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Mis Historias Urbanas: Auxilio

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Las manos cerraban el cilíndrico timón de metal, entusiastas. La bicicleta tenía apenas un par de semanas en su poder y era un sueño alcanzado.

Al fin podía ir de su casa a la de su abuela en el nuevo regalo y, los fines de semana, cuando todo se tornaba aburrido, su gran compañera la esperaba para dar la vuelta a la ciudadela. 

Ese día, justo en la puerta de la villa que alquilaban, su madre notó que las llaves habían quedado en "la otra casa", como le decía al hogar de los abuelos. No esperó el mandato. Dio vuelta a la bici y salió volando. 

Se conocía tanto el camino que tenía la impresión de poder llegar con ojos cerrados. Eran solo cinco cuadras. En algunos tramos jugaba a soltar el timón para probarse su destreza. Reía. 

Entrando a la manzana de sus abuelos sintió que alguien le tocó el hombro. Pensó en un vecino bromista y sonrió de nuevo. Sonrió hasta que escuchó el "suelta". Y para ese entonces ya estaba en el piso. "Suelta", repitieron. Eran dos. 

Ella estaba ya en el piso y a simple vista parecía haber quedado atrapada bajo la bicicleta, hasta que uno miraba bien y notaba que, en realidad, era la bicicleta la atrapada en sus brazos y piernas. Parecía una araña protegiendo su huevo, una ardilla resguardando su nuez. 

Llamó a todos los vecinos por su nombre. Estaba en su barrio, no podían fallarle. No lo hicieron. Empezaron a salir por puertas y ventanas, con los perros. Ahuyentaron a los ladrones. Ella salvó su bici.