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Cuando Fernando pasa por el lugar siempre rememora su hazaña. Algunos moradores del sector aún lo recuerdan.Christian Vinueza / EXTRA

¡'Spider - Man', sin billete ni 'camello'!

Casi 20 años pasaron desde que Fernando Quiñónez trepó a un edificio y salvó a una familia de un incendio. El hombre ahora se dedica a la construcción

La leyenda de Fernando Epifanio Quiñónez Sánchez, mejor conocido como el ‘Spiderman’ de  Las Malvinas o el héroe, parece haberse quedado en el remoto recuerdo de las generaciones de guayaquileños del siglo pasado, lejos de la prensa que lo buscaba hace 19 años para una entrevista.

Ahora luce una barba de pelos blancos y es padre de familia de tres hijos (de 20, 16 y 14 años de edad), con quienes reside en una pequeña casa de 6 metros de ancho por 12 de largo, algo deteriorada, en la ciudadela Rotaria, al noroeste de la urbe porteña.

El hombre se ganó la fama por haber salvado de morir en un incendio a una mujer y a sus tres hijos, el 10 de diciembre del año 2000. Tragedia en la que, sin embargo, falleció el esposo de la damnificada.

Ese día el país se conmovió al verlo por la ‘tele’ escalando hacia el departamento de la familia que estaba ardiendo en llamas, en el quinto piso de un condominio del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), en la avenida Quito y Venezuela.

Quiñónez, en aquel entonces de 25 años, actualmente tiene 45 ‘primaveras’ y está desempleado.

“Pudo ser mi familia”

Aquel día de diciembre, él se transportaba en un expreso hacia el puerto marítimo de Guayaquil, donde trabajaba como estibador de cajas de guineo. En el bus iban él y sus ‘panas’ de ‘camello’. De repente se oyó una explosión. “Se remeció toda la tierra y los carros, mis compañeros se bajaron del expreso y yo con otros colegas fuimos los últimos en bajar”, dice.

El estruendo provenía del bloque 4 del complejo habitacional del IESS. Un apartamento se estaba incendiando y por la ventana una fémina clamaba ayuda. Era Lucrecia Cagua, quien en ese momento estaba con sus tres pequeños (una niña y dos varones).

Fernando sintió un impulso por ayudarlos y de ‘una’ buscó la forma de subir por la infraestructura. No tuvo miedo ni midió el peligro, solo quería rescatarlos. “Fui trepando, apoyándome en los aires acondicionados. La señora estaba desesperada, no sabía qué hacer. Yo no podía solo, me encomendé a Dios para poder ayudar a estas personas”, cuenta.

Con la adrenalina a ‘full’, el ciudadano logró llegar a la planta alta en la cual se encontraban los afectados. Con precaución pudo pasar a los niños por una cornisa hacia la ventana del departamento trasero, donde para ese instante ya se encontraban agentes del Grupo de Intervención y Rescate (GIR) para recibirlos. “Yo lo vi fácil. Luego observé en la televisión que yo estaba pasando a los chicos prácticamente por el aire”, comenta entre risas y algo sorprendido.

El ciudadano explica cómo hizo aquel día para subir por una de las fachadas del edificio.Christian Vinueza / EXTRA

La ‘jugada’ fue distinta en el caso de la mujer, pues según Fernando, hubo que ajustarle correas en la cintura, para que de esa forma, de un lado puedan halarla los uniformados y del otro extremo él pueda aguantarle el peso y así evitar que ella caiga mientras pasaba por la cornisa.

Luego de su hazaña, él recuerda que los bomberos lo auxiliaron y que perdió el conocimiento. Instantes después despertó en una ambulancia restablecido. “Estuve contento porque nunca me pasó nada a mí ni a ellos (...). Sentí que pudo haber sido mi familia, mis hijos”, exclama al revivir el momento.

Lo curioso es que ni bien se recuperó, se puso en pie para irse a trabajar. Su jefe quería que se tomara el día libre, pero él insistió en laborar. Al llegar, sus camaradas le decían, “estamos con un héroe”, mientras lo aplaudían.

Ruleta de trabajos

La hazaña de Fernando lo convirtió en la persona más popular por esos días, no solo en Guayaquil, sino en Ecuador. Su solidaria acción fue muy comentada y recibió condecoraciones de diversas instituciones, entre ellas, del Congreso Nacional de la época, a través de su entonces presidente, Hugo Quevedo Montero.

