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El centro de Quito perdió al primer lapidero
Fernando Rivera dejó un legado con su arte en San Diego. Sus aprendices y amigos lo recuerdan como un gran maestro.
Se dedicó 63 años de su vida a realizar lápidas para los muertitos de otros, pero no le alcanzó el tiempo para hacer la suya. Fernando Rivera, de 83, llamado por todos como “el papi”, fue el primer marmolista del barrio San Diego, en el centro de Quito. Y hace una semana falleció.
Moradores, amigos y colegas de oficio lamentaron su deceso y contaron que este artesano del mármol llegó a Quito desde Cañar (de donde era oriundo) hace más de seis décadas, para poner su negocio sobre la calle Imbabura y enseñar este oficio a otros.
“Tuvo muchos empleados y más de 200 personas aprendieron este trabajo. Al menos hizo unas 100 mil lápidas. Gracias a él, el oficio del arte funerario se regó en el sector, en la ciudad y en otros puntos. Muchos salieron del taller de don Riverita para poner sus negocios propios”, contó Jorge Vega, amigo y habitante del sector.
Eduardo Chicaiza aún recuerda cuando llegó al taller de este hombre, hace 20 años. Él fue uno de sus aprendices. A más de la paciencia y dedicación para enseñar, destaca la calidad humana y generosidad de Rivera.
“Gracias a él aprendí a trabajar en mármol. Me enseñó a ensamblar piezas, cortar con precisión este material y a elaborar cornisas, que es lo más difícil. Eso solo nos daba la ‘escuela’ del ‘papi’. Pero como ser humano fue el mejor. Fue como un padre para muchos del barrio, siempre estaba preocupado y pendiente de todos y de que el barrio esté bien. Por eso nació su apodo”, recordó el hombre, de 39 años.
SILENCIOSA PARTIDA
Jorge Vega fue amigo de don Riverita por más de 40 años. Contó que toda su vida se mostró como un hombre fuerte y lleno de vitalidad, incluso en los peores meses de pandemia, cuando continuó atendiendo su negocio y aun así jamás contrajo el virus de la COVID-19.
Pero hace siete meses le detectaron una falla cardíaca y fue operado de emergencia. Le colocaron un marcapasos, pero de a poco su salud se degeneró hasta que perdió la batalla y murió, indicó Vega.
“En su mente jamás estuvo morir, mucho menos hacer su lápida. Lo que sí me contó fue que ya tenía un nicho listo, no en San Diego como le habría gustado, pero junto a su esposa, en otro camposanto, al norte de la ciudad. Lo había comprado de oportunidad”, agregó.
Agustín Cabrera, otro marmolista de la zona, mencionó que la muerte del ‘papi’ fue inesperada, tanto que a muchos no les dio tiempo ni para ir al funeral o al entierro.
“Todo fue de un día para otro. Pensamos realizarle un homenaje póstumo. Su tumba aún no tiene lápida, así que le haremos una como él se merece, con detalles bien hechos, casi perfectos. Sabemos que se habría ido feliz si entre todos le tocábamos con la guitarra la canción ‘El aguacate’, su tema favorito. En todos sus cumpleaños la repetíamos al menos unas 20 veces”, finalizó.