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¡'Mamis', las 'guardianas' del sexo en un night club quiteño!
El trabajo de las mujeres con uniforme en un cabaré es cuidar de las chicas. Las asisten con su ropa y hasta les dan de comer.
Llevan uniforme gris. Uno muy parecido al que usa el personal de salud en un hospital. A veces cargan un bulto de sábanas. Otras, un trapeador. Pero estas mujeres no son enfermeras. Son las ‘mamis’ de un night club situado en el norte de Quito. Su atuendo es para diferenciarlas. Y se han ganado ese ‘título’ porque en las noches, ellas se convierten en las ‘guardianas’ de las trabajadoras sexuales.
Además del aseo, las seis ‘mamis’ se encargan de cuidar a sus 70 ‘hijas’. Algunas son conversonas, otras apenas las saludan. Pero, como buenas madres, tratan a todas por igual.
Con 11 años en aquel centro de entretenimiento para adultos, la ‘mami’ Vero empezó preparando la comida de las muchachas. Ahora se encarga de las nueve habitaciones de la segunda planta, de las cuatro que ostenta este cabaré.
Cuando el pórtico de metal con flores talladas se cierra detrás de la sexoservidora y el cliente, las ‘mamis’ se ponen alerta. Dentro y fuera de la habitación hay focos que funcionan como semáforos. Y se convierten en relojes de arena. Luz verde cuando arranca la acción. Naranja, “para que las chicas estén pilas”. Y el rojo anuncia que el tiempo ha terminado. Deben salir.
“A los 15 minutos, golpeo la puerta. Si el señor quiere repetir, me da el dinero para otra ficha. ”, detalla Vero. Ella siempre está pendiente. Las vigila como un halcón. Lista para defender a sus ‘polluelas’ de algunos clientes abusivos.
Una noche, por ejemplo, escuchó a una de sus muchachas gritar. Dentro del cuarto, un hombre la cacheteaba. “Ella me dijo: ‘Mami, ayúdame! Ya le expliqué que no me gusta así, pero no me hace caso’”, narra.
Entró y pidió al cliente que la dejara. Él, alterado, le refutó que ya había pagado la ficha y que no se iba hasta “desocuparse”. Tuvo que llamar a seguridad. Y lo sacaron. Así es una noche agitada en el trabajo de Vero. Hay otras que transcurren con más normalidad. Al final, cuando su jornada termina a las 02:00, vuelve a la ‘realidad’.
Es madre biológica de una adolescente de 13 años. Su esposo la apoya en el oficio que escogió y está agradecida con sus jefes por ser acolites. Cuando la nena era pequeña hasta le permitían ausentarse algunos días para llevarla a terapia del lenguaje.
Le gusta ser mamá, dentro y fuera de esa casa de citas. Los consejos son su especialidad.
“Un día, una chica me contó que era su primera vez en esto y que estaba nerviosa, pero el cliente ya estaba esperando. Ahí, yo le dije: mijita ya está aquí. Se metió en esto, así que relájese y siga”.
Vero también soluciona las emergencias que sus ‘hijas’ tienen día a día con la ropa interior y hasta les prepara golosinas. “A veces me dicen: ‘¡Mami, se me rompió el hilo (tanga) consígueme otro!’”, relata.
Ella tiene todo a la mano: lencería sexy, maquillaje, perfumes, dulces y snacks.
Ese pequeño bazar que montó al final de las escalinatas le permite redondear sus ganancias. “Hay algunas señoritas que saben manejar a sus clientes. Les dicen: ‘¡Papi, cómprame un perfume!’, otras solo logran sacarle un chupete”.
Las anécdotas con los tacaños la hacen reír, pero no tanto como el recordar a un cliente muy particular. Se pone nerviosa. “No me va a creer a quién vi aquí”. Se corta... Sonríe y sigue. “Al padrecito de mi parroquia. Ese que le preparó a mi hija para la comunión y la confirmación”.
El piso de las suites
Aunque las fichas no llegan por montones (máximo 4 o 5 por día) hasta la cuarta planta de ese edificio de la calle Logroño, ‘Mami’ Gaby siempre está ajetreada. Tras una puerta negra con un letrero que dice “solo personal autorizado”, ella lava 200 sábanas diarias. Lleva tres meses siendo la encargada de las suites. Habitaciones de lujo que por una hora cuestan 120 dólares, con la chica incluida.
Allí no hay un foco multicolor, pero la mami con reloj en mano está pendiente de que nadie exceda el tiempo permitido.
