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Ellas son las ‘masterchef’ de personas vulnerables
Se encargan de la cocina de un comedor comunitario que alimenta a 120 personas vulnerables. Hacen ‘magia’ con los alimentos que les donan.
Maru Zambrano es un as con el cuchillo. Aunque no es tan fan de picar cebolla, lo hace a una velocidad de una máquina.
No tiene otra opción. Los 70 niños de un comedor comunitario, que funciona hace aproximadamente tres años en el barrio Fuente de Luz, en el norte de Quito, aguardan para probar sus platillos.
Poco antes de las 09:00, ella y su colega Luz Sibri llegan hasta el segundo piso de una construcción con paredes azules. Allí, hacen ‘magia’ para llenar los platos de guaguas, sobre todo en “época de vacas flacas”, cuando no hay muchas donaciones.
Antes de la pandemia, las mesas colocadas en la parte trasera del lugar se llenaban con los chiquillos del barrio que, entre risas, gritos y juegos, compartían el almuerzo. Hoy, solo la cocina está habilitada y los niños se llevan la comida a casa en un contenedor desechable. Para el jugo –en polvo– pueden entregar cualquier envase.
Allí, las dos vecis se juntan para preparar 120 porciones de comida –70 son para niños y 50 para personas de la tercera edad o en situación de vulnerabilidad– que antes del mediodía se distribuyen entre los comensales.
Maru explica que el comedor ‘El amor que nos une’ es apoyado por la Fundación Redmisión. Son los benefactores los que contribuyen con los más de 1.400 dólares que se necesitan para alimentar a los residentes más necesitados de Fuente de Luz.
“Son niños cuyos papás trabajan en los mercados desde las cuatro de la mañana hasta la noche y pasan solitos. A ellos les ayudamos con la comida”, acota. Al menos, el 40 por ciento de los chicos almuerza allí.
El menú es sencillo. A veces pollo, a veces salchicha y otras atún. “Hay familias que tienen una situación muy difícil y sus cuatro hijos comen aquí”, menciona Luz.
Los miman
Maru y Luz han tratado de adaptarse a las necesidades de los chicos. Algunos van a clases en la tarde, por lo que antes de las 12:00, su platillo debe estar listo. Otros son intolerantes a alguno de los ingredientes, por lo que las vecis lo sustituyen con un huevito, por ejemplo.
“Las presas de pollo que son pequeñas, las guardamos para los más chiquitos. Tratamos de que se sienta bien. Hay una chica que venía desde que estaba embarazada, hoy su bebé ya tiene unos dos añitos y también come aquí”, cuenta Maru.
Cada 15 días, el comedor recibe una donación de 200 pollos. Esa jornada se torna pesada para Luz y Maru. El día inicia antes de lo normal. Lavan y cortan los pollos en presas para las recetas.
Debido a la crisis generada por la pandemia de la COVID-19, no pueden mimar del todo a los comensales, pero cada tanto, Luz presta el horno de su casa para consentir a los chicos con un pollo con papas fritas. Sin embargo, todos añoran los días en los que comían gelatina o el pastel de vainilla que tan bien le queda a Maru. “Lo hacía para celebrar los cumpleaños, pero hoy el presupuesto es limitado”.
Fusión de sabores
De la sazón nunca nadie se ha quejado. Luz, originaria de Cañar, y Maru, de Manabí, supieron unir sus fortalezas y crear un menú que fusiona los mejores sabores de la Costa y la Sierra. “Sí pataleamos como un mes, pero ya nos adaptamos”, aclara Luz.