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Los niños de Monte Sinaí aprendieron... de promesas incumplidas
Cuando inició la pandemia, autoridades hicieron ofrecimientos que no se cumplieron, entre ellos, dotarlos de internet para estudiar online
Es julio. El tinte amarillento que empieza a pintar las hojas de los árboles de guasmo que crecen en el sector Realidad de Dios es una señal de que se caerán, más o menos, en septiembre. Ya los vecinos lo tienen calculado.
El día en que el follaje se vaya, los niños que reciben clases bajo uno de esos árboles, -el que está en una explanada donde sueñan levantar la casa comunal-, tendrán que buscar sombra en otro lado.
La precariedad y los ofrecimientos incumplidos de las autoridades preocupan más que el implacable sol que tuesta las casas de caña y zinc de ese sector del noroeste de Guayaquil. Y que les tostará, en sus últimos meses escolares, las cabecitas a quienes, por espacio y falta de conexión, no pueden recibir clases en sus casas.
Es viernes. María, Zenia, Hermelinda y Lucía esperan sentadas, sobre unas cañas, a que sus niños terminen de recibir la asesoría de las profesoras del proyecto municipal ‘Educando en el camino’. Todos están bajo el árbol de guasmo de hojas amarillentas.
Si la promesa que les hizo el Municipio de Guayaquil hace un año, según dijeron, de construir la casa comunal se hubiese cumplido, ellos deberían estar recibiendo sus clases allí, bajo techo, el cual no existe aún. Tampoco paredes, ni internet, ni tablets, lamentan.
Pero sí cumplieron con el acompañamiento de profesoras, que son parte del proyecto. Este fue implementado por la Dirección de la Mujer del Municipio de Guayaquil, en septiembre de 2020, para asistir a los estudiantes de ese lugar donde hasta los servicios básicos escasean. Ni hablar de internet o aparatos tecnológicos, que ahora son básicos para la educación en pandemia.
Las madres enumeran, uno a uno, los ofrecimientos que, hace un año, las autoridades municipales y educativas hicieron a los moradores para mejorar el entorno del lugar y evitar la deserción escolar.
Ayudar a la construcción de una casa comunal, poner puntos de internet, dar facilidades para la obtención de aparatos tecnológicos... Nada de eso llegó, lamenta Hermelinda Pérez, cuyo único celular, en el que reciben clases sus dos niños, está a punto de colapsar.
Ella al menos puede costear internet fijo para su casa, pero la mayoría de sus vecinas debe conectarse a punta de recargas o pedir prestado el wifi.
Lo de la casa comunal es imprescindible, añade Lucía Bueno y señala las varillas de hierro empotradas en la tierra, como el esqueleto de algo que, aseguran, les ofreció el Cabildo porteño en cuanto conocieron la precariedad educativa de la zona, que se hizo más notoria con la llegada de la COVID-19.
Todo se dio hace un año, cuando se difundió la historia altruista de la adolescente Dennisse Toala, quien en lugar de ponerse a jugar fútbol con los pequeños que la invitaban a divertirse, prefirió sentarlos a toditos bajo la sombra de un árbol a enseñarles las tablas, los colores, a escribir.
De los más de 40 niños que la rodeaban en ese entonces, apenas 10 estaban matriculados en el sistema educativo. El virus les mostró que para educarse no solo hacía falta estar matriculados en alguna escuela -que ya era un logro en ese sector con más de 300 mil habitantes- sino que requería de conexión, al menos un celular inteligente, tiempo y paciencia.
Con su celular y las ganas de que sus niños no fueran ‘burritos’, como ellos mismos bromeaban, los reunía a todos. Una denuncia por aglomeración hizo que su historia y la de sus vecinos la conocieran las autoridades que, por ese entonces, llegaron al lugar a prometer ayuda, la cual llegó, efectivamente, pero incompleta, según las madres.
EXTRA contó el caso de Dennisse en agosto del 2020, y tras las publicaciones, lo que ella empezó como el proyecto ‘Aprendiendo a enseñar’, fue acogido por ‘Educando en el camino’, del Cabildo porteño.
