Mis Historias Urbanasblanca moncada

Mis Historias Urbanas: Acomedida

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Despegados los párpados, lo primero que vio fue el ventilador empotrado en el tumbado. Las hélices daban vueltas con el tedio de un domingo. Mediodía. Lo supo por el calor y la intensidad con la que el sol entraba por la pequeña ventana. Lo último que recordaba de la noche era a la madre de su novia ebria en el sofá.

 Vio alrededor. Traía puesto solo los calzoncillos. Su ropa no estaba allí. La puerta chilló. Alguien la abrió con cuidado. Era ella, la señora de la casa, su suegra. -Te preparé almuerzo, ofreció coqueta la cuarentona. -¿Dónde está mi ropa?, atinó, tapándose las miserias con una sábana. -Aquí la traje.
Ayer tuve que desvestirte para que duermas cómodo. Sí que tomaste... -Gracias... 

Vio el bulto sobre la cómoda, doblado. Era la primera vez que visitaba a la madre de su novia. Fue a buscar a su chica. La zozobra de saberse pecador se apoderó de él y lo envolvía en una sombra. No recordaba nada del día anterior. -Tenemos que hablar, le dijo al fin, al encontrarla en el pasillo. 

Ella, que se había ido a dormir temprano, lo escuchó inexpresiva, como si no le sorprendiera. -¿Te acostaste con ella?, le preguntó. -No lo sé, no tengo idea. Solo amanecí en calzoncillos. Silencio. Nada fue normal esa mañana. Salió de allí sin comer, sin despedirse. Sabía que algo oscuro había pasado esa noche. No quiso averiguarlo. Prefirió no volverlas a ver.