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¡El virus deambula junto a ellos!
Según el MIES, el 60% de las persona en condición de calle que fueron albergadas dieron positivo para COVID-19. No hay registro de cuántas fallecieron
Tres granos de arroz embadurnados de achiote se pegan en la mascarilla de José Pincay. Era azul, pero la mugre la ha ennegrecido. La baja hasta el cuello para devorar un plato de arroz con pollo que Michael León le acaba de regalar.
José tiene 50 años, de los cuales 18 lleva a la intemperie. Tan sucia como su mascarilla está su ropa. Ahí, en ese mismo lugar ha dormido siempre, incluso durante los días pico de la pandemia. Al menos, lamenta, hasta ese metro cuadrado de portal frente a la iglesia, no ha llegado más ayuda que la del muchacho que llega a calmar su hambre cada semana.
Sandra Serrano, mamá de Michael, aclara que no son de ninguna fundación o institución del Estado, pero desde hace dos años alimentan a los vagabundos y adultos mayores del centro porteño. “A lo que alcanzamos, porque hay muchísimos”, dice la mujer que se contagió de COVID-19 por ayudarlos.
Las cifras de la mendicidad en Guayaquil son tan precarias como sus representados. En 2013, había 230 personas en condición de calle en la ciudad y fue el último diagnóstico oficial que tuvo el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES), lamenta Irene Gutiérrez, de la Unidad Intergeneracional de dicha institución.
Un dato más actual lo tiene la Fundación Pan To Go, que en 2019 recorrió las calles de Guayaquil y contabilizó más de 750 personas en condición de calle.
Al igual que este número, no hay un registro certero de contagios y muertes por COVID-19 en indigentes durante la emergencia sanitaria. Según el MIES, en este periodo se acogió en cuatro albergues a 180 indigentes. El 60 % dio positivo para coronavirus y uno falleció.
José está entretenido royendo un hueso de pollo. Confirma que ni él, ni su compañero de piso, Wálter Cibeles, han recibido ayuda estatal o atención médica respecto al coronavirus. La mascarilla que tiene se la dio una desconocida.
A Wálter lo que menos le preocupa es el virus. Tiene una fractura en su pierna izquierda “hace años” que no lo deja caminar bien.
Como puede se acomoda sobre una pila de cartones que ha colocado junto a la puerta de la iglesia y dice que ya no recuerda cuánto tiempo ha pasado sin ir a un hospital. Ambos creen que no se han contagiado de COVID-19, y si lo hicieron, no lo notaron.
Justo este tipo de pacientes que andan por las calles, tocando superficies, en la mayoría de casos, sin mascarillas, son una fuente ambulante de contagio, precisa el alergólogo Iván Chérrez.
El también especialista en Neumología precisa que los habitantes de calles desarrollan un tipo de inmunidad innata al estar constantemente en contacto de virus y bacterias. Sin embargo, no están exentos del contagio de coronavirus porque es un organismo nuevo.
“El ochenta por ciento de las personas (que adquieren la COVID-19) tiene síntomas leves. A la gran mayoría de ellos (indigentes) a lo mejor ya les dio la enfermedad, y como no se protegen con la mascarilla, lo que están haciendo es diseminarla”, precisa.
Carlos Menéndez duerme en Escobedo y Luis Urdaneta. No tiene más que una mochila con poca ropa que a duras penas lo protege del frío. Desde hace dos años, ese es su hogar y al igual que José y Wálter ha pasado allí durante toda la emergencia.
En este tiempo, asegura, no se ha sentido mal y tampoco ha recibido atención médica. Cuenta que, al igual que otros indigentes, quiere ingresar a un albergue donde pueda alimentarse y resguardarse del virus, pero no tiene información de alguno. Nunca ha usado mascarillas, a pesar de que ha tenido tos, que atribuye al cambio de clima.
Contagio en la calle
Luis Segarra y su esposa Susana Plúas, de 84 y 70 años, respectivamente, tienen su hogar en el Guasmo Sur, pero también pasaron en la calle durante la etapa de aislamiento. Son chamberos y después de dos meses de haberse declarado la emergencia sanitaria se contagiaron, creen ellos, de COVID-19.
“Tanto a mí como a mi esposa nos dio fiebre, tuvimos tos y dificultad para respirar. No fuimos a ningún hospital y nos recuperamos en la casa, con la ayuda de nuestros hijos”, cuenta mientras su brazo se hunde en un basurero del centro de la urbe.
Lo que para él representa el sustento de cada día, puede estar cargado del virus. Lo mismo hace Christian Malavé (21) en otro recipiente de Escobedo y Quisquís. Él no tiene hogar y alterna su descanso entre la calle, albergues o pensiones en los que le permiten pasar la noche por 5 dólares. En estas últimas se resguardaba durante abril y mayo, los meses de mayor contagio. Los albergues siempre estaban llenos, lamenta.
María Mercedes Jara es directora del Refugio Espíritu Santo (RESA), uno de los cuatro albergues a los que el MIES derivaba a los habitantes en condición de calle durante la pandemia.
Esta institución, antes del aislamiento, abría sus puertas a los habitantes de calle durante el día. Les daba alimento, les permitía asearse y participar de diversos talleres para que pudieran reinsertarse a la sociedad.
Desde que fue declarada la emergencia, le permitieron dormir allí a 22 personas. Actualmente acogen a más de 60 personas diarias, entre externas e internas. Fijos, que duermen allí, son 27. “Si ellos no hubieran estado en el lugar probablemente hubieran muerto”, cuenta la directora. Ni el MIES o el Ministerio de Salud Pública (MSP) tiene registros de cuántas personas en condición de calle fallecieron durante la emergencia sanitaria.
Jara aclara que en RESA no hay registro de muertos por el virus, pero sí hubo contagiados que fueron derivados al hospital Bicentenario.
La Gobernación y el Municipio de Guayaquil, a través de la Dirección de Acción Social y Educación (DASE), también albergaron personas durante la emergencia sanitaria. La primera institución acogió a 150 personas. La Fundación Pan To Go administra el albergue implementado en el Centro de Atención Municipal Integral CAMI, de Pascuales, desde el 3 de abril de 2020. Allí atendieron a 40 beneficiarios. En ninguno de estos sitios se registró fallecimientos por COVID-19.
Para Chérrez, lo ideal para evita los contagios es que todos los que viven en la calle tengan donde resguardarse, pero como esto es poco probable, la segunda recomendación es la educación en temas de bioseguridad.
“Pero imagínese si a veces para una persona normal es difícil tratar de cumplir las normas que evitan el contagio, para estas personas que no están acostumbradas ni a lavarse las manos tan seguido, la situación es peor”, indica.