Se suponía que no debía pasar, que en lugar de la tierra, eran ellos los que temblarían entre las sábanas. La miró angustiada. La veía llorar. Notaba cómo sostenía su mano fuerte, con los ojos cerrados. El chofer rezaba. Habían llegado ya al motel cuando empezó todo. Estaban estacionados justo en frente. No era oportuno concretar la visita. Aunque dudó al principio, lo ratificó cuando vio salir a parejas despavoridas, llenas de miedo. 

Miedo a la muerte, a la naturaleza y, por qué no, a la justicia divina. Salían con la ropa al revés o a medio vestir en el mejor de los casos y semidesnudos en el peor. Era un cuadro particular. El terremoto movió sus más angustiosos temores. Habrá réplica, se dijo. Se guardó el hambre de carne. Se bajó del taxi con la novia y regresaron cada cual a su casa. Sin probarse; pero con la certeza de que hacían lo correcto.