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Antes de los truckets, los comuneros se idearon unas carretillas, pero solo ahorraron una cuarta parte del tiempo en la movilización.RENE FRAGA

Los trencitos que los alejan del olvido

Los comuneros quieren que la ruta que recorren los carritos se convierta en una atracción turística para impulsar la economía de la población.

Alto Tambo, provincia de Esmeraldas. 06:00. 22 grados centígrados. Hay humedad. Y los conductores de los truckets (camiones) preparan sus vehículos como en los pits de la Fórmula 1. Pero aquí no hay escuderías con carros millonarios, sino comuneros que han armado sus ‘naves’ con láminas de acero, tubos de hierro y tablones.

Julio César Gómez, conocido en la parroquia rural como Juce, no es conductor. Es el primer y único guía turístico de la zona. No trabaja para el Gobierno ni para una agencia de viajes. Lo hace por pasión. Por un sueño. Él anhela –desde pequeño– ver a su comunidad salir de la pobreza gracias al turismo que pueden generar los carritos y la ruta que cubren, dentro de la selva que divide el sur de la Provincia Verde con el norte de Imbabura.

Juce explica que los trencitos recorren la línea férrea de la extinta ruta que salía de Otavalo y llegaba a San Lorenzo, hace más de tres décadas. Desde su desaparición, la mayoría de habitantes de las comunidades que vivían en el trayecto migraron hacia Alto Tambo para sobrevivir. No podían movilizarse para conseguir alimento.

Juce relata que hace 15 años, un colombiano llamado Emerson trajo un carrito elaborado con el motor de una motocicleta y lo adaptaron a los rieles. Desde ahí han ido perfeccionando los modelos hasta la creación de los populares truckets.

Quienes habitan allí utilizan los mismos rieles oxidados para viajar en estos vehículos a los caseríos en los que viven o para transportar madera y productos agrícolas.

El joven, de 27 años, dice que las personas se acostumbraron a viajar en este medio de transporte peculiar y rudimentario, y han dejado de deslumbrarse. “Quizás porque no hay fuentes de trabajo. Porque nadie sabe que existimos”.

Pero Juce todavía se maravilla como un niño cuando viaja por la selva en los truckets. Y no solo porque vive ahí. Esos pequeños vehículos de hojalata de dos metros de alto lo están inspirando para cumplir su objetivo de ver un progreso en su comunidad.

Desde noviembre del año pasado ha subido videos a sus redes sociales y en poco tiempo se ha convertido en un influencer turístico. Sus grabaciones han llegado a varios países, incluidos Estados Unidos, Francia y China.

Tiene cerca de 30 millones de visualizaciones en todas sus plataformas. Y no es para menos. Los paisajes de los costados del trayecto y la adrenalina llaman la atención de los extranjeros. Juce dice que es la ruta más bonita de Latinoamérica. Y sí que lo es.

Hay una variedad de truckets. Este fue elaborado con las partes de una motocicleta.RENE FRAGA

Una experiencia inolvidable

Luis Robledo espera sentado en una terminal improvisada con bancas de madera y un galpón en el que se lee Parroquia de Alto Tambo. Observa a Juce preparar su cámara de video.

Es el primer viaje de Robledo y está nervioso. Llegó de Colombia para trabajar cortando madera y cuando le dijeron que había unos carros que lo llevarían a su destino no se imaginó que eran los truckets.

Junto a él, más de 30 personas esperan el primer viaje de la flota. Hay tres horarios de salida: 07:00, 10:30 y 14:30.

Niños comen empanadas de queso con café mientras sus padres alistan las herramientas de trabajo y se colocan botas de caucho. Los conductores de los truckets preparan las ‘naves’ para partir. Uno de ellos corta los resortes de su carro y los cambia por otros más grandes. Dice que es porque van a traer madera y necesitan amortiguar más peso.

Robledo paga 20 dólares para ir a Ventanas, un caserío ubicado a 18 kilómetros dentro de la selva. Le dicen que suba a uno de los coches llamado Jeepeta. El dueño lo bautizó así por una canción de reguetón.

El extranjero sonríe y se trepa tranquilo; sin embargo, se asusta cuando Juce le advierte que los vehículos no tienen freno...

