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La técnica del héroe que arrestó a Daniel Camargo
El policía que hizo ‘caer’ al monstruo de los manglares vive en el Centro Histórico de Quito. Conoce su historia
Febrero, 1986. El policía Fernando Gómez hacía un patrullaje de rutina por las calles del norte quiteño. Al llegar a la Ciudadela Petrolera –hoy conocida como la avenida Los Granados–, vio que un hombre bajito y de piel cobriza dejaba apresurado las entrañas del bosque. El reloj marcaba las 22:30 y no era habitual que alguien anduviera por un lugar que -en aquel entonces- era despoblado.
“Me bajé del patrullero y le pedí que se identificara”, dice Gómez. Pero él se rehusó y, mientras huía, arrojó un maletín a la maleza. Se elevaron las sospechas de que algo escondía. Así que el policía –sin dudar– le gritó: “¡Pare o disparo!”. Hasta ese momento no sabía que se enfrentaba a un asesino serial llamado Daniel Camargo Barbosa, conocido como ‘El Monstruo de los Manglares’.
37 años después, desde la sala de su casa, situada en el Centro Histórico de Quito, Gómez revive la captura del criminal más buscado de los 80. Y cuenta a EXTRA cómo transcurrieron sus años tras una hazaña que lo convirtió en el policía más popular -y aplaudido- de la época. Se acomoda en un viejo sillón y continúa con el relato…
Luego de que el sospechoso detuviera la marcha, el policía y un colega -con el que patrullaban- recogieron el maletín. En este hallaron ropa interior ensangrentada. Además, los uniformados notaron que él tenía una herida en el cuello. Decía que -seguramente- alguna rama lo había rozado cuando hacía sus necesidades en el bosque. “¡Pero no le creí!”, suelta Gómez con coraje.
Policía en servicio pasivo
Enseguida le pidió su identificación. El hombre atinó a decir que era ecuatoriano y profesor de portugués. Pero su acento no concordaba con ello. Así que Gómez aplicó una técnica para descubrirlo: “Le pedí que cantara el Himno Nacional. Y no supo. Luego le pregunté cuál era el presidente que había fallecido en un accidente de avión. Tampoco”. Era colombiano y andaba con una cédula que había suplantado de un ciudadano guayaquileño.
No solo eso. Meses antes, la Policía Nacional había difundido un identikit (rostro construido con relatos de las víctimas sobrevivientes) que se asemejaba en un 70% a sus características físicas. Sin dudarlo, Gómez lo arrestó y lo llevó a la Oficina de Seguridad. Ahí confesó que era el violador prófugo de la Isla La Gorgona, en Colombia.
LO VESTÍA DE NIÑA
Nacido en los andes colombianos el 22 de enero de 1930, Daniel Camargo guarda una historia de violencia y castigo. Desde niño ya presentaba rasgos psicopáticos. Huérfano y con 7 años, su madrastra lo vestía con ropa de niña. Le pegaba con un látigo. Y eso le provocó, según expertos en psicología, un trauma: que odiara a las mujeres, pero que también sintiera deseo.
Tuvo una relación con Alcira Castillo, con la que -al parecer- procreó dos hijos no reconocidos. Y luego tuvo una novia, Esperanza. Quería casarse. Estaba enamorado. Pero alguien le había dicho que no era virgen. Así que la convenció de tener relaciones sexuales antes del matrimonio. Y lo confirmó.
Más adelante, ella se convertiría en su cómplice para conseguir niñas y abusar sexualmente de ellas. Pues él le había dicho: “No me diste tu virginidad, habrás de dármela a través de otra mujer”, reza su testimonio en un portal de noticias.
Así empezó su carrera delictiva. Violaba a menores de edad hasta que lo denunciaron y entró a la cárcel. Salió en libertad y continuó con sus andanzas. Pero ya no solo abusaba de ellas. También las estrangulaba. Regresó a ‘cana’ y más tarde lo trasladaron a la prisión de La Isla de La Gorgona, en Colombia.
Eso recuerda Gómez, quien cuenta que el director le había encargado llevar las estadísticas de los presos y también mantenerse al frente de la biblioteca. “Camargo era el único reo que salía de la isla… Una vez, él vio que flotaba una canoa. La enterró y empezó a estudiar el oleaje, la posición del mar”, detalla.
Como en Alcatraz, en esta prisión había el rumor de que el interno que se lanzara al agua podría ser devorado por un voraz tiburón. El violador utilizó eso a su favor para fugarse en la canoa. Todos creyeron que había muerto. Pero no. Un 6 de diciembre llegó a Ecuador.
