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trabajadores no solo han encontrado cosas extrañas, en ocasiones salen premiados. Uno de ellos encontró una computadora portátil nuevecita que todavía la mantiene.ANGELO CHAMBA

Recolectores trabajan entre olores fétidos y residuos bizarros

Diario EXTRA acompañó a los recolectores a levantar toneladas de basura en un recorrido en Quito. Han encontrado desde laptops hasta un feto.

Los ojos de los cuatro trabajadores de uno de los camiones que recolecta la basura en la zona de Iñaquito y Cochapamba, el norte de Quito, han visto de todo mientras recogen un promedio de 20 toneladas de residuos diarios.

Son las 19:00 del primer jueves de mayo y Jorge Guanocunga enciende el camión para bajar desde el centro de operaciones de Emaseo EP en la avenida Occidental hasta la 10 de Agosto, donde inicia el recorrido. Lo acompañan Luis Hurtado, Marco Tanato y Ángel Chicaiza.

500 dólares ganan los recolectores a pie de vereda.

Este cuarteto, que trabaja hace cinco años recolectando la basura, no olvida las tres ocasiones en las que encontraron cartones con boas sin cabeza, en la avenida Shyris y Río Coca, al norte de la capital.

“Los vecinos nos decían que hay un señor chamán que les vuela la cabeza a esos animales para hacer brujería”, recuerda Guanocunga. También hay rumores de otros recolectores que afirman que hasta cadáveres se han encontrado. En esos casos se comunican de inmediato con las autoridades.

Tanato, en cambio, encontró un feto en un contenedor. “Me pegué tremendo susto. Di aviso inmediato y el conductor del camión se comunicó con la planta”. Eso sí, reconoce que no siempre ha encontrado sorpresas desagradables. En uno de los viajes recogió una laptop que aún conserva. “La prendí y me di cuenta de que funcionaba, pero yo creo que alguien se confundió de bolsa y la botó por equivocación porque estaba nuevita”.

Los cuatro hombres trabajan seis días a la semana cumpliendo dos recorridos nocturnos, terminan con las labores a las 02:30 de la madrugada. Llegan a la planta, se duchan y vuelven a sus hogares.

A pie de vereda

Jorge Guanocunga enciende las luces intermitentes de parqueo en el punto donde inicia la recolección de basura. Él es chofer en Emaseo hace diez años. Sus dos concuñados también trabajan en la recolección de basura, uno barre las calles y el otro es ayudante de carga pesada y vacía los contenedores de desechos que se ubican en algunos barrios de Quito. “Me siento orgulloso de que a mí y a la familia nos reconozcan como ‘soldaditos azules’”.

En marzo de 2020, cuando se decretó el encierro por la pandemia de la COVID en la capital, estos recolectores no pararon de trabajar. Una señora que los vio recoger la basura en medio de una ciudad vacía e incierta los apodó de esta manera y desde entonces conservan el nombre.

Los hombres se suben ‘al vuelo’ al camión mediante unas cuerdas.ANGELO CHAMBA

“Listo, llegamos al punto, a trabajar”, dice Guanocunga a sus ‘compas’. Ellos descienden de la comodidad del asiento delantero del camión y empieza la tarea fuerte. Los tres muchachos sincronizan de forma perfecta su trabajo.

Uno recoge las bolsas de la derecha, otro el de la izquierda, el tercero se adelanta a la próxima esquina. El camión no se detiene y los recolectores deben seguirle el paso. Corren y extienden sus manos cubiertas con guantes para agarrar la cuerda que cuelga de la parte trasera del camión que los ayuda a trepar ‘al vuelo’.

Recolectar la basura a pie de vereda no es sencillo, requiere agilidad y fuerza. Luis Hurtado vacía los basureros de metal repletos de residuos y hasta reemplaza las bolsas viejas de los tachos de los restaurantes por unas nuevas. A cambio recibe bebidas y alimentos que comparte con sus compañeros.