Quiñónez muestra la foto que se tomó durante el evento de condecoración del entonces Congreso Nacional.Gerardo Menoscal / EXTRA

En aquel tiempo, el ciudadano vivía en el domicilio de su madre, en la cooperativa Esmeraldas Libre, en el sector de Las Malvinas, al sur de la Perla del Pacífico. Sus vecinos empezaron a llamarlo el ‘Spiderman’ de Las Malvinas, pues comparaban su habilidad para escalar con la de aquel superhéroe gringo del mismo nombre, creado por el autor de tiras cómicas, Stan Lee.

De la mano de las felicitaciones vinieron las promesas. Una de ellas, la donación de una casa a través de un convenio entre el Club Rotario y el Municipio de Guayaquil. Sin embargo, asegura, no se la entregaron sino hasta el año 2004, y es el lugar donde reside hasta la fecha.

También le ofrecieron darle un mejor trabajo, algo que, por suerte, se cumplió de inmediato. A los 15 días del incendio lo contrataron en la Cámara de Comercio de la urbe, donde realizó oficios varios.

En honor de Quiñónez se realizó una canción, aunque él dijo que nunca pudo conocer a los intérpretes de la pieza musical.

Allí estuvo hasta el 2004, cuando decidió renunciar porque necesitaba una mayor remuneración. “No me subían el sueldo y ya no me resultaba. Yo ganaba 121 dólares y quería ganar al menos unos 150”, menciona. Y es que para entonces ya tenía a su primer hijo, fruto de su matrimonio dos años antes (2002). Por tanto, requería más billete.

Desde entonces pasó por varias empresas. El 2012 fue el último año en el que estuvo enrolado a una compañía. Posteriormente se dedicó a la construcción. ‘Camellaba’ temporalmente para alguna constructora encargada de una obra, o sino él tenía contratos particulares.

Prueba de su habilidad, Fernando aplicó sus dotes de albañilería en su hogar, pues él mismo hizo el cerramiento de cemento con el que ahora cuenta su propiedad. Además tiene conocimientos en la colocación de pisos de cerámica y en gasfitería.

Para su hija Sindy, Fernando es todo un héroe.Gerardo Menoscal / EXTRA

Situación económica

Desde el 2012, el hombre recibe una pensión vitalicia de dos salarios básicos unificados (800 dólares) al lograr acreditarse como héroe, beneficio que otorga la Ley de Héroes y Heroínas a los ecuatorianos que hayan realizado actos únicos, verificables, de valor, solidaridad y entrega, más allá del comportamiento normal esperado.

Sin embargo, dice que últimamente dichos pagos suelen atrasarse, lo que le ha complicado ‘parar’ la olla, pues por la pandemia del coronavirus tampoco ha podido laborar en construcción como quisiera.

La escritora ecuatoriana Edna Iturralde contó en uno de sus cuentos la historia del héroe de Las Malvinas.

El año pasado volvió a ver a sus salvados

Fernando cuenta que luego de tantos años, en 2019 pudo reencontrarse con los niños que rescató (ahora adultos). La reunión se dio gracias a que ellos lo buscaron por su perfil en la red social Facebook y luego hablaron con él. “Me invitaron a una cena, conversamos, nos reímos y recordamos el momento”, cuenta feliz Quiñónez. Refiere que ellos lo admiran y le están agradecidos por salvarles la vida. “Para ellos ese día fue algo así como volver a nacer”, expresa. Él se mantiene en contacto con ellos, aunque durante este tiempo no ha podido verlos, a causa de la cuarentena y posterior etapa de distanciamiento social ante el coronavirus.

"No me considero un héroe"

“Me gusta ayudar al prójimo, toda mi vida lo he hecho. No me considero un héroe”, responde, cuando le preguntan sobre su papel protagónico en aquel suceso.

“Muchas personas me dijeron que no aproveché mi fama, pero a mí no me gusta sacar ventaja, me gusta es trabajar”, enfatiza, al contar que tuvo ‘panas’ que le insinuaron que pudo sacar más ‘tajada’ de su solidaridad.

Fernando muestra su colección de recortes de los periódicos que publicaron la noticia del rescate.Gerardo Menoscal / EXTRA

Dice que el mejor ejemplo para sus hijos es haberles demostrado que las cosas se hacen de corazón y con trabajo. Su mayor sueño es ver a sus retoños graduados de la ‘U’.

A veces, cuando pasa por aquel edificio, siempre se acuerda el instante que le cambió la vida, de cómo su vida peligró al filo de la cornisa. Uno que otro morador de la zona lo saluda. Él, asiente con la cabeza.