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Las mujeres atienden a las usuarias en el bordillo del parterre central de la avenida Olmedo, en la esquina de Chile.Álex Lima / EXTRA

¡Seis 'ñañas' de la belleza 'guapean' en la Bahía!

Un grupo de mujeres tiene su gabinete al aire libre en el centro de Guayaquil. En un parterre de la avenida Olmedo ofrecen sus servicios.

Las manos de Lupe Tobar se deslizan sobre el cabello de una mujer. Le unta un líquido para dejarla linda y bella. De sopetón retumba desde un megáfono: “Venga, venga, taxirruta, El Recreo, terminal de Durán”. El ruido martilla los tímpanos de los transeúntes, pero ella no se desconcentra. Sigue firme como su pulso.

Así acicala a sus clientas en su gabinete ambulante, ante la mirada de todos los que caminan por la esquina de la avenida Olmedo y Chile, sector de la Bahía, en el palpitante corazón de Guayaquil.

En el parterre central, Lupe hace ‘bailar’ la tijera en el pelo de las mujeres, también les aplica tratamientos capilares, delinea cejas, coloca pestañas...

Promocionan sus servicios a quienes caminan por esa zona céntrica del Puerto Principal.Álex Lima / EXTRA

No es la única que ‘camella’ así, al aire libre, lo hace junto con cinco colegas, reforzando la idea de que en esa zona y las aledañas el comercio es intenso. Tanto que los más de 4.000 comerciantes formales de esa zona y un sinnúmero de informales parecen engullir a la ‘marea’ de gente que llega a diario.

Estas ‘ñañas’ de la belleza aprovechan un pequeño muro que existe debajo de unas barandas metálicas de la vereda, para utilizarlo como asiento de sus usuarias. Ellas, interesadas en que las ‘guapeen’, se acomodan allí, quietecitas, mientras las artesanas hacen lo suyo.

“El secreto está en trabajar bien. Aquí se les cobra cinco dólares por un corte de pelo, en otros lados les piden siete y les hacen mal”, comenta Lupe, quien ha dedicado 40 de sus 60 años a la belleza.

Su historia con ese oficio empezó cuando era una quinceañera. En esa época participó de un curso de estilismo. Después siguió capacitándose y la experiencia empezó a ‘lloverle’.

SU BUENA ÉPOCA

Cuando era ‘pelada’, en la época que los tramitadores y vendedores entraban libremente a las instituciones públicas como si fueran a un concierto gratuito, Lupe solía ir a la Corte de Justicia del Guayas y ‘peluqueaba’ a las juezas y abogadas.

Las funcionarias judiciales de esa época fueron sus clientas más ‘pepas’. Eran exigentes, reconoce. Querían que el corte les quede ‘bacán’ y que las traten con mano ‘dulce’, sin halarles fuerte la cabellera. Pero eso sí, pagaban bien. Algunas, ahora jubiladas, la siguen llamando.

También frecuentaba ciertos hospitales, cuyas enfermeras le daban ‘chambita’ con sus melenas. Eran buenos tiempos para ella. Pasaba ocupada y no regresaba a casa con malestar en la garganta, como ahora, ya que debe ofertar sus servicios a gritos en plena a Bahía.

Su pasión por la belleza la ha llevado a crear un preparado que, asegura, tiene la propiedad de hacer crecer el cabello y que se mantenga suave. El líquido lo guarda en un frasquito similar a esos de muestra para perfumes.

Para que no duden de su afirmación, Lupe invita a sus clientas a oler su cabello dorado. Y, efectivamente, no se siente seco ni maltratado. Huele a vainilla.

Lupe Tobar aprendió la profesión a los 15 años. Sus ‘cachuelos’ los realiza a domicilio o en la Bahía.Álex Lima / EXTRA

ASÍ SE UNIERON AL CLAN

Alexa Vera y Carolina Chacha son dos de las ‘panas’ de Lupe. Ellas tienen menos tiempo en ese tipo de ocupación. De hecho sus comienzos fueron algo distintos.

Alexa, quien lleva tres semanas de haberse teñido el pelo de color rojo ‘fantasía’, empezó vendiendo agua y ropa en la Bahía hace siete años. Estuvo en esa actividad por un año y medio y luego se probó suerte en el gabinete al aire libre.

“Yo iba caminando y veía a unas señoras que colocaban pestañas. Empecé a notar cómo lo hacían y fui aprendiendo”, explica. Así fue como conoció a las demás mujeres con las que ahora trabaja en la Olmedo.

De 5 a 10 'latas' suelen costar los servicios, según sea el caso.

Carolina vivió algo parecido. Hace nueve años pasó por una ‘chirez’ durísima. No sabía qué hacer y se puso a vender prendas de vestir en las calles.

Tenía conocimientos de cómo laborar en belleza, pero no se dedicó a eso, sino hasta quedar embarazada, pues quería evitar que sus agotadoras caminatas le complicaran su estado de gestación.

Ella y Alexa se dedican a colocar pestañas postizas. También hacen depilación y pigmentación de cejas. Cuando están en su labor, a veces, levantan ligeramente el rostro de las usuarias. Las hacen mirar hacia arriba para tener más cerca la zona facial superior y trabajar de mejor manera.

Algunas usuarias prefieren cerrar los ojos durante el proceso cuando el sol está ‘matador’, ya que resulta un tormento mirar hacia el cielo. Terminan con la visión borrosa.

El sexteto de estilistas guarda sus accesorios en mochilas o bolsos que guindan en esas mismas barandas del parterre. Tratan de no cargarlos en las manos para no llamar la atención de los policías metropolitanos, que en ocasiones las quieren sacar ‘sopladas’.

Si la jornada está ‘turra’, empiezan a llamar a las mujeres que pasan al pie. “Pestañas, depilación, cortes, venga, amiga”, repiten para ‘pescar’ clientes.

Antes estaban del lado de la calle Chile, pero el cruce de la avenida Olmedo se volvió más estratégico.

¿Y A LA HORA DE HACER 'PIS'?

De lunes a miércoles acostumbran a llegar al gabinete cerca de las 11:00 y se retiran poco después de las 17:00. Los jueves, viernes y sábados, días en que suele haber más ‘camello’, van más temprano, desde las 09:30 o 10:00. Pero si la cosa está buena, puedan quedarse hasta las 19:00 o 20:00.

En el caso de Lupe es un tanto distinto. Ella se queda en su vivienda, en el cantón Durán, hasta el mediodía, porque le prepara la comida a su familia, luego viaja a Guayaquil.

Ella a veces no aparece por ahí, pues algunas clientas la citan directamente en sus casas. Las demás estilistas ambulantes generalmente sí acostumbran a estar en su ‘esnaqui’ permanentemente.

Las artesanas se han hecho amigas. Suelen celebrar sus cumpleaños en ese sector.Álex Lima / EXTRA

No se complican si necesitan ir al baño o almorzar. Usan unas baterías sanitarias que están debajo del puente de la calle Chile y la comida se las suele llevar una conocida o se la compran a algún camarada ambulante, como ellas. Se alimentan paradas o sentadas. Como sea.

La sencillez les facilita la permanencia en ese punto de la urbe, que requiere de ser ‘vivo’ y no andar con demasiadas sofisticaciones. “Igual siempre hay que estar bien presentaditas, lindas, porque la imagen vende”, recalca Alexa.

Compartir la misma ocupación y estar ‘pilas’ con los operativos de los metropolitanos, las ha vuelto inseparables, ‘parceras’. Y entre cortes y delineados se aconsejan y se cuidan.