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¡Tomaron un café maldito! Mujer, acusada de envenenar a sus hijos
Marco Escanta fue la primera víctima de Lissa Caiza, acusada de asesinar con veneno a sus hijos y un amigo. Familiares del fallecido hablan del caso.
A Claudia (nombre protegido) se le paralizaron las piernas y no pudo levantarse de la cama en su cuarto. Sudaba como si le hubieran mojado la cabeza, palideciendo igual que un papel.
Pensó que se le bajó la presión, por tomarse una taza de café, la mañana del 12 de junio pasado, pero en realidad fue envenenada, al igual que su esposo Marco Escanta, quien murió un día antes luego de reunirse con Lissa Caiza, acusada de ser una asesina serial que mató a sus dos hijos y a otro amigo.
No solo Claudia sufrió con aquellos síntomas, sino también dos de sus tres hijos, en su casa del barrio Florida de Chantag, en Pifo, encabezando así la lista de víctimas de Lissa, quien meses más tarde también atentaría contra sus propios familiares –9 en total– y una mujer a la que contrató para que cuidara de los niños, en esa parroquia del nororiente de Quito.
Eran las 06:30 cuando se intoxicaron. Los cuatro se levantaron temprano para reunirse con la gente del seguro funerario e ir a la morgue a retirar a Marco, de 48 años. Hasta esa hora no habían comido porque el día anterior les consumió todo su tiempo en la Fiscalía.
Claudia aumentó agua en la cafetera de la cocina para desayunar y sirvió solo tres tazas con un pedazo de pan cada una, ya que su cuarto hijo no quiso comer. Bebieron y tras dos minutos fueron cayendo, uno a uno, como fichas de dominó.
La mujer quedó sentada en la cama al igual que su hija, mientras su otro hijo gritaba en su habitación. “Le supliqué a mi hijo, que estaba en la sala, que nos ayudara porque nos estábamos muriendo”.
Aún así, seguían deduciendo que era un bajón en la presión. Pero en pocos minutos, el cuerpo de los tres se tensó como madera, al punto de dejarlos inmóviles.
Ante la desesperación se tomaron agua y comieron un pedazo de panela que les causó náuseas. “El único que pudo arrastrarse al baño fue mi hijo. Mi hija y yo vomitamos todo el café en el cuarto”.
Sus otros familiares que viven en el mismo domicilio fueron a ayudarlos. Llamaron al ECU 911 y llegaron tres ambulancias donde les pusieron suero. En ese momento los paramédicos les revelaron lo que sucedió: todos tenían rastros de veneno en sus estómagos.
AMIGOS HACE CINCO AÑOS
Antes del mediodía, Claudia y sus hijos pudieron ser ingresados en hospitales tras permanecer en las ambulancias toda la mañana. “A mí me aislaron pensando que tenía COVID”, dice.
A las 16:00, aún debilitados, salieron de las casas de salud y se fueron a la morgue a sacar a Marco. Lo llevaron a una funeraria, pero Claudia no sabe a cuál porque el efecto del veneno la mantuvo como ‘zombie’. Luego lo trasladaron directamente al cementerio de Yaruquí.
Madre e hijos despidieron al padre y esposo que laboró 14 años en una florícola como tractorista tras llegar de su natal Imbabura. Claudia cree que en ese trabajo Marco conoció a Lissa, la amiga con la que empezó a mensajearse por celular más seguido antes del crimen. “Dicen que ella trabajó hace cinco años”, cuenta la señora, quien estaba separada de su marido, por lo que dormían en cuartos distintos de la misma casa.
Claudia recuerda que el día del asesinato de su pareja, ella salió temprano a trabajar en la misma florícola a la que ingresó hace poco. Él se quedó en casa, pero a eso de las 11:00 salió a Pifo.
Un pariente lo encontró y conversaron un momento. Marco estaba ‘entretenido’ hablando por celular, al parecer, con Lissa. “Cuando volvió al barrio compró en la tienda cervezas, bizcotelas y una gaseosa. Le pidió a la tendera que le vendiera rápido porque tenía una visita y andaba en taxi”.
Volvió a su domicilio, pero esta vez acompañado. Subió al tercer piso, donde residía, y un nieto los vio. “Nosotros estuvimos en la parte de atrás de la casa, cuidando unos animalitos. Después el niño nos dijo que el abuelito llegó con una mujer”, recuerda Juana, hermana de Claudia.
