Uno, dos pasos. Carga un bolso en el brazo y una cadena de imperdibles de una de las orejas. Ya se va. En Guayaquil no pasa nada, se frustra. Pero regresa. Recuerda que él puede hacer que ‘algo’ pase. Va directo a la tarima. Sigue su impulso. El alma punkera le gana la batalla una vez más. 

Analiza el entorno. Da vueltas y piensa. La ve al fin, la trepa. La reja no está alta. Giovanni quiere el micrófono. La tercera canción termina. El vocalista lo ve entrar. No hace nada. Desde la consola, alguien que adivina a qué va, sube el volumen. Burneo lo hace otra vez. "El alcalde de la ciudad no es el dueño de la ciudad", aclara. La batería suena. Algunos lo aplauden, otros lo abuchean. Los más pasivos se quedan callados. 

Unos cuantos dicen que no era el momento. A esos, Giovanni los respeta, pero los aborrece. La gente tibia le da arcadas. No te hacen un favor con ponerte una tarimita, defiende. Tus impuestos, Guayaquil, pagaron este concierto. No la autoridad. La seguridad del show hace lo suyo. El alcalde de la ciudad, no es el dueño de la ciudad, grita otra vez. Se va. Lo sacan.