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Las madres 'coraje' que buscan justicia por el femicidio de sus hijas
25 mujeres se sostienen en la lucha por conseguir justicia. Tienen algo en común: sus hijas fueron víctimas de femicidio.
En el último plantón –afuera del hotel Hilton Colón de Quito– les dijeron que no podían estar ahí. Las fotos de sus hijas “afeaban el entorno”. Ellas, madres de víctimas de femicidio, decidieron seguir gritando para pedir celeridad a la Fiscalía en sus procesos judiciales.
La vida de las 25 mujeres que conforman la Fundación Madres Coraje cambió irremediablemente el día que mataron a sus hijas. Los días transcurren entre audiencias, llamadas a abogados, plantones, viajes a la capital, reuniones en la Asamblea Nacional. Algunas, incluso, retomando la maternidad con sus nietos.
(Lea también: Guayaquil: Dos mujeres fueron secuestradas, una apareció muerta )
Anabel Campos, quien lidera el colectivo, se hizo cargo de su nieto de nueve años desde el 8 de octubre de 2019, cuando su yerno asesinó a su hija Valeria, de 24 años. Su cuerpo fue hallado en el sector La Ladrillera de Flor de Bastión, en el noroeste de Guayaquil. El principal sospechoso es Jean Paúl Galarza Pisco.
Valeria y Jean Paúl llegaron desde España a Guayaquil esa madrugada. Según Anabel, afuera del aeropuerto José Joaquín de Olmedo tomaron un taxi y luego de unos minutos fueron interceptados por otro carro del que se bajaron unos sujetos y se la llevaron, en un supuesto secuestro.
Después se estableció que Jean Paúl habría sido quien organizó todo para acabar con Valeria. “El niño sabe que papá mató a mamá”, dice Anabel.
En diez años, desde la tipificación del femicidio en Ecuador, se han registrado 1.698 de estos delitos. De las víctimas, 108 eran madres y al menos 187 niños quedaron en la orfandad, según las cifras recopiladas por la fundación Aldea.
Andresito (nombre protegido) es uno de los pequeños de esa estadística. Esta realidad no ha sido fácil de sobrellevar, hasta hoy, dice Anabel, su nieto no ha podido dormir solo. “Dice que se queda conmigo para cuidarme, tiene miedo de que me pase algo”, relata la mujer de 60 años.
Nuevas maternidades
La abuelita tuvo que volver a trabajar vendiendo comida para sostener la educación del niño, pero sobre todo el tratamiento psicológico que ha necesitado durante todo este tiempo. “Él creció, además, en medio de agresiones. Ese hombre me maltrataba a mi niña”, asevera mientras acomoda los zapatos de fútbol de su nieto.
Su rutina cambió totalmente. “Yo ya tenía a mis hijos grandes, no tenía mayores responsabilidades y trabajaba para lo que necesitaba nomás”, cuenta.
Su día empieza antes de las 07:00. Despierta al niño, le prepara el desayuno y lo lleva a la escuela. Hasta las 13:00 que sale de clases, Anabel ya prepara el almuerzo y enseguida lo lleva a sus prácticas de fútbol. Allí sobre la cancha, ella ve a Andresito con amor, aunque la tristeza no se calla jamás. “Antes de esto yo no sabía de lutos. La crianza tampoco es como antes, ellos (los niños) son más sensibles”, comenta.
Explica que el muchacho “debe mantenerse ocupado para quemar energías y, sobre todo, para manejar los pensamientos intrusivos”.
Pero esta rutina muchas veces se ve alterada por la lucha que también lleva sobre sus hombros: lograr que el asesino de su hija sea sentenciado. Esta semana el caso tuvo algunos reveses: Galarza ya no está bajo custodia de la justicia alemana -a donde huyó - y fue liberado tras una audiencia. “Esto pasó porque desde Ecuador no se enviaron las garantías de seguridad que requirieron las autoridades para la extradición del femicida”, dice.