Muchos aprovechan para fotografiar los paisajes asombrosos.RENE FRAGA

Richard Cortez enciende a la Jeepeta y mientras agarra velocidad le indica a Robledo cómo funciona el carro. Antes que nada, le explica que frenan con marchas. Que las partes son el motor, la carrocería y el balde en el que van los productos y los pasajeros.

El material con el que se construye la cubierta es reciclado. Los motores son comprados en mecánicas de Ibarra. Generalmente son de camionetas Nissan y Toyota de la década de los 80 y 90. Con un cilindraje de 2.000 centímetros cúbicos y cuatro marchas. Superan los 70 kilómetros por hora. ¡Qué máquinas!

El trayecto completo tiene una distancia de unos 25 kilómetros desde Tambo Alto hasta el sector llamado Kilómetro 318. En un trucket la ruta se cubre en dos horas. A pie son 12.

Las personas se van quedando de a poco en aserraderos o en pequeños caseríos. De pronto, el trucket se detiene ante cinco comuneros que ajustan los rieles y colocan nuevos durmientes. Otros machetean la maleza de los costados para evitar que los usuarios se golpeen con las ramas.

Juce aprovecha el momento para grabar un video corto a sus seguidores de TikTok y explicar que no existe una empresa de ferrocarril que haga el mantenimiento de las vías. Es el mismo pueblo el que lo hace todo.

Recuerda que lo más complicado de perfeccionar en los truckets fueron las ruedas. Al inicio eran aros de acero pequeños que se rompían. Ahora, un comunero que trabaja en una refinería petrolera les consigue tubos usados de unos 40 centímetros de diámetro y 30 de ancho. Con eso hicieron las ruedas. Y son tan seguras que no se descarrilan. Hasta la fecha no ha habido víctimas fatales, aseguran.

El influencer turístico resalta que los ‘truckeros’ han sido ingeniosos. Hubo ocasiones que, durante las subidas, las llantas patinaban y no avanzaban. Ante esto, los conductores colocan tierra en los rieles para que haga tracción y continúe la marcha.

Cuando atraviesan más de 14 kilómetros, Cortez mira a su costado y señala unas casas viejas y cubiertas por la maleza. “Ahí era El Dorado”. Una comunidad en la que vivían sus padres y que ha sido ‘tragada’ por la selva y el tiempo. Él todavía no nacía cuando sus papás migraron a Alto Tambo, hace 27 años.

El trayecto continúa. El ruido que provocan las ruedas de hierro al deslizarse es una melodía. Se suma el cántico de las aves.

La ruta atraviesa por cascadas, riachuelos e incluso túneles llenos de murciélagos. Es una experiencia única. Y eso es lo que Juce quiere mostrar al mundo.

La principal actividad económica en esta parroquia rural es la tala de árboles.RENE FRAGA

La única localidad en la que viven aproximadamente 50 personas es Ventanas. Aquí se baja Robledo. Satisfecho, sin miedo, pero un poco desilusionado “al saber que una maravilla turística como esa no es aprovechada”.

Julio Cortez, presidente de este poblado, también tiene el mismo sueño que Juce: reactivar la economía del sector. Muchos abandonaron sus tierras, pero él y su gente decidieron quedarse porque “la vida del campo es más sana y saludable”. El hombre enfatizó que si existe un proyecto turístico ellos apoyarían en lo que fuese necesario porque habría fuentes de trabajo y las comunidades abandonadas resurgirían.

Juce toma unas fotografías y retorna a la parroquia. Edita el video en un celular que se compró con donaciones de sus seguidores y sube a las redes. El Ministerio de Turismo compartió uno de los videos más reproducidos de su cuenta de TikTok

Juce aclara que no quiere hacerse famoso. Solo anhela que sus seres queridos tengan una mejor condición de vida gracias a los truckets, hormigas de acero que parecen insignificantes, pero que son la única esperanza de una población casi olvidada.

Tienen su identidad

La elaboración de uno de estos vehículos dura 8 días, según Amber Cortez, uno de los fabricantes. La inversión es de 5 a 7 mil dólares, incluidos el material y la mano de obra. Los dueños suelen ponerles nombres como la Jeepeta, Tren militar, Mad max, La bala, El transportador...

Según la junta parroquial, en Alto Tambo viven más de 450 familias.