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El surfista hizo piruetas y causó sorpresa en el parque La Carolina.GUSTAVO GUAMAN

El manaba que ‘surfea’ en las alturas

Canoa dejó de darle oportunidades. Luego de un terremoto, un incendio y una pandemia, Manuel Nevárez se radicó en Quito para fabricar tablas de surf.

Manuel Nevárez se le quiebra la voz cuando habla de su querida Canoa, en Manabí. Este surfista, de 37 años, desde hace un año imagina las olas del mar en las montañas de Quito.

En su taller, ubicado en la calle De las Toronjas, en El Inca, norte de la ciudad, fabrica tablas de surf para sobrevivir, luego de perderlo todo. “No es la primera vez que debo empezar desde cero, vine a la capital para buscar trabajo, pero sin éxito”, dice.

En la urbe no hay playa y el río Machángara está contaminado como para darse un chapuzón. Su sueño, desde que llegó, ha sido probar sus tablas en la laguna del parque La Carolina, en el norte. Lo cumplió acompañado del equipo de EXTRA.

En cuanto hace contacto con el agua se olvida de los demás. Hace piruetas, rema con los brazos, se sostiene sobre un pie, mientras los que pasean en los botes lo miran con sorpresa y aprovechan para hacerle fotos y videos.

Su tabla funciona perfectamente y cree que incluso podría dar clases en la laguna o quizás venderlas a quienes practican yoga sobre el agua.

Cuenta también que nadie le enseñó a confeccionar las tablas, tampoco tuvo un profesor de surf, pero ha pasado toda su vida ‘montado’ en las olas. “Si vives al frente del mar, aprender a surfear es prácticamente una obligación”, comenta entre risas.

Con las tablas, fue curiosidad y necesidad. Desbarató una de las que tenía para saber cómo estaban fabricadas. Encontró en una ferretería los materiales necesarios y se puso manos a la obra.

Las fabrica con espumaflex, madera y resina epóxica. Se demora tres semanas en cada una.GUSTAVO GUAMAN

Lejos de su playa

Desde muy joven se desempeñó como salvavidas en Canoa, aunque sin sueldo. “Me sacaban varias veces de la playa y me querían cobrar, cuando el que daba el servicio era yo”, relata.

También tenía una escuela de surf a unas cuadras de la playa. Le iba bien, hasta que el 16 de abril de 2016 el terremoto destruyó gran parte de Manabí. Logró salvar algunas tablas. Por varios meses, en ese sitio solo se hablaba de muerte y pérdidas. Casi nadie pensaba en surfear.

Poco a poco se fue recuperando el ritmo del turismo en la Costa ecuatoriana y con ello el negocio de Manuel. Pero en julio de 2019 ocurrió otra desgracia: un incendio consumió las 48 tablas de surf con las que enseñaba.

“Yo las encargaba en un restaurante porque no podía llevármelas a mi casa, que estaba lejos de la playa”, explica.

Pasó varios meses deprimido, caminando sobre la arena, sin rumbo. Pensando en que las oportunidades se le iban de las manos.

Tampoco podía salir de su tierra, pues su padre, ya muy avanzado en edad, estaba cada vez más enfermo y debía cuidarlo. Hasta que falleció en diciembre de 2019.

Y en marzo de 2020 llegó un virus desde China para pararlo todo. Ya no había extranjeros interesados en sus servicios. De un día a otro, su hogar pasó a ser una playa fantasma. El coronavirus le volvió a quitar las posibilidades de ganarse la vida sobre el mar.

Es así que hace un año, aprovechando que su novia llegaba de China, viajó a la capital y ambos decidieron quedarse a probar suerte. Canoa, según relata, ya no le da más posibilidades.

Ahora quiere abrirse campo con su nuevo oficio, en medio de las montañas quiteñas.

Desmanteló una tabla usada para saber cómo se fabrican.GUSTAVO GUAMAN