Cerca de las 13:00, la nuera de Marco gritó para que bajara, pero no hubo respuesta. Intrigada fue al departamento y vio la puerta entreabierta. Adentro, él estaba bocabajo y con una camisa envuelta en su cuello. Lissa, en cambio, se había ido, posiblemente mientras los allegados de la víctima seguían en la parte trasera del inmueble.
Un alarido alertó a los demás parientes que corrieron al lugar. “Le di la vuelta para reanimarlo, pero ya había muerto”, cuenta José, esposo de Juana, que se paró junto al cuerpo de la víctima que estaba cerca de dos sillones.
Claudia, entretanto, se alistaba para almorzar en la florícola sin imaginar que el hombre que la desposó en su adolescencia fue asesinado. “Vi mi celular y había 28 llamadas perdidas y un mensaje de texto”.
Su familia intentaba decirle que fuera a la casa lo más pronto por aquel suceso, aunque ella creyó que era una broma pesada. Sin embargo, uno de sus hijos le confirmó la tragedia.
Pidió permiso en el trabajo y fue en taxi. Se topó con los autos de la policía que ya estaba investigando y con sus parientes llorando. Intentaron cortarle el paso para que no viera el cadáver, pero ella los esquivó. Allí halló a Marco, sobre la baldosa verde, con sus puños rígidos al igual que sus piernas.
CREEN QUE DIOS LOS AYUDÓ
Los investigadores les explicaron que, aparentemente, el cadáver no tenía huellas violentas, pese a la camisa envuelta en el cuello. Entre las evidencias recogieron una botella de cerveza y un vaso, en los que se halló una huella digital de mujer. Todo eso se sumó al café que envenenó a los tres un día después.
Sin embargo, Claudia explica que las pericias no permitieron identificar a la responsable. La única pista que tenían era el nombre de la amiga de Marco y la buscaron por redes sociales, pero el rastro de Lissa se perdió.
“Por eso dejé todo en manos de Dios y dije que él se apiadaría de nosotros”. El caso empezó a esfumarse en la conversación de la familia así como de los habitantes de Florida de Chantag.
Por cuatro meses se dejó de hablar de la muerte del vecino al que le gustaba jugar ecuavolley y colaboraba en mingas. “Lo conocí hace unos tres años y la última vez que lo vi fue cuando entregamos kits alimenticios en la pandemia, en mayo”, recuerda Miguel Palacios, presidente del barrio.
Pero el tema resurgiría tras el hallazgo de los cadáveres de los hijos de Lissa y de su amigo en su casa de Pifo. “Ahí supimos que ella estaba implicada”, cuenta Claudia, quien siempre creyó que ella mató a su marido.
Esa sospecha se hizo realidad el 6 de noviembre -10 días después del macabro hecho- cuando la policía dio a conocer que las huellas halladas en la escena del triple crimen eran las mismas que estaban en la botella de cerveza que compró Marco y que, aparentemente, jamás bebió.
Ahora lo que se presume es que el hombre tomó el café con veneno como lo hizo su esposa y tres hijos que por poco lo acompañan al más allá.
DILIGENCIAS
En la Unidad Judicial Penal de Iñaquito, la jueza Ximena Rodríguez aceptó la petición de Fiscalía de que se hicieran dos pericias adicionales como parte de la instrucción fiscal. Una es la toma de muestras de sangre de Lissa Caiza y la revisión de dos celulares y una tablet.
En la diligencia, la jueza también ordenó que se fije fecha y hora para la audiencia privada en la que se mostrarán las pruebas halladas en estos dispositivos electrónicos.
Fiscalía junto a agentes de Criminalística y de la Dinased hicieron una segunda inspección como parte del reconocimiento del lugar en donde ocurrieron los hechos. Bryan Ávila, miembro de la Unidad de Investigación de Delitos contra la Vida, explicó que el objetivo era levantar nuevos indicios dentro del departamento en el que se hallaron los cuerpos de los menores de edad y del adulto.
“El objetivo es la obtención de pruebas que marquen la responsabilidad de la persona que está siendo investigada”, acotó. Sin embargo, la obtención de evidencias se mantuvo en reserva porque la etapa se encuentra en instrucción fiscal.