Sus inicios no fueron fáciles. Sus familiares no estaban convencidos cuando ella les contó que trabajaría en un night club. “Al principio me hacían videollamadas para confirmar que yo estaba con mi uniforme y no en el salón con las chicas”.
Con el tiempo se les pasó la intensidad, explica. Para ella el trabajo es bastante divertido. Los espectáculos que dan, a veces, los clientes tomados o los regateos de los ‘chiros’ le arrancan carcajadas.
Aunque de las escenas más comunes, los protagonistas son los dormilones. “Cuando la chica ya se va me toca tratar de despertarlos. Lo hago con tino, pero un día un señor no se levantaba por nada del mundo. Tuve que llamar a los chicos de seguridad. Le echaron un balde de agua con hielo”.
Sus ‘hijas’, en su mayoría veinteañeras, a veces llegan mareadas hasta ese lugar. “El otro día una chica se cayó y se lastimó el mentón. Ahí me tocó curarla”, resalta.
Pero Gaby no solo sana las heridas físicas, también los corazones rotos. “Claro que tengo enamoradizas. Esas que me dicen: ‘Ay, el cliente fue tan lindo conmigo, conversamos y hasta me pidió mi número’. A la semana, vino llorando porque ha sido casado y ella ya se había ilusionado”, aclara.
Las muchachitas rebeldes tampoco faltan. Esas que saben que los ‘comensales’ les dicen lindas a todas y que su meta es solo buscar beneficios.
Sin embargo, para la mami, las anécdotas que se llevan la corona son cuando piensan que ella también es parte del ‘menú’. Con billetes en mano han tratado de convencerla de que los acompañe a la habitación. La respuesta siempre es no.
Un perreo intenso
Al otro lado del salón, donde las chicas seducen a los caballeros con tacones y minifaldas, ‘Mami’ Myriam vigila las habitaciones para shows privados. Algunas tienen tubo al centro, otras solo butacas pegadas a la pared.
Allí, sus ‘hijas’ bailan para los clientes. “A veces les digo que son muchos para una sola chica, que llamen a otra”, refiere. Trata de cuidarlas siempre, pero ella tiene sus favoritas. “Hay dos que bailan súper bien, así que cuando los clientes me piden que les sugiera una con un perreo salvaje, yo las llamo”, narra.
Algo que la sorprende es que hoy no solo son los hombres quienes aplauden en el show. “Vienen en parejas y arman tremenda fiesta. Hasta me piden que me quede”.
Dicen que madre solo hay una. Pero en este cabaré, las seis que han asumido ese papel, y que son las ‘guardianas’ de las trabajadoras sexuales, llevan una aureola que brilla en medio de luces, tacones y condones. Un punto para ellas, pero no en la cama, sino en el cielo.
El ‘papi’ de las nenas es estricto
Hace 9 años, Jhon Fernández llegó al club nocturno a trabajar en publicidad. “Mi mamá casi se muere y eso que solo repartía volantes en la calle. Ni siquiera tenía que entrar”, confiesa. Hoy es el ‘papi’ de las nenas. Ese que está encargado de que todo funcione a la perfección. “Soy serio. Bien estricto y disciplinado”, explica.
Cuando las chicas llegan tarde, las regaña. Es como un trabajo normal y ellas tienen horarios que cumplir, añade.
Toparse con panas, vecinos y hasta tíos y primos en ese lugar era tan común para él que ahora hasta los invita. “A un tío siempre lo traigo. Lo que más me gusta de este trabajo es que yo me estreso para que el resto se desestrese y salga feliz”.
De amores con las chicas prefiere ni pensarlo. Una vez se enamoró de una y no terminó tan bien.
Se come en crudo y en cocinado
Ni su familia ni sus amigos saben que Carlos trabaja como chef en un night club. Él es el encargado de consentir a las trabajadoras sexuales y uno de los rostros escondidos del cabaré.
Aunque no en la misma forma que las muchachas, el experto culinario da placer a los comensales. “Estamos pensando en agregar al menú postres, van muy bien con el ambiente”, asegura. Carolina Cali es la cabeza detrás de ese lugar. “Todos comen. En crudo y en cocinado”, bromea. Hasta las chicas aprovechan para cenar. Como muchas son extranjeras, las arepas y la salsa guasacaca (de aguacate) no falta en sus mesas. Los platillos que les invitan los clientes, algunas de las trabajadoras sexuales los guardan para llevar a sus hijos.