SE DESATÓ EN GUAYAQUIL
En el Puerto Principal, en 1984, Camargo caminaba por las calles vendiendo esferos o cualquier otra baratija. Era cuando abordaba a las víctimas y las convencía, como un falso profeta, de que lo acompañaran a dejar dinero a un pastor evangélico. Pero solo era un cuento para llevarlas a lugares apartados de Nobol, Los Ceibos e, incluso, en la vía a Daule, donde las violaba y asesinaba.
Para entonces, los periódicos estaban llenos de anuncios de niñas desaparecidas. Hubo pánico. Las madres no querían enviar solas a sus hijas a las escuelas. La policía buscaba al criminal -o criminales-, pues se pensaba que detrás había una banda organizada que operaba en un vehículo rojo. Con una ciudad enardecida por la rabia y el dolor, Camargo se marchó de Guayaquil.
El 26 de febrero de 1986, cuando finalmente fue capturado, las autoridades confirmaron que las prendas íntimas ensangrentadas que el policía había hallado en el maletín del violador eran de Elizabeth Telpes, la última víctima en Quito, donde se contaron tres. Pero en total, según los registros, hubo más de 70 asesinadas en su lista. Algunos dicen que fueron 79, Gómez asegura que son 76.
Cuenta que tras su detención hubo una investigación muy a fondo. Camargo condujo a los uniformados hacia un cuarto donde vivía, situado en Toctiuco. Allí había más ropa íntima, objetos de niñas (que a menudo vendía o coleccionaba) y hasta el libro ‘Crimen y castigo’, de Fiódor Dostoyevski, una novela policíaca de carácter psicológico.
RECOMPENSA Y OLVIDO
“Era la noticia más importante”, dice Gómez. Él y su colega, por supuesto, se convirtieron en los héroes del país. El presidente de Ecuador en aquellos años, León Febres Cordero, le entregó un diploma al mérito profesional en el grado de Caballero. Lo tiene colgado junto a otros cartones que presume con orgullo. Y, además, recibió un millón de sucres como recompensa.
No solo eso. Este hombre, quien se retiró de la institución años después como sargento segundo, tiene un maletín. ¡No, no, no! No es el de Camargo, sino uno que guarda celosamente, en el que tiene todo documentado: “Aquí estoy con la mujer del expresidente -dice-, aquí estoy con toda mi familia -muestra-”. Y sus fotos llenaban las páginas de los periódicos nacionales, como EXTRA.
“El Diario me regaló 50.000 sucres por las ventas que había tenido el periódico esos días”, recuerda con claridad, así como las felicitaciones, las canastas de frutas y compras que llegaban a su casa o también los llantos de las madres que habían perdido a sus niñas. “Al fin podíamos dormir tranquilos”, dice del hombre, quien ha cumplido los 73 años.
Quería escribir un libro, pero lamentablemente el dinero no le alcanzó. Se ha quedado con las fotografías, la historia y los recortes de periódicos guardados en álbumes que atesora, como un pequeño jardín que ahora tiene en la terraza. Tras dejar la policía, se ha dedicado a cuidar las plantas. Y, a veces, pinta las paredes de la casa rentera, de la cual es propietario.
Mientras que a Camargo lo condenaron a 16 años de cárcel. La Policía halló a muchas de sus víctimas en estado de descomposición, descuartizadas. Él nunca se arrepintió de lo que había hecho.
Entró al Penal García Moreno y allí, en 1994, fue asesinado por otro preso de apellido Noguera, sobrino de una de sus víctimas. Este ingresó a su celda y le dijo: “Llegó la hora de la venganza”. Lo apuñaló ocho veces, quiso degollarlo, pero no pudo, así que le cortó la oreja. Su cuerpo fue enterrado en una fosa del cementerio El Batán, a unas cuadras de donde lo arrestaron…
“Murió en su propia ley”, sentencia Gómez, quien se siente satisfecho. “Ese hombre provocó muchas lágrimas”, lamenta. También reprocha que él y su colega fueron héroes, sí, “pero solo de palabras”. Han pasado los años y quizás muchos no recuerden qué hizo. Pero sus hijos y su esposa, Laura Díaz, sienten tanto orgullo como el día en que ocurrió esta hazaña.
El expolicía y fiel hincha del Deportivo Quito, acompaña a EXTRA hasta la puerta de su casa donde tiene un altar religioso. “Hasta pronto, señores. ¡Vengan cuando quieran!”, suelta con una sonrisa que demuestra una sola cosa: el deber cumplido. ¡Gracias!
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