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Ramiro Rivera, el Papá Noel sin barba de Playas: toma cerveza en una bacinilla
El Papá Noel de Playas no usa el típico traje rojo, pero obsequia juguetes a los niños, construye templos y toma cerveza con su propia ‘copa’.
La generosidad de su corazón y la vacilada ‘en buena onda’ hacen de Ramiro Rivera, de 74 años, un Papá Noel diferente y bastante curioso.
No tiene barba, no es panzón ni viste con el traje rojo del viejito risueño. Eso sí, “es recontra regalón y buena gente”, aseguran quienes lo conocen. Ah y, además, le gusta ‘echarse’ sus cervecitas de vez en cuando, y hasta en eso es diferente: no toma en vaso, sino en una bacinillota blanca de hierro enlozado.
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Esta última costumbre, cuenta Ramiro, nació un día que estaba tomando y sus amigos tenían gripe, servían la cerveza en el mismo vaso y se lo pasaban del uno al otro. Para no contagiarse, él mandó a comprar una bacinilla, la llenó con dos botellas de cerveza y comenzó a tomar de ahí, ante la desaprobación de sus amigos.
Pero él dice que una bacinilla no es otra cosa que una taza grande, si la usas solo para tomar, no hay problema. “Esta es mi ‘copa’ favorita para brindar por Navidad y Año Nuevo”, dice sonriente Rivera, mientras le muestra a EXTRA cómo se toma cerveza en bacinilla.
Su otra costumbre, la de convertirse en un Papá Noel sin traje, nació un 23 de diciembre de hace 30 años. “Vi que un niño le pedía un juguete a su padre, este lo reprendió y le pegó en la espalda, haciendo que el pequeño pierda la respiración; cogí y lo llevé al médico, y después le regalé un juguete; desde entonces regalo juguetes, porque no quiero que esta triste escena se repita”, relata.
A Riverita, como también lo llaman sus conocidos, esta escena le recordó su niñez de pobreza, cuando a los 9 años salió de su natal Santa Rosa, un recinto de Jipijapa, de la provincia de Manabí, caminando 200 kilómetros a pie y sin zapatos, en busca de mejores días. Llevaba en su bolsillo 5 sucres que le regaló su abuelita para que comiera hasta que consiguiera algo.
Antes se encomendó a san Alejo, un santito que se encontró su abuela entre el lodo de las montañas, y le pidió que le ayude a encontrar trabajo, que con lo que gane le construiría una iglesia y ayudaría en lo que necesiten otros niños pobres como él.
Ramirito encontró trabajo como panadero: en la madrugada horneaba el pan y en el día los vendía, casa por casa montado en un burro. Con sus ahorros puso una pequeña cristalería en Jipijapa, trabajó como chofer y después estudió Biología Marina. Ya como profesional trabajó en camaroneras, regresó a San Santa Rosa y cumplió su promesa de construir el templo a San Alejo.
Después emigró a Playas y, actualmente, con ayuda de amigos construye una iglesia evangélica, en la parroquia Progreso.
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