Jorge empezó meticulosamente a detallar la desgracia que había significado para la parroquia tener a uno de los alcaldes. Lo acusó de corrupto, de haberse enriquecido con la plata del pueblo y de haberse construido una mansión. Su interlocutor, en una postura un poco más conciliadora, le sugirió que quizás la gente exageraba, pues suele prestar oídos a cualquier habladuría de periodistas muertos de hambre. 

Jorge, que no había comentado a qué se dedicaba, recordó que publicó dos o tres artículos con firma y todo en los que ponía en duda la honestidad y hombría de bien del burgomaestre, pero prefirió no defenderse. Cuando empezó la reunión con el Prefecto, los protagonistas de esta historia fueron presentados con nombre y apellido. Allí supieron que el interlocutor era el "alcalde ladrón" y que Jorge era el "periodista muerto de hambre".