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¡La pareja de la muerte!
Érick Hincapié se ha mutilado y Daniela Vargas se ha cosido y tatuado hasta los labios con tinta. ¡Todo sobre la extraña unión!
El singular Kalaka Skull camina por la avenida Juan León Mera, centro-norte de la capital, pausado. Intenta escapar del sol del mediodía. Su novia, Katrina Skull, va junto a él un poco distraída. Ambos acaso son, ante muchos, ‘la pareja de la muerte’.
Y aunque no tienen la marca de la bestia ni de sus frentes brotan dos cuernos, quienes los ven se aterran. Cruzarse con ellos es como toparse con el mismo demonio.
Kalaka se ha mutilado los cartílagos de las orejas y de la nariz. Dos de las modificaciones más extremas en el mundo. Katrina se ha cosido los labios con tinta.
Damián Carnicero es el tatuador colombiano que los convirtió en calaveras humanas.
El verdadero nombre de Kalaka Skull es Érick Hincapié. Natural de Cartago, sur de Colombia. Él tiene 22 años y nos cuenta que empezó su transformación en febrero pasado.
“Le comenté a Damian que quería ser una calavera. Se aterró, pero no se echó para atrás”, dice.
Se encontraron en Armenia, centro del país cafetero y en una sala de tatuajes con paredes blancas, una camilla, anestesia y un kit completo de útiles de operación, el artista de este arte extremo le cortó el cartílago de su nariz. Tardó tres horas.
Cuando volvió a su casa su abuela, a quien le había contado la mañana de la operación que volvería sin nariz, se quedó paralizada.
“Me veía como a un bicho raro. Ella y mi abuelo no me hablaron en dos semanas”, relata el joven, mientras Katrina, con 33 años y nacida en Quito, lo mira como si realmente lo admirara.
No pasaron más de 15 días cuando el joven volvió a Armenia para que las manos de Carnicero mutilaran sus orejas.
Primero la izquierda, después la derecha. Y en Semana Santa viajó a Quito, donde el modificador tiene su estudio de tatuaje, para que le tintara los globos oculares de negro con una jeringuilla y le partiera la lengua en dos (se llama bifurcación).
Ya con ese cambio “me discriminaban... pero, loco, a mí ellos no me dan comida, techo ni dinero”, suelta Kalaka, a quien el deseo por parecerse a una calavera lo trajo de nuevo a la capital ecuatoriana en agosto pasado.
El tatuaje ya lo tenía plasmado en el rostro. ¡Faltaban los implantes! Así que Carnicero le puso dos, de teflón y silicona, en las cejas y otros dos en los pómulos.
¿Fin? En absoluto. Kalaka volvió a Quito en octubre. Y la semana pasada, como salido de entre las páginas de un cuento de terror, llegó al local de su modificador, en el Espiral para pedirle que le colocara otros implantes en el mentón, frente... Sin freno. Y fue en este, su último viaje a la capital, cuando conoció a Katrina caminando por la av. Amazonas. Llevan un mes y medio. No se separan. Y por ahora –bromean– caminan por las calles “buscando gente a quién torturar”.
¿Cómo empezó?
Cartago, 5 de febrero de 2009. Ese día, el corazón de María Ramírez, madre de Kalaka, se detuvo. “Fue como si me hubiesen quitado un pedacito de mi alma”, lamenta. Dejó de asistir a clases. No comió durante varias semanas. Lloraba. Y su familia, asegura, lo había acusado de la muerte de su progenitora. Entonces, “aprendí que la oscuridad enseña la verdad, y a mí me enseñó que la muerte me espera con buena certeza”.
Empezó a experimentar sensaciones con el más allá. Si le pedían que hiciera un dibujo, siempre era una calavera. Se alejó de la religión y, cuando un día de aquellos entró en una iglesia, comenzó a sudar frío. “Sentía que me asaba”, remata.
– ¿De qué religión eres?, le preguntamos.
– “De la que sigue a las esferas del Dragón”, responde. Y hace alusión al personaje de los dibujos animados llamado Gokú.
