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Mis Historias Urbanas
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Mis Historias Urbanas: Desplante
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1 de noviembre, 2020
Un nuevo mensaje ha llegado al celular. Es ella. Él sonríe, enamorado de la chica de la foto a quien no conoce en persona.
Conversan desde hace quince días. Hicieron ‘match’ en una red para conocer parejas. Él acaba de terminar una relación larga, ella dice que hace mucho no tiene a nadie. Él le cree.
Todos los días, como a las siete, empiezan a conversar vía mensajes de texto. Hablan de la vida, de cómo fue el día, de las cosas que harán este fin de semana, cuando por fin se tengan cerca.
“Te besaré”, dice el mensaje. “Yo también”, responde él. “No puedo esperar a mañana” y otros mensajes ridículos se intercambian ese jueves.
Cae la tarde del viernes y ella escribe, otra vez. Llego en cinco. Él ya está en el punto, un restaurante del norte al que iba frecuentemente con sus amigos.
Pasó los siguientes minutos revisando las fotos de la chica, aquella que le robó la ilusión desde el primer día que la leyó en aquella red social para parejas.
Admiraba su inteligencia, su carisma. Admiraba su sonrisa, esos bonitos ojos. Ya saben ustedes, todo es tan perfecto cuando recién empieza el romance...
“Toc toc”, dice ella, que ha llegado a la mesa donde le dijo que estaría. El corazón late fuerte antes de verla y se paraliza cuando al fin levanta la mirada. Se desinfla la risa, se brota una vena de la frente, se ha ido el brillo de los ojos, se desfigura el encanto.
“Era la mujer más fea que vi jamás”, contó días después a algunos amigos que luego hicieron llegar la historia a esta columna, con la promesa de mantener el anonimato.
Se inventó una historia de urgencia, se subió al carro y cuando iba a arrancar, ella le grita. “Espera, al menos déjame en casa, por favor”. Abrió la puerta y se sentó.
“Ok, pero por favor, bota esto en el tacho que está ahí afuera”. Apenas se bajó del carro, arrancó, dejando a la fea tirada, como a Betty, pero sin final feliz.
Todos los días, como a las siete, empiezan a conversar vía mensajes de texto. Hablan de la vida, de cómo fue el día, de las cosas que harán este fin de semana, cuando por fin se tengan cerca.
“Te besaré”, dice el mensaje. “Yo también”, responde él. “No puedo esperar a mañana” y otros mensajes ridículos se intercambian ese jueves.
Cae la tarde del viernes y ella escribe, otra vez. Llego en cinco. Él ya está en el punto, un restaurante del norte al que iba frecuentemente con sus amigos.
Pasó los siguientes minutos revisando las fotos de la chica, aquella que le robó la ilusión desde el primer día que la leyó en aquella red social para parejas.
Admiraba su inteligencia, su carisma. Admiraba su sonrisa, esos bonitos ojos. Ya saben ustedes, todo es tan perfecto cuando recién empieza el romance...
“Toc toc”, dice ella, que ha llegado a la mesa donde le dijo que estaría. El corazón late fuerte antes de verla y se paraliza cuando al fin levanta la mirada. Se desinfla la risa, se brota una vena de la frente, se ha ido el brillo de los ojos, se desfigura el encanto.
“Era la mujer más fea que vi jamás”, contó días después a algunos amigos que luego hicieron llegar la historia a esta columna, con la promesa de mantener el anonimato.
Se inventó una historia de urgencia, se subió al carro y cuando iba a arrancar, ella le grita. “Espera, al menos déjame en casa, por favor”. Abrió la puerta y se sentó.
“Ok, pero por favor, bota esto en el tacho que está ahí afuera”. Apenas se bajó del carro, arrancó, dejando a la fea tirada, como a Betty, pero sin final feliz.