No podía creer la rapidez y la efectividad del sicario. "¿Cómo hacemos? ¿Te pago en efectivo o te deposito?", preguntó al fin. Era un negocio redondo. Lo que recibiría como viuda cubriría el pago de un pestañeo. 

El guion estaba armado con un mes de anticipación. Incluso había ensayado el llanto. A la mañana siguiente llegó al gabinete donde trabajaba como estilista a esperar la mala noticia. 

El hombre de la policía tocó la puerta como a las diez. -Buenos días..., saludó ella, con una sonrisa parecida a la que inmortalizó al ver las fotos de su marido muerto. -Está detenida, respondió el agente. 

Recapitular el plan era tarde a estas alturas. No podía ser. Trabajó con tanto esmero para planear este crimen que un error era, hasta ese momento, simplemente inconcebible. Pero falló. 

Cuando el sicario vio la foto lo recordó inmediatamente. Era el hombre que años atrás lo recogió de la calle y lo llevó a vestir, el hombre por el que había abandonado la mendicidad, el hombre que lo salvó de una de sus tantas muertes. 

Lo buscó. "Te quieren matar". Siguieron el proceso hasta la simulación de la muerte para poder grabar la sonrisa maquiavélica de la asesina al ver las fotos. Ella hoy está en la cárcel.