Mis Historias UrbanasPor Blanca Moncada

Mis Historias Urbanas: El compadre

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Aún recuerdo, cuando niño, cómo papá amaba a mamá de una manera loca y desatada. Respiraba para ella, trabajaba para hacerla feliz, la trataba como una rosa recién brotada del jardín de la casa de campo donde crecí. Y ella lo amaba también, hasta que llegó el compadre.

Era amigo de mi papá. De esos panas que uno quiere como hermano y que, por supuesto, convierte en padrino de los hijos por convicción de lealtad. Personalmente jamás me cayó bien. Era de los tipos que nunca decía ‘por favor’. Rudo, grosero y quemeimportista. Sucio.

Cuando papá no estaba, llegaba a casa a pedir café. Luego se llevaba a mamá al dormitorio y yo escuchaba ruidos, como si saltaran en la cama. Yo pensaba en ese tiempo que por la confianza que se tenían se ponían a jugar entre los dos.

Un día, el compadre, mi mamá y mi papá estaban en la sala y me mandaron a ordeñar una vaca. Al rato, cuando volví con mi cosecha lactosa, vi a mi padre tumbado en el piso, de rodillas ante mi madre. Luego lo vi hacer maletas y lo último que recuerdo de ese dia fue ese beso en la frente del que jamás me olvidaré.

Fue todo. El compadre pasó a ocupar el espacio de papá en casa ese día, pero a diferencia de él, no amaba de manera loca y desatada a mamá. Y a diferencia de él, respiraba para el trago y trabajaba para el trago, y, el resto del tiempo, en lugar de cuidar a mi mamá como a una rosa, la maltrataba como a un burro de carga.

A veces, cuando él no estaba, escuchaba cómo mamá lloraba sola en su habitación. Y cuando fui un hombre grande, bravo, le dije que no podía seguir llorando. Y ella me dio la razón. Lo mandó volando al día siguiente.

Aún recuerdo, cuando adulto, cómo papá amaba a mamá. La amaba tanto que olvidó lo del compadre a la semana. La amaba tanto que siempre la esperó, que la aceptó con dos hijos y nunca rehizo su vida. La amaba tanto que pidió que lo entierren junto a ella. Eso sí fue amor eterno.