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Quito
‘Tejido’ criminal en chongos ‘truchos’
Según la Policía, entre las irregularidades que se reportan en estos centros de tolerancia están: expendio de bebidas alcohólicas (40 %), retiro de libadores (50 %) y robo de accesorios (20 %).
Un olor a orina y cañería asedia la segunda planta de un chongo clandestino del norte de Quito. Los muros están cubiertos con baldosas blancas. Los cubículos con números en las puertas, lejos de parecer habitaciones, lucen como baños públicos: sucios, nauseabundos, sombríos.
Ese ambiente está normalizado entre los asistentes de estos night club ilegales y las trabajadoras sexuales. Pero es solo la punta de una ‘madeja’ de ilegalidad que afuera se enreda aún más. Trata de blancas, delincuencia, coimas, amenazas y hasta asesinatos forman parte de una trama de inseguridad que se teje en barrios del norte de la capital.
No todos tienen una dirección fija. Se mueven con las clausuras. Rentan la casa de al lado, la de al frente o la que está en la otra cuadra. Pero la Policía ha identificado, al menos, a una veintena de estos centros de tolerancia que ‘camellan’ al margen de la ley.
Están en El Bosque, el Sector del Aeropuerto, La Kennedy, Jipijapa, Iñaquito, La Mariscal y en el Circuito Universitario. Carlos Rubio, jefe de Policía del Distrito Eugenio Espejo, detalla que en las zonas más conflictivas los operativos son frecuentes para frenar el cometimiento de delitos.
Una de las constantes que tienen son los ebrios. “Se los retira y así se evitan las riñas”, resalta. Adicionalmente, existen unidades de inteligencia que hasta se infiltran en estos cabarés para analizar su movimientos y ‘cortar’ el negocio.
Las amenazas
Durante esta semana, el centro nocturno de baldosas blancas, ubicado en la avenida 6 de Diciembre, fue intervenido. No tenía permisos de funcionamiento y dos mujeres indocumentadas ejercían el trabajo sexual sin su carné amarillo (documento de salud que respalda la actividad). Lo clausuraron.
Andrea Arévalo, comisaria de Policía del Distrito Eugenio Espejo, manifiesta que en las redadas han ubicado a chicas dentro de minúsculas habitaciones, en sótanos y hasta en sumideros y alcantarillas. “Con ellas no se puede hacer más que verificar que tengan sus papeles en regla”. El sexoservicio no es un delito.
A unos cuatro kilómetros de distancia de este chongo funcionaba otro. Se encontraba en la calle De las Gardenias, en El Inca, y uno de los ‘huesos más duros de roer’ para las autoridades.
Ha sobrevivido una década y, al menos, seis clausuras en total: solo en lo que va del 2022 fue cerrado cuatro veces. La última, según la Comisaría de Policía, fue la definitiva, pero no se sabe. Hay personas que rondan. Preguntan. Quizá pronto lo vuelvan a rentar.
Ese negocio clandestino compartía predio con otros dos establecimientos regulares (una bodega de vinos y una lubricadora de autos). Hace un mes, en aquel night club un hombre fue apuñalado. Murió horas después en un hospital de la avenida América, norte capitalino.
“Decían que fue por una riña entre bandas. Por aquí hay muchas. Y ese chongo era su lugar de encuentro. Se dice que ahí planeaban delitos, golpes grandes”, cuenta José (nombre protegido). El hombre teme por su seguridad porque quienes trabajaban en ese cabaré ‘trucho’ lo amenazaron de muerte.
La propietaria es una mujer de la tercera edad que, en ‘buenos tiempos’, cobraba hasta 3.000 dólares mensuales por el alquiler de ese departamento de uno 500 metros cuadrados.
Los últimos inquilinos quedaron en mora. Tras la clausura se llevaron lo poco que las autoridades no incautaron. Esa primera planta de la casona de ladrillos está ‘pelada’, relata José.
Las coimas
El morador cuenta que muchas veces, el silencio de la gente se ha comprado con dinero. “Todo se mueve con plata. Hay regalos, canastas navideñas o hasta el ofrecimiento de arreglar una calle dañada (por parte de los que trabajaban en ese chongo)”, cuenta José.
