Exclusivo
Actualidad
Así se realizó histórica cirugía en medio mar de las islas Galápagos
Médico y paciente le cuentan a EXTRA los duros momentos vividos en altamar. La cocina y comedor de un barco atunero se convirtió en sala de operación
Las vacaciones habían iniciado y todo era felicidad. Desde hace dos años, la misma edad que su hijo Felipe, el doctor Daniel Garay no tomaba descanso y le debía este viaje a su esposa. El destino elegido: las paradisiacas islas Galápagos. Sería un paseo de ensueño.
Pero la vida le tenía preparada una insólita jugada. Un reto que lo ponía en una disyuntiva: dejar a su familia sola para salvarle la vida a un hombre en medio mar o seguir disfrutando de su merecido descanso. La decisión fue obvia, la del médico comprometido con su profesión.
Eran las 14:30 del lunes 1 de mayo de 2023. Tan solo había pasado una hora y media desde que el médico traumatólogo Daniel Garay, su esposa Gabriela Figueroa y su hijo Felipe habían arribado a la isla San Cristóbal. Allí aprovechaba, además, para visitar a una amiga de la universidad, Katherine Romero, quien llegó a las islas hace menos de dos meses para asumir el cargo de directora distrital del Ministerio de Salud Pública.
Un cevichito de albacora fue la bienvenida. De pronto, una llamada alertó a su amiga. En aguas internacionales, a 1.500 millas náuticas de la isla Isabela, algo así como a 10 días de navegación, un barco atunero había activado una ‘carta de protesta’, como se llama al documento por el cual un capitán alerta de un suceso.
Le puede interesar - Galápagos: descubren arrecife de coral único en el mundo
Un día antes, el domingo 30 de abril de 2023, cerca de las 06:30 en una maniobra de subida de la panga en el buque atunero Gold Tuna, la pierna derecha del pescador Daniel Romero, de 42 años, se golpeó y fracturó. Necesitaba atención urgente.
Por ello, de inmediato se activó la alerta SAR (ver explicación en el gráfico). El capitán de navío Patricio Rivas Bravo, director Regional de los Espacios Acuáticos y Guardacostas Insular, explica que la Armada del Ecuador y el Ministerio de Salud empezaron a coordinar acciones. Había que mandar un médico.
Vía aérea era imposible. El barco estaba tan lejos que un helicóptero tardaría unas 10 horas de ida y otras 10 de vuelta, y no hay una aeronave con esa autonomía de vuelo. “Y no se podía esperar a que lleguen a las islas, porque el viaje del barco pesquero les demoraría unos 10 días. La vida del paciente estaba en riesgo y había que buscar el mejor medio posible para llegar a él”, asevera Rivas.
¿Cómo lo contactaron?
Katherine le comentó a su amigo turista lo que ocurría, mientras seguían las gestiones. Se buscaba un doctor de manera urgente y el problema es que San Cristóbal no podía quedarse sin un galeno tantos días y en Isabela no hay personal capacitado para ello. Pero ahí estaba Daniel, de vacaciones, eso sí.
Conociendo a su amigo, Katherine Romero se atrevió a comentarles a los involucrados sobre su presencia en las islas. Allí la búsqueda del doctor que vaya a operar en altamar tomó otro rumbo. Ya por su cuenta, la gente del Grupo Buitrago, propietario del buque Gold Tuna, se contactó con Daniel, llegaron a un acuerdo y gestionaron su ida.
“Él es totalmente determinado. Conversamos como médicos la opción de viajar y le dije que si se atrevía, que vaya. ‘Pero no no me vas a llegar como otro paciente’, le dije, por el tema del viaje. Yo sabía que le iba a ir bien, aunque estaba preocupada por los días de navegación”, recuerda Katherine sobre ese momento.
Pero ¿y su familia? ¿y las vacaciones? “Hablé con mi esposa y ella me animó para poder ir en esa misión. Me daba mucha pena dejarla allí con mi hijo, pero ella me impulsó para que vaya a ayudar a este hombre. Me dijo que así como yo tengo un hijo, él también debe tener hijos”, le cuenta en exclusiva a EXTRA Daniel Garay.
Y así fue. Cuando se tomó la decisión, el Ministerio de Salud ayudó con insumos para poder realizar la operación, pues él no tenía los implementos médicos necesarios.
Ni salía el sol, cuando a las 05:00 del 2 de mayo lo fueron a recoger para llevarlo en una avioneta desde Cristóbal a Isabela. Allí se ajustaron algunos otros detalles y luego se embarcó en la guardacosta Isla Darwin, de la Armada del Ecuador. El viaje sería largo y complicado. Su amiga Katherine se lo advirtió: “Tienes que llevar suero oral y otras medicinas para el mareo”.
