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Jóvenes entre 18 y 22 años se fueron 'motivados' al cuartel
La fila de chicos junto a sus padres llegaba a la esquina de la calle Sufragio Libre. Madres, tías y hasta novias se mostraron tristes por su partida
En su barrio, una de las cooperativas del Guasmo sur en Guayaquil, lo tenían como el peor de la familia, pero Aarón Apolinario decidió ‘acuartelarse’ para “darle en la boca” a los que lo criticaban.
El muchacho, de 18 años, fue uno de los que decidió acudir ayer a la Base de Movilización Guayaquil, en La Atarazana, para poner su “vida al bien de la patria” en la primera llamada del servicio militar voluntario en el país.
A sus siete años le prometió a su mamá hacerla sentir orgullosa de él y piensa que esta decisión es el primer paso para cumplirle aquel voto.
Lo que Aarón no sabía hasta ese momento es que el teniente Marco Flores, su posible comandante de grupo, lo podría castigar todos los días de 21:30 a 22:00 si es que uno de sus compañeros incumple con las disposiciones de los superiores. También desconocía el tiempo que Adriana, su enamorada, lo tendrá que esperar.
“Ellos estarán durante un año en Shushufindi, Lago Agrio, o El Coca”, aseguró el teniente.
Apolinario afirma que no tendrá problema con las actividades porque lo hace por vocación. “Si me va bien en esto me dedicaré a ser militar o si no, me meteré en la Policía. Pero de que me meto en algo, me meto”, expresó entre risas el joven.
En cambio, Douglas, de 19 años, dice que ya ha aguantado bastante ‘garrote’ en la calle y que lo que soporte en el tiempo dentro del cuartel no será nada. “Hasta mi mamá me dijo que venga a que me den palo nomás”, confesó el chico oriundo de Atacames y continuó con “y si no me pegan mucho, me quedo dentro”.
Sin embargo, su ‘plan B’, por si no es apto para estar en las filas del Ejército, es “dedicarse a la delincuencia”, porque “qué más toca”. Dijo que no prefiere estudiar porque nunca le gustó hacerlo. Por esta razón no terminó sus estudios secundarios.
Escogió venir a Guayaquil, con nueve horas de viaje, porque cree que si se iba a Quito, que está a tres horas menos, “le iban a hacer bullying” por el acento.
Douglas fue el “único valiente” de su grupo de amigos, porque estuvo dispuesto a los sacrificios que dice que se hacen. “Estaban que se morían de miedo”, describió sobre sus ‘panas’.
Otros, como Gabriel Chango, lo hicieron por lo económico.
“Sé que para dar un solo paso necesito dinero. Por eso me vine”, planteó. Él fue uno de los cuatro jóvenes que se vieron obligados a quitarse aparatos de ortodoncia, porque representan un peligro para su salud.
“Si se llegan a caer o reciben un golpe se pueden causar una lesión grave y ellos no tienen atención médica inmediata. Esta regla debería ser comunicada a los chicos que vienen”, aseguró la odontóloga Paulina Proaño, encargada de realizar la revisión dental de los postulantes.
No obstante, el chico se quejó porque le tocó ‘arrancárselos’ con un cortaúñas y recién tenían dos meses puestos. “Gasté la plata por gusto, pero me tocó”, manifestó Gabriel con ironía.
Como Gabriel, Douglas y Aarón había más de 200 varones entre 18 y 22 años que hacían fila para ser revisados. Entre ellos, unos lloraban junto a sus familiares, otros se comían las uñas de los nervios y cuatro más llegaron con maletas de madera para mantener la tradición.
Ejemplo de esto es Nick Hidalgo, quien llegó de Manta con un equipaje parecido a un baúl que lo protegía con candados. “Esto se lo dio mi tatarabuelo a mi abuelo y él me lo dio a mí”, contó el chico.
Los primeros 44 jóvenes que pasaron todas las pruebas salieron a las 12:30 de las instalaciones en la avenida Democracia, para emprender 17 horas de viaje hacia Shushufindi, cantón de Sucumbíos.