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El hallazgo se hizo en el barrio San Juanito, en Píntag, cerca de una quebrada.Cortesía

Le negaron el calor de un hogar

Una bebé fue abandonada en una quebrada de Píntag, parroquia al suroriente de Quito. Una de las mujeres que la ayudaron quería adoptarla.

María Catagña estaba decidida. Quería convertirse en la madre de la bebé que abandonaron en una quebrada cercana a su casa, en el barrio San Juanito, en Píntag, parroquia al suroriente de la capital, la tarde del jueves.

“Yo quería hacerme cargo del cuidado de la bebé. La hubiera llamado Clarita Milagros”, lamentaba sin dejar de llorar. La mañana de ayer, la mujer, de 59 años, contó que su hija fue a decirle del hallazgo de una recién nacida.

Ese día, María reposaba en la cama porque le dolía el estómago. Pero con la noticia, se puso de pie rápidamente.

Alrededor de las 17:00, su yerno se había detenido en el filo de la quebrada. En ese instante escuchó un llanto. “Yo le decía que se equivocó. Que posiblemente eran gatos”, rememoró la mujer.

El hombre descendió y se topó con un saquillo de yute. Al abrirlo, notó que había otra funda y adentro estaba un bulto que se movía.

María Catagña (de negro) quería adoptarla sin importarle lo que dijeran sus parientesAngelo Chamba

Era una niña. De su ombligo todavía colgaba el cordón umbilical. Eso les hizo presumir que el nacimiento se produjo pocas horas antes. No dudó en sacarla del potrero.

El desconsuelo

La hija de María llamó al ECU-911. Desde allí se coordinó con los agentes de Policía de Píntag para que fueran al sitio. Entretanto, la noticia se regaba por todo el sector.

María estaba inquieta. No podía ir donde la niña porque tiene un problema en sus piernas. Se las fracturó años antes debido a una caída.

Pero estaba atenta a lo que se necesitara. “Tenía a la mano una cobija. Cuando mi hija vino nuevamente, se la envié”.

La bebita se estaba poniendo morada. Por lo visto, tenía frío debido a la llovizna que caía alrededor de las 17:30.

A esa hora los agentes llegaron. Casi al mismo tiempo también acudió Rosa Catagña, hermana de María, quien estaba pendiente de las instrucciones que daban los operadores del 911. “Lo primero que dijeron es que debíamos abrigarla. Lo hicimos luego de limpiarla”.

La siguiente indicación fue cortarle el cordón umbilical. Para eso fueron, otra vez, a la casa de María a pedirle una tijera y un hilo (para el torniquete).

Rosa midió con cuatro dedos de su mano la cantidad que debía cortar. La operación duró pocos minutos. La bebé había dejado de llorar.

“Se me partía el corazón viendo todo esto. Recordé a mis dos hijos, que son el regalo que Dios me dio”, contó Rosa parada junto a María.

Para el traslado a un centro médico se pidió la ayuda de una ambulancia. Tenían que atenderla para que no tuviera hipotermia.

Ambas mujeres no pudieron dormir. Les angustiaba todo lo que vivieron. Pero María quedó desconsolada al mirar que en aquella ambulancia se iba la ilusión de convertirse en madre de una niña ajena.