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Pedro Fuego es un sanador con rastas
Tiene un don para curar. Es también arquitecto, ‘profe’ de yoga, músico y pintor.
Se llama Roland Charpentier, pero los vecinos le dicen Pedro Fuego, el sanador. Es alto, robusto y lleva rastas que llegan hasta las rodillas.
Siempre supo que con solo su presencia era capaz de arrancar sonrisas, aliviar ambientes pesados y acabar con los sufrimientos.
Y, cuando lo tuvo claro, leyó cada libro sobre medicina natural que ‘cayó’ en sus manos, hizo cursos con sanadores y hasta tuvo un breve ‘romance’ con las terapias de hipnotismo.
Hoy, a sus 50 años, es la experiencia la que lo ayuda a curar. Sus manos hacen la magia “con el cuerpo y el alma”.
Pedro Fuego dice que en su vida pasada era un sacerdote en India. “Esto se me reveló en un sueño. Estaba en una especie de ceremonia. Nadie decía nada, pero yo era el que dirigía”, explica.
Lo sigue haciendo, desde una pequeña sala, en el barrio La Paz, en el norte de Quito. Allí, imparte clases de yoga, impone las manos para sanar, pinta y hace música
Él dice que es un “hombre medicina” y que gran parte de los dolores físicos son mentales, relacionados con los pensamientos. “Cuando te duele el centro de la espalda es porque guardas algún tipo de resentimiento, casi siempre hacia los padres”.
Aunque sus técnicas e ideas generen algo de escepticismo, después de su actuación, a ninguno le quedan dudas. “Es increíble. Me siento muy bien. Estoy tan relajada”, dice Alicia Castro, vecina de Míster Fire, como también nombraron al sanador.
Ella lo conoce desde hace un año, cuando con su ‘pinta’ hippie llegó al edificio a instalar su centro de terapias alternativas. “Es tranquilo, amable. He querido que me enseñe a hacer yoga, pero no ha habido la oportunidad aún”, precisa.
Después de la intervención de Pedro Fuego, Alicia quedó ‘papelito’ y regresa “feliz y aliviada” a la ferretería que regenta.
El origen
Pedro creció en el seno de una familia de origen francés. Él dice que su apellido significa carpintero. Es el último de seis hermanos. “Soy hijo del amor. Mis padres estuvieron felizmente casados por 52 años”, revela.
Hace un mes, el cáncer se llevó a su progenitor. Sin embargo, un legado de arte y conocimiento le fue heredado. “Era campeón de ajedrez de Pichincha. Mi hermano y yo seguimos el mismo camino”.
Desde los 12 hasta los 17 años, Pedro también fue campeón hasta que un día -cuando casi se jala el año en el colegio por ir a un torneo- dijo no va más. “Entrenaba casi cinco horas diarias. Era un nerd. Ahí me di cuenta cuánto tiempo tenía para hacer otras cosas. Me uní al club de teatro y hasta monté una obra”, agrega.
Su pasión por la arquitectura también llegó en la adolescencia. Un vecino le daba unas monedas para que lo ayudara a elaborar las maquetas y le fascinaba esa actividad.
Cuando terminó el cole pensó en estudiar arte, pero su madre no le permitió y, como la facultad de arquitectura estaba cerca de la de arte, se inscribió.
Su primer trabajo como arquitecto lo consiguió ya siendo una hombre de rastas. Estaba en Montañita, Santa Elena, y pidió al dueño de un restaurante que le dejara tocar con su banda. “Era un ‘gringo’ y me dijo que estaba en temporada baja y que no había muchos ingresos y que quería construir un escenario para él presentarse con sus músicos… mientras él hablaba dibujaba en un papel el escenario”.
En el momento en el que se lo dio y se presentó como arquitecto, el extranjero se burló. Sin embargo, unos días después, llegó con un plano y, en dos semanas, aquella obra estuvo lista.
Allin Shungo
ue discípulo de los médicos curanderos de Pichincha. Ellos le decían Allin Shungo y significa hombre de buen corazón.