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Hace un año que Pedro Montero no ha podido entrar a su vivienda, luego de un deslizamiento de tierra.GUSTAVO GUAMAN

Quito: Moradores viven al filo de la tragedia

En 2022, 268 familias fueron afectadas por inundaciones o deslizamientos de tierra. Según una especialista, la capital no está preparada para enfrentar casos de riesgo.

Hace 35 años, Eva Sánchez llegó al barrio San Rafael, cerca de Atucucho, al norte de Quito. Ella junto a su esposo fueron de los pocos habitantes que se aventuraron a vivir en las laderas del Pichincha y cerca de la quebrada San Rafael.

Uno de sus mayores deseos era tener agua potable, pero el Municipio no los escuchó y con decenas de mingas esta pareja y sus vecinos construyeron el alcantarillado. “Nosotros picamos el suelo porque antes éramos unidos. Nos sacamos el aire desde esta calle hasta abajo”.

En San Rafael crecieron sus tres hijos, también murió su esposo y ella quedó a cargo de la administración de la única tienda de la zona. Ha sido testigo por décadas de cómo los habitantes piden a las autoridades que se interesen por adoquinar las calles, pues ni los camiones de basura pueden entrar a recoger los desechos.

Vino el señor (Mauricio) Rodas (alcalde 2014-2019) y no nos ayudó en nada, dijo que iba a venir a poner el asfalto y nunca llegó, vinieron otros alcaldes y tampoco nos ayudaron. Los señores del Municipio nos cobran el impuesto del alcantarillado, de la recolección de basura, pero no hay trabajos, vea cómo están las calles”, se lamenta.

Entre la ciudad y el bosque

El barrio San Rafael se compone de unas 100 viviendas. Está ubicado al final del barrio Atucucho, que se levanta sobre la Occidental, una de las avenidas más concurridas de la capital que une el sur con el norte.

No hay pavimentación. El camino es de tierra, pastan vacas y hay mucha basura. En la entrada se levanta una pequeña capilla de cemento. Ahí descansa el Divino Niño, una figura que ni siquiera se alcanza a vislumbrar con claridad porque el vidrio está lleno de polvo.

Hay escaleras de tierra improvisadas que dirigen hacia una calle inferior. Desde una vivienda amarilla saluda Carlos Miguel Guachi. Mientras evita que su perro ‘Chocolate’ lance una mordida, explica que hace dos años hubo un deslizamiento de tierra que llegó hasta su patio.

“Ya estamos curados de espanto. Antes llovía y sabíamos tener miedo, pero ahora no pasa nada”, asegura este habitante que describe a su barrio con cariño. “Es seguro y tiene una vista clarita, se ve todo, es la mejor vista de Quito”, declara.

Con él concuerda Pedro Montero. Desde la entrada de su vivienda puede mirar el antiguo aeropuerto Mariscal Sucre, el cerro El Panecillo que levanta a la virgen de Quito y las antenas del volcán Pichincha.

Los vecinos del barrio San Rafael aseguran que sus predios no han sido legalizados. Algunas viviendas de la zona están abandonadas y solo sirven para guardar ganado.gustavo guamán

Eso sí, no puede habitar la casa que construyó hace dos décadas porque hace un año, debido a la lluvia, se deslizó la construcción de su vecino y la tierra cayó en el espacio donde habitaba. Nadie quiere hacerse cargo.

“Ahora vivo en este cuartito. Me acuerdo de ese día y hasta ahora me asusto. Estaba lloviendo durísimo. Fue un ruido espantoso. Ahora cuando cae mucha agua me voy donde mi mujer que vive en un departamentito con mi hija”.

Alturas

Entre 2015 y 2021, en Quito se reportaron 4.164 eventos climáticos (fuertes lluvias), de los cuales 2.205 provocaron deslizamientos, 1.923 inundaciones y 36 desbordamientos de ríos. Así lo explica Freddy Nieto, director Metropolitano de Gestión de Riesgos de la Secretaría de Seguridad. 

Reconoce que Quito es una ciudad con múltiples riesgos. Vivir en las laderas o cercanías del volcán Pichincha expone a sus habitantes a caídas de ceniza, deslizamientos de tierra, sismos y más. En esta zona, según explica, también hay erosión e intervención humana, es decir, se levantan viviendas sin tener idea de que no es un lugar seguro para habitar.