La muerte del joven avivó el terror en ese barrio. “Hay autos con vidrios polarizados que merodean por allí. Este negocio de los burdeles tiene gente de la peor clase. Hasta se ha oído que se pagan ‘vacunas’”, precisa el residente.
Los habitantes conviven con el miedo, con las riñas, los ebrios, los asaltos. Pero no todos callan por dinero. Algunos lo hacen por pánico. Los amedrentan.
“Ahora sí está cerrado de verdad, pero no sé si dure mucho tiempo así”, comenta Rosalía Achig, otra moradora de El Inca. En una de las redadas para cerrarlo, las autoridades encontraron armas blancas y de fuego en posesión de los trabajadores e incluso dosis de droga, las cuales estaban camufladas en la ropa.
Para Rosalía, ese lugar ha sido un foco de inseguridad. “La gente sale bien tomada y luego los van asaltando”, añade. Pero allí no solo hay robos y atracos a personas. La comisaria Arévalo revela que alrededor de estos puntos hay tráfico de sustancias, tenencia de armas, robos de vehículos y accesorios y demás.
Mezcladas en delitos
Un desfile de gente se evidencia en las afueras de estos burdeles. La mayoría son hombres de entre 20 y 40 años. Algunos van en carros de lujo, otros ‘a patazo’.
Los habitantes cuentan que no solo las trabajadoras sexuales, clientes o administradores llegan a estos sitios: lo hacen también los delincuentes.
“Se ve de todo. Hay chicas que vienen a laborar porque les gusta su trabajo, las que lo hacen por dinero, pero también las que están obligadas”, cuenta José, testigo de estas circunstancias. Añade que los ‘chulos’ las llevan, esperan a que cumplan con el trabajo y las sacan del antro.
Pero también están las que llegan por sus propios medios. Trabajan en otros cabarés o en la calle e iban hasta el que estaba en la calle De las Gardenias para “rematar” la noche.
“Hay las que trabajaban bien, sin meterse en problemas, pero también las que no. Algunas han robado a los clientes. Los escopolaminaban. Luego los llevaban a sus casas y les vaciaban todo. Al día siguiente, la gente venía molesta a denunciar, pero nadie les respondía”, enfatiza José.
Y mientras adentro algunos se divierten, los vecinos son solo fichas de un ‘dominó’ que caen en la inseguridad, el miedo y el silencio como un efecto colateral de estos chongos del terror.
No solo delitos, también harta cochinada
Los cabarés no solo se esconden en falsos bares y discos, hostales y departamentos, también funcionan como casas de citas irregulares. Estos espacios, además de no contar con permisos de funcionamiento y de uso de suelo, están en zonas residenciales y muchas veces son insalubres para la actividad que desempeñan.
La comisaria de Eugenio Espejo explica que ha intervenido hostales con habitaciones en las que no había ni camas. “Ni siquiera una estera. Ahí mismo lo hacían, sobre el suelo pelado”, aclara.
En estos centros nocturnos se ha encontrado alcohol adulterado, tabacos de contrabando y hasta plagas (cucarachas y roedores).
Un vecino quiso darle un vuelco a la realidad que se vive en El Inca. Hace un par de años, se hizo cargo del departamento De las Gardenias y montó una discoteca legalmente constituida.
“Le metí dinero. Dejé el lugar muy bonito. Era muy estricto con la seguridad, con quién entraba y con quién salía, pero de nada sirvió”, destaca.
Pese a sus esfuerzos, la gente lo seguía relacionando con el chongo clandestino. Los clientes preguntaban por las chicas, pedían habitaciones y hasta lo amenazaron.
El residente explica que detrás de los cabarés ‘truchos’ hay lavado de dinero y en su disco intentaron hacer lo mismo. Se negó y ‘casito’ no la cuenta.
El sitio duró apenas un año y el hombre se fue a la quiebra. “Hay pandillas y esa gente no va a permitir quedarse sin un hueco para divertirse”.