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Pareja comparte la profesión de la tanatopraxia: Amor en medio de la muerte
Una mujer y su esposo no solo se profesan un inmenso amor. Comparten la profesión de la tanatopraxia.
Antes de preparar un cadáver, Daniela Ocampo y su marido Esteban Macanchi inclinan sus cabezas, cierran los ojos y oran. “Te pedimos señor que llegue a ti el alma de esta persona y que pueda descansar en paz”, suplican.
Esta pareja, que lleva casada 23 años, no solo se profesa un inmenso amor, sino también comparte una misma profesión: son tanatopractores. Estos esposos abrieron las puertas a EXTRA de su tanatorio para narrar su historia.
Cuentan que su labor consiste en alistar el cuerpo de una persona para que su familia pueda despedirla de la mejor manera posible. Para ello, tienen un espacio en el norte de Quito para llevar a cabo la complicada tarea.
Ambos se alistan para simular el contacto que han tenido con los muertos durante más de 15 años. “Ser una pareja de esposos nos ha permitido compenetrarnos tanto que muchas veces solo nos comunicamos con la mirada”, aseguran.
Los dos se visten juntos. Entre ellos se ayudan a ponerse las batas, los gorros, guantes y los protectores en los zapatos para no exponerse a contagios. Con esa vestimenta celeste parecen cirujanos antes de ingresar al quirófano.
Esteban, alto y delgado, se encarga de la tarea pesada: cargar al fallecido y depositarlo en una ‘camilla’ de cemento recubierta con baldosa blanca. “Eso no significa que mi esposa no pueda”, alerta este hombre que fue policía hasta hace tres años. Él tiene 43.
Los restos en los que trabajan siempre están dentro de una bolsa para cadáveres que tiene un cierre largo. Lo abren y empiezan con el quehacer.
“Hay que limpiar el cadáver, desinfectarlo y en lo posible evitar su prematura descomposición”, reseña Esteban. Usan diferentes productos para esta tarea que puede demorar horas, dependiendo del modo en el que se dio la muerte.
El respeto
Los dos saben cómo se embalsama al difunto, pero hay algo que Daniela ha perfeccionado: el maquillaje. “Creo que tengo un poco más de sensibilidad para los detalles”, asegura parada junto a Esteban.
Aunque también tiene un ritual antes de colocar una pizca de colorete o cualquier otro producto en la piel muerta. La tanatopractora le susurra a su ‘paciente’: “dime por favor lo que te gusta, guíame, facilítame el trabajo para que tus familiares puedan verte muy bien”.
Y ahí entra su capacidad para dejar el rostro y el cuerpo del fallecido lo más parecido posible a aquellos instantes de vida. Se ayuda de una gama de cosméticos acomodados en un mostrador de cuatro compartimentos, que está cerca de la ‘cama’ donde hacen reposar a los cadáveres.
La historia
Daniela y Esteban entrelazan sus dedos mientras salen de su pequeño ‘laboratorio’. Ambos pasan por delante de los mostradores de madera que exhiben ataúdes envueltos con plástico transparente.
“Es bastante raro que una pareja de esposos haga lo que nosotros hacemos”, asegura Daniela, considerada como la primera mujer que se especializó en la tanatopraxia hace ya 15 años.
¿Cómo empezó en este mundo? Ella mira a su esposo para dar la respuesta: “fue por él”. Pero, antes de llegar ahí, para comprender todo hay que volver la mirada a 28 años atrás.
Daniela bordeaba la mayoría de edad cuando el destino la encaminó hacia su actual pareja. “Recuerdo que fui a una discoteca a retirar un casete de música que había pedido que me lo grabaran. Ni siquiera me arreglé para ir”, confiesa riendo.
Ella tenía un brazo enyesado, vestía un calentador y esperaba que le dieran aquel encargo. Fue entonces que Esteban, en medio de los asistentes, se le acercó porque aquella joven lo flechó.
Tanatopractora
“Yo le insistí en qué bailáramos, pero ella no quería”, rememora Esteban sin soltar la mano de su esposa. Daniela le dijo que no fue para eso, pero él insistió tanto que a la final él ganó.
Pero lo que ella no sabía era que su pareja tampoco estaba ahí para divertirse, sino como parte de un operativo. Luego de un par de piezas musicales, llegó la Policía porque fueron a indagar un asunto de narcóticos. En ese momento se enteró que aquel joven era parte de la institución del orden.
“No supe más de él, pero Esteban se dio modos para encontrarme. Le pidió mi número telefónico a un amigo en común y comenzó a llamarme”, dice la tanatopractora.
El mundo de los muertos
Con el amor ya formalizado y una familia por mantener, Esteban se especializó en la Policía en la medicina forense, graduándose como tecnólogo en Criminalística. “Durante 13 años estuve en el Departamento de Medicina Legal y soy el creador de la necroidentidad en el país”, afirma con orgullo.
Esta consiste en identificar a los cadáveres no reconocidos, algo que para Daniela fue una inspiración. “Con los aportes de mi esposo, me nació la vocación por la tanatopraxia”, afirma la mujer.
En ese entonces, cuando ella tenía 25 años, decidió irse para Colombia a prepararse durante cuatro años. Reforzó su s conocimientos yéndose a Argentina y le tomó otros dos años más especializarse.
“Cuando vine a Ecuador, esto me cautivó más”, asegura Daniela, quien estuvo un tiempo en Santo Domingo de los Tsáchilas acercándose más a su labor como tanatopractora.
Tanatopractor
Fue entonces que ambos comenzaron a trabajar juntos. Pero fue en 2016, con la llegada del devastador terremoto que destrozó, principalmente, Manabí, que se afianzaron más.
“Mi esposa fue para hacer el reconocimiento de personas extranjeras, yo, en cambio, estuve con la Policía”, reseña Esteban. Pero hubo un momento en el que tuvieron que trabajar los dos para aligerar las duras labores.
Recuerdan que los temblores no cesaban mientras trabajaban y para dormir, lo hacían tomados de la mano, como lo hacen hasta ahora previo a demostrar su amor de pareja y en la tanatopraxia.