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La prostitución se prolifera sin mascarillas en Guayaquil
Aumento de prostitutas en viejos y nuevos espacios, ausencia de medidas de bioseguridad y ‘mataderos’ clandestinos, los males que agobian al centro
Están a menos de un metro. No usan mascarillas. Hay carcajadas, abrazos, cuchicheos. Si una de las tres trabajadoras sexuales que conversan en la esquina de 9 de Octubre y Antepara estuviera contagiada de COVID-19, el virus se reproduciría no solo entre ellas, sino entre sus posibles clientes. O en quien camina por ahí.
Hay quienes detienen la marcha de sus carros y las dejan asomarse a las ventanillas, así, sin tapabocas y buscando la cercanía que les permita tener ingresos. Todo mal. Así no hay bioseguridad en el negocio del sexo de paga en la vía pública.
Todo esto lo ve Martha Valencia desde el balcón de su casa. En los 10 años que tiene viviendo en el centro de Guayaquil, siempre se ha quejado por la presencia de las meretrices que, asegura, vuelven insegura a una zona que debería ser turística. Sin embargo, desde que empezó la pandemia, a su malestar por las constantes peleas de las mujeres, de sus ‘chulos’ o la venta de droga, se ha sumado la preocupación por los contagios del virus.
“Esto es un problema de nunca acabar. Pero ahora es peor porque esas chicas ni siquiera se ponen mascarillas. No hay nadie que las controle. Los primeros días de la pandemia me alegré y pensé que se iban a retirar por el confinamiento, pero al contrario, llegaron más”, reniega.
Esto lo confirma Ana Cristina Leyton, intendenta de Policía de Guayas. Explica que, como los centros de tolerancia fueron cerrados al inicio de la pandemia y permanecieron así por al menos nueve meses, muchas trabajadoras sexuales buscaron la calle como fuente de ingresos.
Ingresos que en las aceras varía, según ‘Tania’, porque además de su lugar de trabajo, es una zona de ‘guerra’ donde se pelean por atrapar clientes entre tanta competencia nacional y extranjera. Los ‘puntos’ pueden ir desde 3 hasta 20 dólares. No hay una tarifa fija. Martha ha sido testigo de cómo se ‘jalan los pelos’, cómo hasta se arrancan las diminutas y coloridas prendas que usan para llamar la atención. Aunque buscan la oscuridad para camuflarse entre las sombras, entre los postes, ellas no pasan desapercibidas.
Pero ese no es el único problema. “Las decisiones del Comité de Operaciones de Emergencia (COE) han traído efectos colaterales. Se han proliferado las casas de citas. Entonces, ahora no solo tenemos el trabajo sexual en las calles, que se realiza sin control, sino que también ha aumentado la clandestinidad”, detalla.
Este control, insiste, va más allá porque, como lo ve Martha desde su balcón a diario, no solo implica que las mujeres no irrespeten las medidas de bioseguridad, sino que, de acuerdo con la funcionaria, no tienen el control de Salud en tema de enfermedades de transmisión sexual. Otro efecto colateral de la pandemia, argumenta.
EXTRA se comunicó con el COE cantonal para conocer qué estrategias de control, al menos en tema de bioseguridad, se están implementando en el centro, específicamente con el trabajo sexual, pero hasta el cierre de este reportaje no respondieron a las solicitudes de entrevistas.
En las casas
Como ya lo adelantó EXTRA en septiembre pasado, una salida que encontraron las sexoservidoras y que se quedaron sin empleo fue el uso de casa de alquiler como burdeles.
De acuerdo a Leyton, desde que inició la pandemia hasta enero pasado, más de 26 casas fueron intervenidas en la provincia del Guayas, en su mayoría, en el centro de Guayaquil. En febrero pasado, solo en lo distritos Florida, Sur y Pascuales, se intervinieron 7 casas más.
“Alquilan departamentos o inmuebles en el centro. Los vecinos se empiezan a dar cuenta de que algo pasa ahí y nos alertan (a la Gobernación del Guayas)”, cuenta. Este era el escenario hasta que abrieron los hoteles y hostales que, por lo general prestaban sus instalaciones para el trabajo sexual informal.
