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Patada voladora a la COVID-19
La pandemia ha dejado a deportistas sin su vicio: la lucha libre. Los sobrevivientes de este deporte cuentan cómo entrenan en tiempos de coronavirus.
Demencia habla con una cabeza de plástico antes de subir al cuadrilátero. Siempre. Es un poco nervioso, atlético, de pocas palabras. No da su nombre real, dice que le gusta pasar de incógnito en la industria del entretenimiento. “Mi máscara es mi rostro”, comenta. Sin embargo, en la vida real sufre de depresión y ansiedad, pero no va al psicólogo. Su pastilla sanadora es la lucha libre.
Mide 1,69 metros, tiene 33 años y se especializa en los ataques aéreos.
La pandemia de COVID-19 no le ha dejado acceder a su ‘medicamento’, que lo adquiere en La Ferroviaria Alta, frente al colegio Vicente Rocafuerte, en el sur de Quito, en la escuela Ecuador Full Wrestling (EFW). No se trata de una farmacia sino de un ring de seis por seis metros cuadrados y 80 centímetros de alto. Fue creado por el luchador Comando, hijo del legendario Relámpago.
Ahora va cuando puede, cuando baja la curva de contagios y, últimamente, cuando no hay estado de excepción.
Dentro de ese galpón, donde antes de que se propagara el coronavirus entraban hasta 200 personas durante un combate, Demencia vivió el mejor día de su vida. Fue el 1 de junio del 2019. Se definía al campeón por el título extremo entre dos clubes de lucha del país.
Su contrincante fue Tanger, de Guayaquil, que representaba al Consejo Ecuatoriano de Lucha Libre. El foráneo casi lo deja paralítico por un golpe en la espalda con una escalera. También le partió la frente. Sin embargo, Demencia ganó.
El deportista cuenta que durante su carrera ha sufrido fracturas, cortaduras, moretones. Sin embargo, la lucha libre es su medicina.
Tanto así que la lleva tatuada en su piel. Se marcó en el pecho los rostros de los luchadores mexicanos Huracán Ramírez, Fénix y Penta Zero M. En el brazo tiene a la Santa Muerte con otro luchador y una máscara acompañada con la siguiente frase: “El miedo no es una excusa para llegar al éxito”.
Esta leyenda se la tatuó antes de que llegara a la capital desde Riobamba, su tierra natal, cuando tenía depresión y ansiedad. Fue antes de conocer el cuadrilátero y este deporte espectáculo.
A una hora de ahí, en la escuela de lucha libre Wrestling Alliance Revolution, mejor conocida por sus siglas WAR, el Jaguar se lava las manos y se coloca alcohol antes de entrenar. Es un felino que no le teme al agua ni a los golpes. Sube al ring, coloca la parte superior de su cabeza en el suelo y gira como un compás con sus pies.
Esto lo hace para fortalecer los músculos del cuello y no sufrir un desnucamiento durante una pelea. Luego practica roles, caídas, lanza patadas voladoras. Combate con sus compañeros. Entrenan los martes y los jueves.
A pesar de que la pandemia intenta ‘noquearlos’, ellos han buscado la forma de mostrar el espectáculo de la lucha libre. Hace un mes organizaron un evento con estrictas medidas de bioseguridad. A los luchadores les hicieron una prueba rápida antes del combate y se transmitió telemáticamente.
El Jaguar, quien mide 1,73 y pesa 78 kilos, quiere vivir de esta práctica. Ha ganado algo de dinero y ha obtenido reconocimiento internacional, pero siente que le falta más. El ‘felino’ musculoso cuenta que Savio Vega, un luchador profesional puertorriqueño que ha combatido con ‘tallas’ mundiales como Stone Cold y el Undertaker, le dijo luego de un combate “Te felicito, buen trabajo en el cuadrilátero. Eres una promesa para este deporte espectáculo”. Esto lo motiva a continuar con su carrera y dejar un legado.
Cerca de Jaguar, un joven de 19 años llama la atención del equipo periodístico. Se ve un poco tímido. Usa una camisa blanca con tirantes negros, un pantalón a cuadros, tiene lentes y un gorro de lana.
No se ve tan rudo como el resto del equipo, parece un chico universitario común y corriente. Pero que la apariencia no engañe a la vista, el deportista practica patadas voladoras que solo se ven en una escuela de taekwondo.
Al preguntarle sobre su pasión por la lucha libre, el chico, un poco receloso, desliza las gafas lentamente con sus dedos hacia abajo y mirando fijamente dice: “No todo son golpes en el ring. También hay que contar una historia. Y hay que saber contarla”.
Su nombre artístico es Santa Fe y su personaje, según él, es un hipster irreverente. “Quiero romper con los estereotipos de luchadores villanos y técnicos”.
Su nombre de pila es Christian Valles, no tiene reparo en decirlo, como los otros deportistas. Mejor para él, quiere ser reconocido. De hecho, dice ser el luchador más famoso de las redes sociales en el país. Y va por buen camino. Hasta el cierre de esta edición tenía 4.850 seguidores en Instagram y 2.032 fanáticos en Facebook.
Leyendas vivas
El galpón donde funciona la escuela de Ecuador Full Wrestling parece un templo. Quizás sea porque ahí practican ‘devotos’ a los golpes desde los 11 años hasta adultos de 45, o quizás porque por aquel lugar todavía caminan leyendas como el Relámpago Torres.
El hombre, quien actualmente tiene 85 años, todavía tiene fuerzas. No tanto como para subirse al ring y mandar a un oponente contra la lona, sino para darles ánimo a las nuevas generaciones que lo admiran como un ejemplo a seguir.
El adulto mayor todavía se mueve con agilidad. Su cuerpo ejercitado desde los 17 años demuestra que la lucha libre lo ha mantenido con salud, en forma y le ha ayudado a alejarse del coronavirus. Aunque la leyenda reconoce que debe dejar un poco el tabaco.
Sus mejores recuerdos en este deporte son cuando llenaba el Coliseo Julio César Hidalgo, en el centro de la capital. En su época dorada, las décadas de los 60 y 70, el hombre cuenta que llegó a ganar cinco mil sucres por un combate. “La lucha es bonita pero ingrata. Nosotros nos matábamos en el cuadrilátero, pero los empresarios se hacían millonarios”.
Relámpago también tuvo un hijo luchador, Comando. Su nombre real es Roger Torres, de 50 años. Nunca fue militar, pero utilizó este seudónimo para aprovechar el patriotismo que generó en la ciudadanía la guerra del Cenepa.
También ‘colgó sus guantes’ hace poco. Duró 18 años en el cuadrilátero. Hace 11 gastó cerca de 24 mil dólares para construir el galpón donde funciona el club EFW. “Mi objetivo es internacionalizar la lucha libre”.
Ambos revisan las publicaciones de medios impresos nacionales e internacionales y las muestran al equipo de Diario EXTRA. Mientras comparten las experiencias, Comando le llama la atención a Demencia, que continúa hablando con la cabeza de látex. “¡Entrena, que la lucha libre no se habla, se siente!”.