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¡El último sobador de Guayaquil y una tradición que se resiste a morir!
Una camilla de metal y un ungüento es todo lo que utiliza. Ahí los clientes ‘llegan desarmados’ y él ‘los arma’. Lleva 46 años haciendo este trabajo.
“Ahí tiene un desgarre. ¿Siente recogida la pierna, verdad? Usted chicoteé el pie nomás”. Al tiempo que le agarra la pantorrilla, le soba con sus rústicos dedos y le lleva la pierna con fuerza hacia su propio cuerpo, Carlos Mite Alvarado va ‘armando’ a un cliente que le llegó ‘desarmado’.
Al aire libre, con solo una camilla de metal a la que coloca una sábana gruesa y un ungüento que de tanto usarlo le tiene quemados los dedos, el Dr. Mite, como lo llaman todos en el sector del camal, ha abierto ya su ‘clínica’.
Está ubicada en el portal de la entrada de una empresa. Ahí no paga alquiler, ni agua ni luz.
Miguel Torres, de 41 años, es el cliente que le llegó ‘desarmado’. Al aire libre, se queda solo en pantaloneta sobre la camilla, donde el ‘terapista del camal’ comienza su labor.
Lleva un año acudiendo donde Mite y dice que le va bien. “Hoy llegué con dolor desde el cuello hasta la pantorrilla y con esta terapia ya me siento mejor”, aseguró.
A vista de todos
Al pie de esa ‘sala de atención’, un sujeto descansa con su carretilla mientras se coloca sus audífonos. Más allá, otro grupo de hombres y mujeres comen y juegan en plena ‘chacotada’. Y unos cuantos más van pasando con fundas llenas de mondongo, hígado y más piltrafa de vaca.
Cliente y sobador no le hacen cara a la vergüenza. Ellos están en lo suyo. “Ya ahí le bajó este desgarre muscular”, le dice Mite a Torres, quien se encuentra boca abajo, mientras le aplasta la espalda y lo masajea con fuerza. El cliente lanza unos ligeros gemidos de dolor.
De 09:00 a 12:00 ese portal a pocos metros del camal se convierte en la clínica de Carlos Mite, quien lleva 46 años en esta actividad.
Él es uno de los últimos sobadores de Guayaquil, de aquellos ‘de la vieja escuela’ que, apostados en las afueras del parque Centenario, en Guayaquil, atendían luxaciones, zafaduras y más molestias a peloteros o amas de casa por igual. Ya no se los ve.
El paso de los años y la aparición de profesionales en terapia física y ramas similares los llevó a desaparecer.
Pero el Dr. Mite no solo que se resiste a dejar la labor que lo ayuda a subsistir, sino que además se jacta de estar bien preparado. Tanto que, asegura, sus dos años de trabajo en una clínica de la ciudad le dieron ciertos conocimientos. “Aquí vienen personas con radiografías y resonancias magnéticas, las veo, les doy el diagnóstico y los ayudo”, dice orgulloso de sí mismo mientras ‘da de alta’ a su paciente.
Herederos de una tradición
Misael Andrade, un profesional de la fisiatría que brinda consultas a domicilio, considera que el trabajo que realizan personas como Carlos Mite es aprendido de aquella “tradición de antes, de los abuelos y abuelas que eran sobadores, y aprendían ese oficio por los años”. Según él, no hay que temer a este tipo de trabajo, pero sí saber a quién se acude para no tener complicaciones.
Como él, Adrián Medina dice que aprendió a sobar porque “me enseñó mi tío Manuel. Hasta de ojo sabía curar y esas son tradiciones que se respetan”, asegura el hombre.