Pero no solo esto. Karen Sotomayor, comisaria de la Gobernación del Guayas, apunta que también han descubierto que las trabajadoras sexuales, de manera individual, han preferido recibir en sus departamentos a sus clientes. “Muchas de ellas no tienen su carné profiláctico, este es un problema de salud y orden público”, lamenta.
César Avilés, otro morador del centro porteño, precisa que hay una proliferación de mujeres que ha visto transitar por su zona desde hace 22 años, tiempo que tiene residiendo en el lugar. “Con la pandemia, la prostitución en el centro, lejos de disminuir, aumentó”, recuerda.
Ese no fue el único cambio, sino que, por el toque de queda, las chicas, en lugar de ir por las noches, iban desde las 05:00 precisa el morador.
Mutaron en su oferta
La intendenta encargada también destaca que dentro de las mutaciones que tuvo la dinámica sexual en Guayaquil están las calles. A las zonas que ya tenían identificadas como los lugares donde se paraban las trabajadoras se sumaron otras, como la avenida 25 de Julio, en el Distrito Sur, y la vía a Daule.
Antes de la pandemia, señala la intendenta, caminaban por la calle Los Ríos, hasta 10 de Agosto, Machala, parque Centenario; se paraban por García Moreno hasta las calles Luque, Hurtado, Vélez y 9 de Octubre; ocupan la calle José Mascote, Esmeraldas, Primero de Mayo. Lugares del Distrito 9 de Octubre y Modelo.
En cuanto a las casas de cita, estas se encuentran ubicadas en su mayoría en el Distrito Modelo, Florida y en el centro.
“Lo que está provocando que ellas se desplacen a otros sectores no solo es la intervención de las autoridades y operativos, sino por la cantidad de trabajadoras sexuales que ahora están en la calle. Ya no les resulta, tal vez, pararse allí, porque hay muchas”, comenta. Además, calcula que las mujeres dedicadas a ofrecer servicios sexuales que ocupan el espacio público han aumentado en un 30 por ciento.
Este es un cálculo que establece ‘al ojo’, de acuerdo a los operativos que realizan, porque explica que es difícil establecer un número de mujeres que laboran en las calles porque rotan tanto de horario como de ubicación.
Brenda Rentería, presidenta del Barrio de Tolerancia la 18, lamenta que la clandestinidad sea una ‘competencia’ para ellos desde que empezó el virus. Si bien los centros de tolerancia empezaron a abrir tras firmar un acuerdo con el Municipio, las restricciones como la venta de bebidas alcohólicas han bajado sus ingresos. Y esto ha hecho que muchas mujeres que trabajaban con ella prefieran la ilegalidad.
Tan grave es la situación de la clandestinidad, informa Leyton, que se formó un grupo de comisarios que destina de una a tres horas para investigar qué casas de citas hay. Especifica que son trabajos que toman tiempo, pues van desde rastrear cómo se consiguen clientes hasta los convenios que se hacen para el alquiler de las casas. Como lo explicó EXTRA en un reportaje pasado, quienes rentaban estos espacios, para evitar ser descubiertos, cambiaban de locación cada mes o dos meses.
Leyton añade que descubrieron una página web donde hay perfiles de trabajadores sexuales que dejan sus fotos y sus contactos para que el cliente pacte con ellas. “Esta es una nueva modalidad que se ha afianzado con la pandemia, así están operando ahora, sin ningún tipo de seguridad”, comenta.
Insiste en que este tema ya no solo se centra en la salud, sino también en la integridad de los clientes. Detalla que, de acuerdo a las investigaciones que han hecho en varias casas de citas, dentro de estos locales no hay guardias o personal que garantice que dentro no se cometa algún delito.
Esto es lo que más les preocupa a Martha y a César que, como moradores del centro sientan que no pueden disfrutar de su vecindario porque temen que el aumento de las jóvenes también sea sinónimo de atracción para otro tipo de actos delictivos.