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Pastores predican en medio del peligro
Siete voluntarios visitan a los presos de Ecuador para compartirles la palabra bíblica. Ellos cuentan el cambio en sus vidas gracias al Todopoderoso.
Mario España tenía una sola idea: asesinar al sujeto que le había clavado la punta del machete cerca del corazón. Este hombre, alto y con corte de cabello estilo militar, tenía 18 años cuando vio de cerca a la muerte en la antigua cárcel 2, que antes se ubicaba cerca de San Lázaro, en el centro de Quito.
“Sin embargo, Dios tocó mi corazón y no hice lo que quería hacer. Cuando salí del hospital, abracé y perdoné a quien quiso matarme”, cuenta Mario, ahora de 55 años.
Él junto a otras seis personas forman parte del Ministerio Carcelario de la Reconciliación, un grupo de voluntarios que se dedica a evangelizar a los presos de diferentes centros de rehabilitación social del país.
Mario es capellán y líder de la célula que se reúne cada lunes para organizar las visitas, especialmente a la cárcel de El Inca, norte de Quito. “Allí hay ocho pabellones y cada uno tiene un líder religioso. Cuando vamos, damos charlas y oramos por el bien de todos”, cuenta.
La mayoría de los pastores formaron parte de las filas delincuenciales hace mucho tiempo. Mario, por ejemplo, empezó a delinquir cuando tenía 9 años y vendía caramelos en la plazoleta de Santo Domingo, centro de la capital. Luego empezó a robar en almacenes, a la gente, también a drogarse y a comprar licor.
Recorría los barrios más duros como La Colmena, donde un tipo le cortó el cuello con una botella rota. “Estábamos tomando y se acercó este hombre al que le decían Pingüino a cobrarnos un tributo. Como no se lo dimos empezó la pelea”. Mario se alejó herido y volvió para cobrar venganza, pero al tipo ya lo habían matado.
El capellán, de 18 en ese tiempo, fue detenido como el principal sospechoso y le dieron 15 años de ‘cana’. En el presidio se hizo amigo de los pesados de la cárcel 2 y en uno de sus arrebatos le robó a un preso. “Él tenía escondido un machete y cuando supo que le quité su plata, me apuñaló. Estuve grave en el hospital. Solo pensaba en matarlo, pero unos pastores me hicieron cambiar de idea”.
El cambio
Mario se adentró en el estudio de la palabra de Dios. Siguió cursos por correspondencia para ser pastor y luego de cuatro años su caso se resolvió: el asesino del Pingüino fue descubierto.
Ahora, con la Biblia, como su arma, ha buscado encausar a los presos en el camino de Dios. Lo ha hecho durante siete años de la mano del Ministerio.
“No fue sencillo que las autoridades nos permitieran entrar a las cárceles. En el SNAI (Servicio Nacional de Atención a Privados de Libertad) nos pidieron que armáramos un proyecto y gracias a Dios lo conseguimos con lo que hacemos ahora”, secunda el pastor Carlos Cedeño, quien se encarga de gestionar el ingreso a El Inca cada viernes.
Al igual que Mario, Carlos estuvo inmerso en el mundo del delito. Tenía 11 años cuando comenzó a mezclarse con los panas viciosos del barrio México, en el centro de Quito.
“Luego me fui ‘especializando’ y comencé a traer cocaína y marihuana desde Colombia”, detalla este hombre que viste un overol azul adornado con una insignia parecida a la de los shérifs, en la que se lee: Ministerio capellanes unidos.
A sus 19, Carlos fue detenido en Imbabura cuando transportaba droga adherida a su cuerpo. Lo condenaron a ocho años de prisión. Cumplió poco más de la mitad y cuando salió se dedicó a robar en casas, lo que hizo que regresara a ‘cana’.
“Cuando salí, fumaba, tomaba, tenía problemas con mi esposa. Pero un día, cuando estaba drogándome, Dios me dijo: ‘Lávate la cara y ándate’”, relata. Hizo caso a esa voz, fue a una iglesia cristiana y cambió de rumbo.
La ayuda
David Espinosa, otro de los voluntarios, tuvo una revelación parecida a la de Carlos. Solo que no fue en las drogas, sino cuando estuvo preso en la cárcel de Guayaquil hace poco más de tres años. No revela el delito por el que lo detuvieron, pero sí dice que tuvo miedo.
“Yo era de los que pensaba que se debían quemar las prisiones con toda esa gente adentro”, detalla sentado en la mesa de la reunión.
David cuenta que hay reos con la intención de cambiar, pero carecen de voluntad. “Hemos bautizado a cientos de personas, no tenemos una cifra exacta, pero es una satisfacción”, asegura.
Este pastor dice que en esa búsqueda de paz, los detenidos se acomodan en los pasillos de los pabellones. Hay quienes se arrodillan en el piso, otros juntan sus manos para alabar a Dios y otros simplemente se sientan en bancas, ojeando la Biblia. “En El Inca, hay quienes han hecho hasta un púlpito de cartón para impartir la palabra”, finaliza antes de orar con sus compañeros.
Una vocación que nació con el amor
María Beatriz Guevara es pareja de David Espinosa. Cuando él estuvo detenido, ella lo siguió para ayudarlo.
En sus visitas diarias vio la necesidad que atravesaban, no solo él, sino también los reos y sus familias.
“Él fue quien me impulsó a seguir este camino. La verdad, al principio, creí que estaba loco, pero después comprendí que debía ayudar”, refiere la mujer, quien ahora mantiene una hermandad espiritual con David.
El trabajo que realiza María Beatriz es escuchar las necesidades de los presos. Ayuda al resto de pastores a distribuir las cosas que llevan y ora con mucha fe junto a los reos para que esa intención de cambio no sea algo pasajera.
Pastor