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El titiritero del Malecón 2000
Carlos Aparicio trajo su arte desde Venezuela, lo perfeccionó en Colombia y en Ecuador ha logrado empezar a vivir de su pasión.
Una marioneta no existe por sí misma. Su vida no está dentro de su pecho ni el pulso se mide con latidos. Lo más cercano a la anatomía humana serían los hilos de los que penden, que caen por encima de sus cabezas y van a cada una de sus extremidades, como si fueran sus venas y por ahí corriera la sangre.
El venezolano Carlos Aparicio las ha parido. Sí, tal cual. De las manos del veterano de 65 años, que llegó a Ecuador hace seis, han salido infinidad de marionetas. No necesita que sean idénticas a un ser humano, que tengan un rostro realista o parezcan de carne y hueso.
Para Aparicio, parafraseando a un autor del que no se acuerda el nombre, solo Dios y los títeres son perfectos. Por eso ha estado durante casi 45 años ligado al arte, pero solo en Quito y Guayaquil le ha dado el dinero suficiente para subsistir. Tampoco se ha hecho rico, pero vive de lo que le apasiona y para él eso es suficiente.
Es pensionado por el Estado en Venezuela, pero la crisis económica lo llevó a salir cuando tenía 59 años. Primero llegó a Colombia y ahí traía algunos títeres con los que había trabajado anteriormente, cuando era profesor cultural en la Universidad de las Artes.
En su país fundó una Escuela de Títeres que se mantuvo tambaleándose durante muchos años. Luego de su jubilación, la han cerrado varias veces y vuelto a abrir, pero no ha logrado mantenerse. El titiritero la recuerda como un buen momento de su pasado, donde enseñaba que hasta los objetos pueden tener vida.
Sin embargo, en sus inicios, estos muñecos fueron una salvación más que una pasión. “No tenía trabajo y tampoco conocía a nadie. Tuve un momento de necesidad donde no tenía nada para vivir. Luego hice un teatrino y empecé de forma muy pequeña. Lo hice por una necesidad y en el camino me fui enamorando”, comenta.
En el Malecón 2000
Aparicio no tiene días de descanso. No porque no quiera. Su trabajo es su pasión y diariamente viaja desde Isla Trinitaria hasta el Malecón 2000 para laborar desde las 12:30 hasta las 20:00, donde gana entre $15-$20 por jornada.
En una pequeña mesa de madera pone sus tres títeres rockeros que ha hecho con gran esmero. De ellos se desprenden cinco hilos que en su final se atan a tres trozos de madera que controlan a los muñecos y les da vida.
Esas figuras coloridas, maquilladas y con trajes de tela no conocen otro Dios que no sea Aparicio. Obedecen a él en su totalidad. Solo tienen vida si el titiritero lo decide; se mueven según él quiere y tocan la música que ponga.
También están vestidos a su antojo y el de su segunda esposa Asalia Castillo, quien le acompaña cada día a realizar sus funciones. En su show, de más de ocho horas, toca canciones icónicas como Música Ligera o también algunas de Maná, entre otros clásicos.
“Esto para nosotros es nuestra empresa y por ello debemos darle lo que necesita para que pueda crecer”, asegura el titiritero, quien además de los rockeros, cuenta con otro espectáculo de joropo, lleno de guitarras y arpas.
“Debes reinventarte permanentemente. Esto es lo que me hace que me sienta feliz porque decidí tomarlo como algo mío, que me haga sentir bien”, dice Aparicio, padre de seis hijos.
Para el titiritero, lo más importante de haber realizado su arte en tres países, es la vitalidad y el aprendizaje que las marionetas pueden traer a los niños y niñas, dado que esto, según menciona Aparicio, estimula la parte lúdica y es un elemento “poderoso” de la comunicación.