Mezclan todo en la basura, nos ponen vidrios rotos. A pesar de los guantes, tenemos cortes en los dedos”, reflexiona. Este joven, padre de dos niñas, recuerda otra mala experiencia cuando recogió una bolsa negra y no se percató que dentro de ella había un cactus. “Me espiné todos los dedos, pero tuve que seguir trabajando”.

Los recolectores trabajan seis días a la semana y cumplen dos recorridos en la noche.ANGELO CHAMBA

El recorrido llega a los exteriores del mercado de Iñaquito. Parece un campo de batalla. Los residuos están regados por las veredas. Ángel Chicaiza, quien fue atropellado mientras recolectaba la basura años atrás, desciende y con gran astucia encuentra una canasta de plástico que la usa como pala para arrastrar las hojas de choclo, las frutas podridas y los restos de comida. “Recogemos todo para que la ciudad quede limpia, aunque es durísimo aguantar los olores”.

Un gran olfato

Las bolsas que ingresan a la parte trasera del camión, cada cierto tiempo son comprimidas cuando se aprieta una palanca de metal. Revientan, explotan y de ellas sale un líquido apestoso formando una pequeña piscina de lixiviados. Huele a podrido, a ácido, a pescado, a carne descompuesta.

Chicaiza está acostumbrado y aunque tenga una especie de prenda en su rostro con la que podría tapar su nariz, no la usa. “Uno ya no se da cuenta del olor estando tantas horas junto a la basura. Yo miro hacia arriba para que me dé el aire”, comenta, mientras la luz de los faros alumbra su rostro.

Cuando el camión teje las calles internas cercanas a la avenida Amazonas y Naciones Unidas, los tres muchachos se alegran porque al ser una zona más comercial y menos residencial, los residuos son otros. “Acá encuentra papel, cartón y hasta cosas buenas”, dice Marco Tanato probándose unas gafas de marco azul que solamente tienen una pata y una luna.

Luis Hurtado, en cambio, saluda con una mujer que en su triciclo recoge varios zapatos que alguien los desechó. “No dejo ni un parcito”, se ríe. La señora le contesta, también riendo, “ni los pares encuentro, ¿cómo le voy a dar?”.

“Terminamos muchachos”, les comunica a sus compañeros Jorge Guanocunga con un gesto a través de la ventana del camión. Los tres recolectores se quitan los guantes y suben a la parte delantera. Dan aviso a planta central que se dirigen al centro de transferencia de Zámbiza, donde dejarán la primera carga. Aún les queda un segundo viaje. Antes hacen una breve parada, encienden la luz interna del camión y abren las bolsas con comida que recibieron en el trayecto.

Ríen, conversan y comen ‘al apuro’. No quieren retrasar su jornada y menos aún perder las pocas horas de sueño que les espera al llegar a sus casas casi al alba.

Y después qué…

Los residuos que son recogidos por el personal de Emaseo llegan a varias estaciones de transferencia. Emgirs maneja dos de ellas, una ubicada en Zámbiza (norte) y la otra en El Troje (sur). Diariamente, reciben un promedio de 1.100 toneladas de basura. Los días con mayor carga son los lunes y martes.

Los recolectores trabajan seis días a la semana y cumplen dos recorridos en la noche.ANGELO CHAMBA

Solo a Zámbiza llegan decenas de recicladores para aprovechar los materiales que tienen un segundo uso como plástico, papel y cartón.

Según Emgirs, se reporta un promedio de 14 toneladas diarias de este material reciclable.

Los otros desechos son transportados al Relleno Sanitario de El Inga en tractocamiones. Ahí se compactan con una maquinaria y son cubiertos con material pétreo. Al descomponerse generan dos subproductos: el lixiviado que es utilizado para acciones operativas y el biogás que al ingresar a un sistema de tuberías se convierte en 5000 kW/h de energía eléctrica que beneficia a 40 mil personas.