, piensa. 

Una enfermera de esas de terror, a las que les cuesta sonreír y parecen hartas de la vida, aparece a quebrar lo avanzado. "¡Saquen sus muestras!", ordena, histérica, como quien no ha hecho el amor en un año. Uno a uno inspecciona los tarritos de orina, los levantaba en el aire y aprueba o desaprueba la cantidad. Todos, después, olvidan las andanzas.