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Desde las 18:00, pocos espacios para parqueo quedan en la avenida Michelena. Guardias privados brindan seguridad.GUSTAVO GUAMAN

En Quito: La Michelena ‘resucita’ en la oscuridad

Esta avenida pasó de ser la Amazonas de los pobres a la versión renovada de la Plaza Foch. Hay lugares de esparcimiento, restaurantes glamurosos, y... ¡tráfico de droga! Lo dicen sus residentes.

Colorida. Polémica. Fiestera. Glamurosa. Así es la avenida Michelena, una de las calles más concurridas en el sur de Quito. En los 80 era conocida como la Amazonas de los pobres. Y ahora, en la pandemia, se ha convertido en lo que muchos llaman “la versión mejorada de La Mariscal (Foch)”.

De esa manera la identifican quienes la transitan y la viven desde dentro, con los diez nuevos locales de comida gourmet, cerveza artesanal de colores y bailaderos de más caché que aparecieron antes y durante la llegada de la COVID-19.

Alfredo Ruiz, de 35 años, dice que la vio renacer de la informalidad, de la pobreza y del estigma social en que vivía este sector solo por estar en el otro extremo de la ciudad. En el pleno corazón del sur. En la ciudadela Atahualpa.

Los tiempos de pandemia no la tumbaron; al contrario, la catapultaron hacia el cielo, la revivieron y la mejoraron desde las entrañas. Con nuevas fachadas, nuevos interiores y nuevas propuestas gastronómicas, culturales y de diversión. Hoy es considerada como una de las nuevas zonas rosas del sur. Una que nació entre las cenizas de otras, que por años fueron las más renombradas.

Con 418 metros de longitud, la avenida lleva el nombre del subteniente Manuel Michelena, un combatiente del conflicto fronterizo que sostuvo Ecuador con Perú en la zona del río Napo, en 1904.

Hacía mediados del siglo pasado, lo que actualmente es la ciudadela Atahualpa, no era más que una hacienda llamada La Lorena, donde el cultivo de hortalizas y la crianza de ganado eran las principales actividades comerciales. En los 70 fue adquirida por el Estado para construir un conjunto residencial para las familias de los oficiales y de la tropa que permanecía reclutada en el cuartel de División del Ejército Shyris, cuya estructura aún está al término de esta vía, en el sentido oeste.

Actualmente esta populosa avenida se conecta con otras dos: por el este con la Teniente Hugo Ortiz, y por el oeste con la Mariscal Sucre.

También está atravesada por otras seis calles, que de paso, también llevan el nombre de militares, sargentos, cabos, tenientes, como Rafael Grau, Joaquín Tipantuña, Alberto Orellana, Luis Minacho, Francisco Coronel y Gonzalo Cabezas, y que, según la historia, participaron en la guerra que Ecuador mantuvo con Perú, en 1941, por la disputa territorial y la falta de reconocimiento de fronteras.

En las 14 manzanas que la conforman se apuestan más de cinco mil familias y cientos de locales comerciales, donde es posible encontrar desde un botón hasta un platillo mexicano estilo gourmet.

NUEVOS AIRES

Viernes, 19:40. La temperatura no supera los 11 grados. El viento zumba en los oídos y, pese al tapabocas que cubre parte del rostro de la gente que transita por esta zona, aún se nota que el frío los atosiga.

Luce pesada. No solo por su inclinada forma, sino por el constante aroma a peligro. Miedo. Inseguridad. Marihuana. Su amarga fragancia delata a una colmena de seres ocultos que fuman y se ‘esfuman’ entre las sombras de algunas esquinas.

Un olor a pollo, a carne o a algo que no se sabe qué es, despierta los sentidos. Proviene de un local llamado Michelovers, revestido con luces de neón.

Dos hombres y una mujer murmuran bajito en la entrada del negocio.

— “¡Qué frío! Pasen rápido”, le dice Alfredo Ruiz a su esposa Karol Hurtado y a su mejor amigo, Luis Caza, con quienes salió a ‘cazar’ nuevos sitios de distracción en el sur.

Después de curiosear, ingresan. Y cuentan que vuelven a los años a esta zona. Que viven en Las Casas, norte de la ciudad, y que es increíble comprobar cómo “los huecos de mala muerte que funcionaban hacía mucho, cambiaron por huecas tan guapas como esta”.

Con ochos metros cuadrados, cuenta con una decoración de estilo americano, europeo y asiático. Además, tiene su propio muro del amor, donde las parejas pueden sellar su relación con un candado, así como los parisinos lo hacen en el puente de las Artes.

Karol Hurtado y Alfredo Ruiz sellan su relación, colocando un candado en el muro del amor.GUSTAVO GUAMAN

“No tenemos nada que envidiar. Si en París tienen su puente y el río Sena para lanzar la llave al fondo del agua, aquí tenemos nuestra malla y las entrañas de La Michelena para que se pierda esa llave del amor”, agrega José Pérez, propietario del establecimiento.

El tiempo transcurre. Empiezan a cerrar los locales que no hacen juego con la noche. Bazares, tiendas de ropa, calzado, víveres, pero sobrevive el de CD, desde donde Héctor Lavoe le canta a este sector: “La calle es una selva de cemento / y de fieras salvajes cómo no / ya no hay quién salga loco de contento/ donde quiera te espera lo peor”. Juanito Alimaña.

José Pérez, dueño de Michelovers, dice que en su negocio “el más guapo paga la cuenta”.GUSTAVO GUAMAN

En dos esquinas se disputan, se pelean, se cruzan y se devuelven unos paquetes. Ellos también son parte del escenario. De la mala fachada. Así dice Katty Torres, quien vive 25 años en el barrio y trabaja hace dos meses como mesera en el Mariachi Tex Mex.

“La cara de La Miche está cambiando, pero los brujos y los ladrones no faltan. Ese es el único lunar”, añade.

Mientras atiende a los clientes que llegan en pareja, familia o grupos de amigos, no solo para degustar de la comida “mexicanísima” y de los tragos propios del país azteca, Katty cuenta que hace cinco años, en este mismo sitio, funcionaba una fonda de comida típica llamada Los motes de doña María, que duró décadas, que tenía mucha clientela y que casi era patrimonio del barrio, como la Picantería Isabelita, que todavía vende, pero ya va perdiendo auge y que no se sabe si algún día también desaparecerá, como lo hicieron bares, discotecas y comederos que marcaron la juventud de muchos, y que fueron reemplazados por otros más modernos, y que por las restricciones de la pandemia no estuvieron disponibles para despertar el ambiente bohemio de esta noche.

Pese a ello, la chispa, alegría y algarabía no se apagan en este sector. “Aquí solo nos falta un rótulo como el de La Foch, para que la gente se tome fotos y la acabamos de superar. Contamos con negocios casi tan ‘pelucones’ como los que había allá”, finaliza.

Al parecer, esos tiempos jamás volverán.

Son las 21:40. Quedan pocos carros apostados al filo de las veredas. Poca gente en los locales. Pocas luces encendidas. Algunas puertas sin cerrar. Y llueve. Llueve lento. Casi tan lento como se apagan las luces, la vida, la bulla. Mañana es otro día.