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La jornada en la cachinería empieza a las 05:00 y funciona de lunes a domingo.CARLOS KLINGER

De todo, pero con tierrita: Así es la rutina de 'camello' en la cachinería del suburbio de Guayaquil

El ‘centro comercial’ en el que el guayaco encuentra de todo: el mall del piso. Desde botellas de ‘whiskacho’ vacías hasta un par de cachitos para adornar la cabeza.

No es ‘Aunque usted no lo crea, de Ripley’, el programa gringo que se transmitía por televisión, pero aquí también se encuentran las cosas más ‘lamparotas’ que alguien puede imaginarse. Y se entiende perfectamente, pues este ‘centro comercial’ no es uno convencional. Es el mercado de San Vicente Paúl, mejor conocido como la cachinería o mall del piso. Esta actividad palpita en el suroeste de Guayaquil.

Aquí sí aplica el refrán de que “al que madruga, Dios lo ayuda” porque mientras más temprano vayas sales con las mejores gangas y con tus alforjas llenitas... pero no de ‘bling, bling, money, money’, sino de curiosos detalles. 

05:00. Las tinieblas se desvanecen y el cielo se pinta un pálido azul. Desde esa hora, unos 20 cachineros suben, bajan, cargan y descargan los objetos -de quién sabe de dónde salieron- que ofrecerán en el suelo. 

05:30. La primera parte de la faena ha terminado, ya están todos sus artículos bien ubicados en sus locales improvisados. Son los dueños de las veredas.

06:00. Las luces blancas de los postes de alumbrado público se apagan y las calles empiezan a soportar el ajetreo de los ciudadanos que salen de sus casas para ir a sus trabajos, a comprar el desayuno o llevar a los hijos a la escuela. 

Aquí todos se mueven al compás del minutero del reloj: rapidito, así como también los clientes cuchichean sobre lo llamativo de lo ubicado sobre el asfalto y que, en algunos casos, está protegido del polvo solo por un tapete. 

50 centavos es un precio habitual en el que los vendedores ofrecen sus diferentes productos.

Xavier espera que le caigan como águilas a la mercancía del día, aunque aclara para los malpensados que lo que vende es solo reciclaje. “Aquí se recoge de la chamba y de lo que la gente no quiere en sus casas y nos regala”, enfatiza. Comercializa botellas de bloqueadores, cremas y hasta jabones; sin embargo, si están llenos o vacíos es cosa de suerte, nada más. 

“Se cobra el mismo precio. No cambia aunque tengan poquito o estén más arriba de la mitad”, comenta. Pero, aunque los precios son recontra económicos, la ‘pipol’ igual regatea. Y, aunque la gente pida descuento, a Xavier sí que le resulta porque ese trabajo es solo un adicional para llevar la papa a su casa. 

Por eso, en ocasiones ni saben qué es lo que venden, y a veces con justa razón, pues todavía está oscuro cuando llegan con la surtida mercadería, como le pasó a Julio César Holguín, de 67 años, una madrugada de agosto.  Él solo ofrecía dos volantes de carros de videojuegos, pero cuando le preguntaban qué eran esos cachivaches respondía: “¡Uy, mírelos usted mismo!”. 

En su puesto, entre el bullicio y la tierra, también tenía una máscara de Transformers que remataba en 3 dólares. “Llévesela, llévesela”, insistía a todo el que agarraba el accesorio. 

Otros compradores, en cambio, se dirigían emocionados hacia lo que parecía una figura femenina con pechos enormes, pero terminaban pegándose un ‘vare’ cuando descubrían que era un armador con forma de chichis que estaba en medio de algunos objetos.  

Pero no solo de cachinería se nutre este popular sector. El infaltable encebollado es el desayuno obligado para algunos comerciantes. Con $ 1.50.  

Aquí el encebollado se regala como agua y el ‘humo’ se reparte con más generosidad todavía.

- ¿Qué olor se percibe en el ambiente?, pregunta Sebastián

- A marihuana, ¿verdad?

Todos sueltan carcajadas. No paran de reír. Y no es precisamente un chiste. 

“Aquí se escucha y se huele de todo”, afirma Gabriel, quien solo sigue sonriendo por las ocurrencias de su pana Sebastián. 

"Este ha sido mi trabajo por 15 años. Con lo que gano aquí compro mis remedios o lo que necesite”.Julio Holguín, vendedor

Gabriel tiene varias otras cosas interesantes en su ‘valija’, entre ellas un par de zapatos ‘de marca’ (Nike AirForce 1) que los termina vendiendo en 3 dólares.  “¡Ve, justo son de mi talla!”, comenta un comprador, quien no llevaba intenciones de adquirir nada durante esa mañana. 

La mercadería de Gabriel es variada. Relojes, cámaras fotográficas antiguas (las de rollo) y “toda clase de locuras”, como una agenda que parecía estar vacía en toda su extensión, pero al llegar a la mitad guardaba una ‘dulce bendición’ para el que la adquiera: ‘Jódete, mil hijo de...’, era el mensaje. 

Cada rincón de la cachinería no deja de asombrar. Hace algún tiempo, según Gabriel, unos “señores de emergencias” llegaron a vender una camilla llena de sangre que para sorpresa de muchos sí tuvo comprador. Una limpiada y ya.

Como las muletas - de todo tipo y tamaño- que alguna vez aguantaron el peso de personas con problemas en sus extremidades inferiores, pero murieron. “Las cosas solo se lavan y se venden luego. Aquí todo es bueno”, comentan. 

Metros más adelante se ubica doña Olimpia, quien lleva más de 30 años comercializando de todo en este lugar. Es la ‘biblia’ de los cachivaches. “Cuando llegué aquí solo estábamos tres o cuatro personas. Con el tiempo esto se fue llenando”, cuenta.

Al igual que el resto, ella vende todo lo que se le cruce en frente, desde esmaltes “que solo necesitan un poquito de acetona” hasta los libros sagrados de los mormones y de Testigos de Jehová. “Aquí de todo se llevan, aunque parezca mentira”, dice la mujer de 62 años. 

El ambiente en todo el mall del piso es de fiesta: música, ofertas, movimiento, amistad, bromas pesadas y de doble sentido.

Es mediodía y el sol está en el punto más alto del cielo. El ritmo comercial se adormece. Todo se guarda, incluso, hasta el amuleto de la suerte de don Jorge, una cabeza de venado que cuelga desde lo más alto de su carpa y que es el motivo de burla entre curiosos que merodean la cachinería. Mañana llegarán cosas más raras y dudosas para vender, entre risas y por unas cuantas monedas de dólar.

La cachinería, también conocida como mercado de San Vicente Paúl, se extiende desde la calle B hasta la H en sus intersecciones con las 19 hasta la 25. Este tiene funcionando más de 30 años, según sus vendedores.