Por eso, algunas de sus compañeras madres estuvieron junto a ella protestando. Su ‘arma: las fotos de las víctimas de femicidio, música y sus voces.
Acompañarse
Estas mujeres se conocieron en las diferentes marchas. Ahora están pendientes de cada uno de los procesos. Se llaman por teléfono para contarse las novedades de las audiencias. Lloran juntas. Para Narciza Colcha, la organización ha sido fundamental para no dejar que su caso muera. “Yo sentía que no podía más, pero nos sostenemos”, dice.
Yadira, otra madre, está segura de que gracias a que han presionado a las autoridades de manera colectiva se han conseguido avances en los procesos. “No es lo mismo que nos vean solas a que nos vean en grupo y fuertes. Además, nadie más sabe lo que se siente que le maten a una hija”, finaliza.
Otras historias
“Ya no soy la misma”
El 19 de marzo, la Asamblea Nacional aprobó que se solicite declarar en emergencia el sistema contra la violencia a las mujeres. Las 'Madres Coraje' estuvieron presentes desde varias provincias del país para presionar la moción.
Narciza Colcha viajó desde Machala, provincia de El Oro. Cree que este tipo de acciones harán que la justicia sea más breve en sancionar a los femicidas. En este caso es la pareja de su hija Mishel Miranda, de 23 años, quien se graduó en medicina. Ella no tuvo que hacerse cargo de ningún nieto, pero nada ha sido fácil.
“Mi hija fue asesinada por Bryan Ariel Pulla Bustamante, el 12 de junio de 2022, en el departamento de este hombre. Desde entonces está libre, le dieron medidas sustitutivas”, dice.
Su peregrinaje no para. Ella también se puso como meta que la justicia juzgue a Pulla por el femicidio de Mishel, quien migró de Pasaje, en El Oro, a Guayaquil, donde conoció a su pareja. Llevaban cuatro años de relación. “A mí nunca me gustó ese hombre, porque nunca se presentó con la familia. Esa última noche le rogué que no saliera con él”, lamenta.
Desde hace un año y nueve meses, Narciza no puede dormir bien, ha bajado de peso notablemente. “Por lo menos tres tallas de ropa. Ya no soy la misma. Tampoco estoy en mi casa con mi esposo porque debo seguir con el proceso”, explica.
Cuando la llamaron ese 12 junio, primero le dijeron que su hija tuvo un accidente, luego supo que lo que había pasado es que su pareja la mató a golpes. “Era irreconocible. No puedo sacarme de la mente esa imagen”.
"Nunca hubo reparación integral"
Angie Carrillo, de 19 años, desapareció el 28 de enero de 2014 en Riobamba. En esa ciudad vivía con su madre Yadira Labanda y allí también estudiaba medicina en una universidad pública. Desde ese día, Yadira no pudo estar en paz. Nunca más.
Renunció a su trabajo. Todos los días se iba a la Fiscalía muy temprano para saber si había avances en la localización de su hija. Pasaron dos años y medio cuando el exnovio de la joven confesó dónde había dejado el cadáver. “La encontré en la forma más indigna, en una quebrada de Carcelén, en Quito”, recuerda sin poder evitar que los ojos se le llenen de lágrimas.
En su caso, la sentencia de 26 años llegó, pero gracias a que estuvo de juzgado en juzgado, sin descuidar una sola de las diligencias, enfrentando los recursos de apelación de la defensa del asesino, la casación... De Riobamba se mudó a Quito, en cuanto salió la sentencia volvió a Lago Agrio, provincia de Sucumbíos, su ciudad natal.
Sin embargo, la lucha no ha terminado, a pesar de que se estableció que haya una reparación integral de 22.000 dólares, eso no se ha cumplido. “Nadie hace seguimiento de eso. Nadie nos reconoce lo que hemos gastado en el proceso, en terapias psicológicas. El Estado no provee de buenos profesionales que nos ayuden”, reclama.
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