Ya en el mar, Daniel estaba ansioso por lo que sería atender al paciente, pero a la vez triste por dejar a su familia. “Habían pasado ya unas 12 horas de viaje en la guardacosta cuando me senté a pensar ¿en qué me he metido? Todo era agua y cielo, no había nada. Solo agua por todos lados”.
El viaje siguió y así como ellos avanzaban, el pesquero Gold Tuna también lo hacía. El objetivo era encontrarse en un punto medio, donde se realizaría la intervención quirúrgica. En el barco, Daniel Romero, el paciente, soportaba de manera estoica los dolores.
Y hoy sus recuerdos vuelven a la memoria. “Cuando ocurrió el accidente, lo primero que me hicieron fue el torniquete, me metieron en la cocina, vistieron y lavaron. La primera noche sí fue un dolor intenso, insoportable”, relata.
La amistad de los pescadores se mostró en el mar y lo fortaleció también a él. “Mis compañeros me limpiaban la herida y hacían guardia para cuidarme. Yo les decía ‘tranquilos, muchachos, no pasa nada’. Siempre he sido creyente de Dios y la virgen, y tenía la convicción de que debía regresar con vida porque mis hijos, mi esposa, mis padres me esperaban en casa”.
Pero los días pasaban y se hacían eternos para los dos Daniel: en el pescador, su herida iba empeorando; mientras, su tocayo, el doctor, no es que la pasaba tan bien, pues el largo viaje y el oleaje comenzaban a pasarle factura.
Luego vino la crisis. “Ese día desayuné bien, pero después la pasé mal. No podía comer nada. Me sentía débil. Vomitaba. Estaba asustado porque pensé que me iba a pasar algo y que al final no podría hacer la cirugía”, confiesa Garay.
Entonces se metió al camarote a él asignado y no volvió a salir hasta la mañana siguiente. Justo ese día, el 4 de mayo, cerca de las 15:00 y a unas 700 millas náuticas de la isla Isabela, se encontraron con el atunero. Cuarenta minutos después, el doctor Daniel Garay subía al barco para encontrarse con su tocayo y paciente.
Ya no había vuelta atrás. Había comenzado la ‘operación bisturí de altamar’. Se analizó dónde podía realizarse la cirugía y se escogió el área de cocina y comedor del pesquero. La mesa, pegada al piso, fue la camilla quirúrgica.
“Tocó desinfectar y separar con plático la cocina y las ollas del área del comedor. La mayor complicacion es que estaba sin anestesiólogo, pero le hice un bloqueo con anestesia y luego procedí a hacer la cirugía. El paciente estuvo despierto todo el tiempo, conversando conmigo”, explica el galeno.
La pierna del paciente había sido envuelta con trapos de cocina y camisetas. “Cuando le desenvolví eso, estaba con mosca, podrida, cubierto con líquido purulento... estaba terrible eso”, recuerda el galeno.
Debido al daño registrado, fue necesario realizarle una amputación de parte de su pierna, pero se le salvó la vida. Una hora y media duró la cirugía.
Pero allí no acabó todo. El regreso a la isla Isabela fue igual de agotador y doloroso para el paciente, que comenzó a presentar fiebre, estaba hiptérico (ojos amarillos), con taquicardia. Y del doctor ni qué se diga. Siguieron los mareos y el vómito. “Es terrible eso”, dice con una sonrisa al recordar esos días.
Días después, Verónica Zambrano viajó hasta San Cristóbal, donde a Daniel le practicaron otras cirugías para ajustar la operación de emergencia realizada, tal como se lo había advertido su tocayo, salvador y hoy amigo.
Hoy, Daniel el pescador ya está en casa, con su esposa y sus hijos Alison, Jostin y Lian, “mi fortaleza y el motor de mi vida”. Él sabe que no volverá a la pesca, pero entiende que “Dios tiene un propósito para mi. Ahora mismo no sé la respuesta, pero le doy gracias a ‘papá Dios’ por lo que me dio”.
En tanto que Daniel, el médico, tiene tanto que agradecer que siente que se le puede escapar algo. “A mi madre Celeste Villamar, que formó a este hombrecito que vive para salvar vidas”, empieza. Y lo mismo hace con quienes lo formaron, con sus compañeros de lucha y, por supuesto, con Daniel, su tocayo, de quien destaca su valentía en el mar y al aguantar tremendo dolor hasta su operación.
Él también ya está en su casa, por supuesto luego de pagar el viaje adeudado a su esposa Gabriela. Aprovechando un seminario que tenía en Cartagena de Indias, en Colombia, se la llevó para allá. Al fin unas vacaciones sin bisturí de por medio.