Existe un sistema de monitoreo a las quebradas principales, muchas de ellas en las laderas de este volcán. Nieto explica que se las mantiene limpias con una planificación anual. También se realizan sobrevuelos para evitar que se llenen de escombros y basura.

Reconoce que no solo esta zona es riesgosa. Cita al barrio La Gasca, donde un aluvión se llevó la vida de más de 20 personas en 2022, o en La Forestal, al sur de la capital, en donde un reciente deslizamiento terminó reubicando a 170 familias hacia el barrio Victoria del sur y la Mena 2.

El Municipio impulsa un proceso de relocalización de las familias para que abandonen las zonas críticas de riesgo e ingresen a un proceso voluntario de ubicación en espacios seguros. La institución entrega bonos a las personas que se acojan al programa. Uno de los requisitos es que el núcleo familiar tenga ingresos por debajo de la canasta básica.

Otras realidades

Rosa Chimbo y su familia levantaron su casa en Cochapamba, un barrio ubicado bajo las laderas del Pichincha. En esta zona, a diferencia de San Rafael, existen viviendas modestas, pero también casas de dos o tres pisos. Se rumora que algunas de ellas han sido construidas con dinero de las remesas enviadas por los migrantes a sus familias.

La casa de Rosa es de cemento, madera y eternit. Ella y su hermano la levantaron hace algunos años. Ella no tiene otro sitio al que ir porque sus ingresos solo dependen del reciclaje y además tiene tres hijos que mantener.

Lo mismo opina Luis Salcedo, quien camina 20 minutos desde la parada del bus por una empinada calle hasta su vivienda. Reconoce que en época de lluvia se intranquiliza porque teme que la casa que construyó junto a la quebrada San Vicente vaya a colapsar. “Nos toca apretar el corazón nomás y pedir a Dios que nos cuide, pero no vamos a abandonar nuestras casas que tanto nos costó levantar”.

En el barrio hay vacas que transitan en las calles sin ningún control. En otros predios también se observa cerdos y ovejas.GUSTAVO GUAMAN

Muy cerca está el barrio Osorio, donde ocurrió un aluvión en marzo de 2019. Ahora, los vecinos están más pendientes de que las autoridades limpien las quebradas para que no vuelva a ocurrir una tragedia. Luis Clavon recuerda que ese día sintió un ruido muy fuerte. Con furia bajaba agua, lodo y ramas.

El impacto rompió una ventana e hirió su mano. “Mi hijo que tiene discapacidad y yo nos quedamos encerrados en el cuarto, viendo todo desde una ventana y con un miedo que ni le puedo explicar. Mi casa era una isla”, recuerda.

Un desorden completo 

Liliana Troncoso, geóloga con maestría en Gestión de Riesgo del Desastre y docente de la Universidad Central del Ecuador, cree que Quito es una ciudad que ha crecido de manera “desordenada y sin entender las exigencias del territorio”. Por un lado, asegura que la capital se expande abrazando al volcán Pichincha y por el lado oriental presenta una falla geológica que la hace más propensa a las actividades sísmicas. “Es una ciudad multiamenazas, ¿cuándo vamos a entender esto?”, cuestiona.

A su criterio, no solo las viviendas de bajos recursos están construidas en zonas de riesgo, también cita casos de conjuntos habitacionales en el valle de Los Chillos, que están cerca del volcán Cotopaxi (zona de riesgo) o el sector de El Bosque, El Pinar y otros, que conviven con las laderas del Pichincha.

“Se vende una vista muy hermosa, pero se están construyendo edificios en zonas que están generando muchos desechos, e incluso consumiendo agua en exceso y eso desestabiliza ciertos territorios”, explica.

350 quebradas, quebradillas y quebradas rellenas existen en Quito.

Si bien se podría inferir que al vivir en la ladera de un volcán el mayor riesgo es la llegada de lava si llegara a erupcionar, este no sería el caso de Quito porque la boca de este coloso se dirige al occidente, mientras que la capital está en dirección contraria.

Para la experta, la caída de ceniza sería una de las principales afecciones y actualmente los deslizamientos de tierra debido a las lluvias. Una de las dificultades es la intervención humana. Explica que en las laderas existen muchos eucaliptos que llegaron hace 200 años, pero no son nativos de la zona y su crecimiento genera inestabilidad del suelo, deslizamientos y pérdida de agua.