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Paro nacional: Los que están, pero no protestan
Informales se arriesgan a sacar productos. Unos se van con caras largas, otros felizotes.
Del paro, todos aprovechan. Unos para expresar su descontento; otros, para hacer ‘platita’ y llevar la ‘papa’ a la familia, y algunos más para ‘sapear’ las caminatas que se dieron durante tres días, hasta la noche del miércoles 22, en el bulevar 9 de Octubre.
Don Joselo es uno de ellos. Él vende pasteles, que transporta en una vitrina sobre una bicicleta, y asegura que esos no fueron buenos días para la venta. Ni siquiera pudo comprar la salsa que acompaña a los ‘enrollados’, porque no le alcanzó el dinero y, además, tendrá que desechar o regalar los más de 30 pasteles que todavía le quedaban hasta las 18:00.
“Voy a perder 60 dólares. Yo invertí 80 y solo he vendido 20 en todo el día”, asegura el ambulante. Sin embargo, aunque a don Joselo no le haya ido, Hólger Acurio, otro vendedor de pasteles, no puede decir lo mismo. A diferencia del primero, Hólger lleva sus pasteles en una canasta de mimbre, acompañada de los envases de salsa y ají a los lados. Él, durante los dos primeros días de manifestaciones, vendió ‘full’.
Pocos metros más allá se ubicó Piedad Yumitaxi con sus ciruelas, grosellas y mangos encurtidos y con la tradicional espumilla.
“A mí me ha ido bien. He vendido 20 dólares más de lo que suelo hacer”, afirmó la mujer, quien esperaba hasta que se vaya el último protestante para retirarse a su hogar.
Uno que veía de lejos era Mario Quimí. Él se quedó en una esquina “solo por curiosidad” para ver cómo se desarrollaban las protestas pacíficas en esa calle del centro.
“Nunca he sido de esos de hacer relajo, así que, por más que me lleve alguien a meterme, no entraría” afirma. Él cuenta que ha sido espectador el lunes, martes y miércoles porque trabaja en la zona y antes de ‘soplar’ a su ‘caleta’, se para a ver ‘qué mismo’ en la 9.
Y como en un mundo paralelo, pese a la tensión por las marchas, a cuatro cuadras del punto final de la bulla, en los bajos del Municipio, todos estaban ‘tranquis’ y frescos como la lechuga; tanto así que la banda de música de la Policía Metropolitana amenizaba el área donde los empleados del Cabildo habían sido convocados para defender el edificio en caso de desmanes.
Allí conversaban, posaban pa’l feis y hasta ‘peloteaban’ esperando que pudieran irse a casa. Luego de unas tres horas, todos ‘marcharon’: los vendedores, los que protestaban y los del Municipio, ni se diga.
¡Los taxistas ‘lloran’ y ríen!
Mario Monserrat García, taxista desde hace 45 años, se juntó a otros 10 compañeros del gremio al pie del parque Centenario porque no había carreras. Él, hasta las 15:45 del mismo miércoles, solo había comido dos veces: la primera "algo" a media mañana y la segunda, un maduro con queso porque evitó irse hasta su domicilio, en Durán, para almorzar porque gastaba demasiado yendo y regresando.
Él cree que el paro ha ahuyentado a los clientes porque sienten miedo de que se 'desate' el 'relajo' y queden en medio del alboroto que se podría armar.
“Aquí damos servicio de taxirruta a Durán. Usualmente, hacemos unas 10 vueltas diarias, hoy no llegamos ni a cinco”, expresó el hombre, de 63 años, quien teme por el sustento y la salud de él y de su familia.
Mario sufre de dos enfermedades (diabetes e hipertensión) y debe ingerir cuatro pastillas para mantenerse saludable: una para proteger su hígado, otra para cuidar de sus riñones, su pastilla para disminuir su glucosa y, dice, de vez en cuando para la presión alta; por lo que durante los días que el negocio ha estado 'feo', es cuando más se preocupa. No obstante, agradece la contribución de sus dos hijos que todavía permanecen en su techo.
"Aquí solo estamos esperando que nos llamen de base para tal vez hacer la última vuelta. Ya con eso no regreso sino que me quedo por allá mismo" agrega un tanto desesperanzado.
En la reunión improvisada y obligatoria, ya que evitan gastar combustible recorriendo la ciudad por gusto, Juan Freire, otro taxista, bromeaba con un “esperaremos hasta que salga algo para que el golpe en la casa no sea peor”. Al menos de algo había que reírse.