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La violencia empuja a los esmeraldeños a migrar

Frente a las amenazas y el miedo prefieren comenzar de nuevo en otra ciudad. Su salida destruye más el mercado laboral local.

El día que José Luis salió de Esmeraldas no hubo tiempo para hacer las maletas. Llenó su vehículo de ropa y electrodomésticos pequeños. Cerró la puerta de su casa y se fue para comenzar una nueva vida lejos de la violencia.

A principios de ese año su casa se incendió misteriosamente mientras dormía. “Ya me habían avisado que me iban a secuestrar el auto y prender fuego”, cuenta el joven, cuyo nombre real pide que no sea publicado por seguridad.

Aguantó todo lo que pudo en la tierra donde nació: las extorsiones, las amenazas y los permanentes sonidos de las balas. Pero después de que más de una vez le balearon su negocio y le pusieron bombas, llegó a la conclusión de que si se quedaba en Esmeraldas terminaría con un disparo en la frente.

José Luis y su esposa se convirtieron en desplazados forzados por la inseguridad. Saben que no son los únicos ni los últimos esmeraldeños que huyen de la criminalidad.

Aunque no hay datos sobre el número de personas que se han desplazado internamente por la violencia, Esmeraldas está inundada de carteles que anuncian la venta de viviendas o locales comerciales.

Uno de esos letreros pertenece a Marjorie. Ella tenía un taller de costura y su esposo un tráiler. Hace dos meses salieron de Esmeraldas porque un hijo fue amenazado de muerte.

“Me empezaron a mandar mensajes de texto. Me pedían una ‘vacuna’ de 40 dólares al mes. Sí iba a pagar”. Sin embargo, cuando llegaron unos delincuentes, su hijo trató de defenderla y terminó golpeando a uno de ellos con la misma arma de fuego que cargaba. “Nos amenazaron que nos iban a matar. Desde ahí no pudimos dormir. Nos tocaba encerrarnos en casa y vigilar que nadie venga”.

El hijo de Marjorie, de 17 años, viajó primero a Quito, donde un familiar. Luego ella.

Con José Luis pasó algo similar. A él le pidieron una entrada de $ 2.500 y un pago mensual de 1.000. Convencido de que la capital era la mejor opción remató la mercadería de su local de ropa. Tenía unos $ 20.000 en productos, pero vendió todo por 8.000.

Con ese dinero comenzó de nuevo. Puso un restaurante y hoy vive en la casa de unos amigos. “Todos en Esmeraldas queremos huir, porque no se puede vivir con miedo”.

DESEMPLEO Y POBREZA

Los conflictos entre bandas, el narcotráfico, la falta de empleo, la pobreza y la corrupción agobian a esa población.

Las cifras del INEC de 2021 pintan un poco la situación. Esmeraldas tiene una tasa de pobreza por ingresos del 52,9 % (la cifra nacional es de 28,8 %) y el 25,3 % de los esmeraldeños vive en pobreza extrema (en el país la tasa es del 10,3 %). Esta situación vuelve a los jóvenes pobres más vulnerables a ser seducidos por el hampa.

A este sentir de inseguridad se unen aquellos que salieron de la Provincia Verde hace años para estudiar, trabajar o abrir negocios en Guayaquil.

“En su momento, pensamos poner allá con mi papá el mismo negocio que tenemos acá. Pero ahora ni se nos ocurre. Con todo lo que se está viviendo en Esmeraldas ya no es una opción”, analiza Ervis, de 44 años, quien comercializa cárnicos en el sur porteño.

La crisis de inseguridad que vive la provincia es tal que familiares ya ponen sobre la mesa la idea de migrar a otras ciudades del país.

“Hace unas semanas mis primas estuvieron aquí en Guayaquil de visita. Nos dijeron que quieren irse de Esmeraldas, que se quieren venir para acá. Aunque aquí también están feas las cosas. Están pensando también en irse del país”, comenta Ervis.

Dalia, de 60 años, también migró desde Esmeraldas a Guayaquil para emprender una carrera como enfermera, pero hace 20 empezó a vender desayunos en el Cristo del Consuelo, sur de Guayaquil.

Su familia continúa en Esmeraldas, dice, y a pesar de no tener cerca a sus seres queridos, ellos pueden transmitirle a través de llamadas el sentimiento de inseguridad y miedo con el que viven.

“Mi familia me llama a contarme que tienen que cerrar sus negocios temprano porque está todo peligroso, no pueden vivir tranquilos. A veces los niños ni a clases van, está fea la cosa por allá. Y lo peor es que no se pueden ir porque no tienen a dónde, porque todo el país está así”, reflexiona Dalia.

Descarta tajantemente volver a su tierra. “Si pongo mi negocio de bolones allá tendría que ponerme la paila donde majo el verde en la cabeza, para estar segura, porque en cualquier ratito se arma la balacera”. (SO-LG)