Su historia no está muy alejada de la de Katrina, quien dice que Daniela Vargas –su nombre verdadero– murió cuando cumplió los cinco años: “Sufrí abuso sexual hasta los ocho”. A ella también le han mutilado las orejas. Tiene tintados los ojos de color rosa, y el 15 % de su cuerpo está tatuado. Y confiesa que sus modificaciones, aunque pocas en el mundo de los tatuajes, le han liberado de las ataduras físicas, del odio a los hombres tras las violaciones, a las mentiras...
¿Por qué una catrina? “Porque es una persona muerta y está en silencio. Una mujer a la que le han cosido los labios. Muy popular en México. “Ella demostró que tengan o no dinero siempre van a representar lo mismo. Te vas a quedar en huesos, y los huesos se hacen polvo”, explica.
La quiteña no descuida su trabajo: restauradora de obras de arte y museóloga. No tatúa como lo hace su pareja. Aunque ella siempre está a su lado. Y están tan compenetrados que juntos han diseñado algunos tatuajes que ella tiene en su cuerpo.
Ratas y lagartijas
Kalaka, el hombre sometido a las modificaciones más extremas en Colombia, mide solo 1.64 metros. Pesa 51 kilos. Y bromea con ello. “Soy un minión”, dice tras una carcajada. Cuando niño era “gordito”. Y le hacían bullying. Lo ha superado, al igual que Katrina, con sus tatuajes y modificaciones. Tiene el 98 % del cuerpo cubierto con tinta. Incluido su miembro y nalgas.
Tiene otras excentricidades, como cazar ratas y lagartijas para diseccionarlas. Y no como lo hacía el gran Leonardo Da Vinci, que abría los cuerpos para estudiarlos. El hombre calavera lo hace para experimentar, ver y tocar. Y aunque ha intentado ver una autopsia real, aún no lo ha logrado. “No me permiten”, dice.
Creen en la Santa Muerte. Duermen como si fueran dos cadáveres: boca arriba y con los brazos sobre el pecho. Él come carne casi cruda. Ella tiene todo el tiempo del mundo. El dolor les da placer. Ven a la gente como unas calaveras. “Estamos muertos... ahora mismo vemos tus tibias”, finaliza Katrina.
El modificador
“Todo es completamente quirúrgico”
Se llama Esteban. Pero le conocen como Damián Carnicero. Lleva 9 años en el mundo de la modificación. Lo ha hecho en todo el mundo. Por sus manos han pasado La mujer leopardo y Chucki. Y por su puesto, Kalaka y Katrina.
Para él, la propuesta de Érick Hincapié –en ese entonces– de querer parecerse a una calavera no era común. Cuando viajó a Colombia sintió que aquel joven de 22 años estaba decidido. Y así empezaron las modificaciones del colombiano.
“Todo es completamente quirúrgico. Profesional. Pinzas y cuchillas son completamente nuevas. Al igual que las agujas de sutura”. Asegura desde su local en el Centro Comercial Espiral en Quito que siempre trata de dar lo mejor. Ha estudiado una carrera acerca de la parte genética de las personas: la sangre, la piel, los tejidos, los músculos. “Y con el tiempo se va desarrollando”, dice.
Todo es con medidas. Y para cortar el cartílago de la nariz contaba con la ayuda de dos personas más. Una de ellas no soportó. “Se maluqueó”, grita Kalaka desde el fondo. Y al final el resultado “fue excelente”, afirma Carnicero. Asimismo, la cirugía de las orejas. Un costo aproximado de todas las intervenciones dice el modificador, que costaría alrededor de 10.000 dólares.
Asegura que su paciente no ha perdido la audición. Respira perfectamente. Aunque reconoce que puede haber riesgos a largo plazo.
El médico
Los posibles riesgos
Alejandro Cárdenas, médico cirujano, explica las complicaciones que pueden generar estas modificaciones.
Que le retiren el cartílago de la oreja no tiene mayores consecuencias a largo plazo, porque el objetivo del pabellón auditivo es amplificar las ondas que llegan al oído y eso mejora la audición. El paciente podría tener una disminución de la agudeza auditiva, dice el experto.
Con el cartílago de la nariz sí podría haber una consecuencia más grave. Es un filtro que retiene polvo, impurezas, virus, bacterias... Sin este, está más propenso a infecciones respiratorias.
Con el tatuaje en los globos oculares dice: “Cualquier agresión al ojo puede generar una cicatriz en su interior. Y eso podría ocasionar la pérdida de la visión”, concluye.