En ese entonces, y con el aval del Ministerio de Educación, se contrataron 273 tutores y 15 técnicos locales o profesionales en psicopedagogía. Los alumnos de Dennisse recibieron kits escolares y el apoyo de dos tutoras, como se difundió el año pasado.
Sin embargo, todo quedó allí. A Dennisse le donaron una tablet que ella, a su vez, terminó cediendo a otra menor de edad. Hubo, entre todas esas promesas incumplidas, el ofrecimiento de una beca universitaria, pues Dennisse sueña con estudiar fisioterapia, pero se le ha hecho imposible conseguir un cupo en las universidades.
Su papá, Kennedy Toala, edita libros y láminas educativas, que antes de la pandemia distribuía en planteles, pero actualmente, la virtualidad ha hecho que ese trabajo escasee.
En su hogar, que se reduce a un cuarto donde duermen ocho personas, el único sustento familiar es Cindy, la hermana mayor de Dennisse.
Aunque la adolescente recalca que nunca pidió nada, los ofrecimientos que le hicieron y se difundieron en altoparlantes le conllevaron un sinnúmero de problemas.
“Me habían dicho que hasta iban a ayudar a arreglar mi casa, pero no se dio. Prometían cosas que no se cumplían y luego algunos vecinos me venían a preguntar a mí y no sabía nada”, lamenta.
La educación continúa siendo la misma que cuando empezó la pandemia, con la única diferencia que ahora tienen a las tutoras que hacen el mismo trabajo que hacía Dennisse, solo que a ella nadie le pagó nunca un solo centavo. Ella lo hacía por la voluntad de ayudar, que es algo que le recalcó siempre su papá.
Reitera que no pide nada, pero sí quedó un sinsabor, más que por ella, por los niños, puesto a que continúan padeciendo para recibir clases a diario.
Hermelinda cuenta que su celular prácticamente lo usa para sus hijos y, cuando al fin está libre, ella está muy cansada hasta para revisar el WhatsApp. Ella al menos ha podido instalar internet en su casa, pero es de las pocas con ese privilegio en una zona donde hasta los servicios básicos son irregulares.
Comentaron que lo primordial ahora es la casa comunal, porque temen a la caída del follaje de los árboles. En una planicie que está frente a la casa de Dennisse hay levantadas unas varillas metálicas para la construcción. Sin embargo, no hay dinero para los materiales con los que levantar las paredes y el techo.
“Nosotros aquí ponemos la mano de obra, la levantamos entre todos. El año pasado nos dijeron que nos podían ayudar con eso, pero nada. Queremos ver si recogemos dinero poco a poco, pero es muy difícil”, dijo Kennedy, paseándose por donde sueñan construir el área común.
Mientras tanto, planifican cómo harán cuando ya no puedan educarse bajo el árbol, ver cómo se siguen enfrentando a la precariedad que les ha sido más dura desde que empezó una virtualidad que, donde ellos, ha llegado a medias, o no existe.
Asimismo, solicitó una entrevista con el encargado del proyecto ‘Educando en el camino’ en el Municipio de Guayaquil, pero hasta el cierre de esta edición, a pesar de las múltiples insistencias, no respondieron.
Estas fueron algunas de las preguntas planteadas:
- ¿Qué acuerdos tenían que cumplir el Municipio y la Subsecretaría de Educación?
- Según Dennisse, ofrecieron colocar un punto de internet, ayudar a la construcción de la casa comunal, acompañamiento psicológico, áreas recreativas y accesos a dispositivos tecnológicos, ¿esto se cumplió?
- También se le ofreció a ella una beca universitaria, ¿qué pasó con esto
- ¿Qué es lo que están haciendo actualmente con el proyecto?
- De los niños que estaban sin escolaridad, ¿cuántos fueron ingresados al sistema educativo?
- ¿Harán un seguimiento de estos niños con el retorno progresivo a las aulas?
- ¿Qué otro tipo de ayuda se le dio a este sector?
- (Aunque Dennisse no está pidiendo nada), hubo un ofrecimiento de arreglarle su casa, ¿por qué no se lo hizo?
- ¿Por qué ella no fue incluida de alguna manera dentro del proyecto?