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Insólita ceremonia: Joven ecuatoriana se casa con su novio fallecido en un emotivo funeral
La tradición en este sector de Cayambe dicta que un hombre no puede morir soltero. Le contamos los detalles de este matrimonio simbólico
El amor de José Luis Gualavisi y su novia Jennifer Quilumba desafió a la muerte. La joven juró quererlo el resto de sus días hasta cuando Dios se la lleve junto a su amado.
José Luis, de 29 años, murió luego de 13 meses de sufrir por una agónica herida provocada en un robo, en el norte de Quito. Fue enterrado en el cementerio de Cangahua, Cayambe, la tarde de este 22 de octubre, pero antes de hacerlo, la pareja contrajo matrimonio durante el funeral.
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“Los preparativos son igual que en una boda tradicional. Los padrinos del bautizo de mi hijo fueron los mismos para el matrimonio. Ellos compraron los anillos e hicieron el pedido de la mano a los padres de la joven”, relató María Teresa Imbaquingo, madre del fallecido.
Las nupcias se celebraron un día antes del sepelio porque la tradición en Cangahua dicta que si un hombre soltero fallece, tiene que casarse con su pareja previo a ir al sepulcro. Si no la tiene, en su lugar se consiguen dos palomas blancas para que, al momento del velorio, se las haga volar. “Así se limpia el alma del difunto”, prosiguió Rosa Gualavisi, hermana de José Luis.
La boda durante el funeral
Pero este habitante, al que le encantaba la danza folclórica y el fútbol, gozaba del amor de Jennifer, de quien se ‘flechó’ 13 años antes. “Siempre nos apoyamos y desde que quedó así (herido) le di todo lo mejor de mí para que él estuviera bien”, recordó la joven.
Por eso, en el lecho fúnebre, Jennifer no dudó en dar el sí a los padrinos del novio fallecido que hablaron por él. La tarde del 21 de octubre se escogió para unir en matrimonio a la joven pareja.
Un adulto mayor de la comunidad y conocedor de este tipo de ceremonias llegó al velorio para inmortalizar este amor en aquel matrimonio simbólico. Jennifer se paró a un lado del féretro, cuya tapa abierta dejaba ver a José Luis vestido con un traje negro y camisa blanca.
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Su rostro delgado era la evidencia del sufrimiento que cargó consigo desde septiembre del año pasado, cuando una bala le destrozó los intestinos.
Como parte del tratamiento, sus entrañas salían de su abdomen y solo eran sostenidas por una funda quirúrgica especial. Alrededor de la pareja se ubicaron los parientes de ambos que estaban expectantes a la singular boda. El ‘sacerdote’ también se colocó de tal forma que podía tomar de las manos a Jennifer y también a José Luis.
Los murmullos invadían el velorio y el hombre pidió que le entregaran dos rosarios blancos. Luego frotó uno de ellos sobre Jennifer para después ponerlo en el pecho inerte de José Luis. Lo mismo hizo con el rosario que era para la novia, quien dobló su cabeza para recibir esta suerte de bendición.
El compromiso nupcial de la pareja en Cangahua
El ‘curita’ les dijo a los padrinos que le dieran los anillos y le pidió a la novia que sostuviera los fríos dedos de su pareja. Así lo hizo y al tiempo tomaba la mano izquierda de José Luis para colocarle el aro en su anular.
“Te amo y te llevo en mi corazón. Al lado tuyo aprendí muchas cosas y siempre te tendré presente en mi vida”, juró la joven mientras lloraba. A su dolor lo acompañaron los gemidos de los demás dolientes que rompieron el tenue silencio luctuoso.
En ese momento, el habitante que ofició la boda cogió el otro anillo y lo puso en el anular derecho de Jennifer que contuvo su llanto. Uno de los presentes entregó tres rosas, una blanca y dos amarillas, para colocarlas dentro del féretro. Al final, la pareja fue enlazada con una sábana blanca como en los matrimonios en una iglesia.
La triste despedida en el cementerio de Cangahua
El matrimonio terminó y los allegados arrojaron pétalos blancos. Sin embargo, no hubo alegría ni risas sino más dolor al saber que la pareja nunca podrá estar junta.
Horas antes del sepelio, los más cercanos se reunieron alrededor del féretro para honrarlo. “Le hacemos oraciones y lo preparamos para llevarlo a la iglesia (de Cangahua)”, explicó Rosa Gualavisi.
Una vez que los rezos terminaron, cuatro hombres tomaron el féretro que estaba cubierto con el equipo de fútbol en el que jugaba José Luis y lo cargaron para recorrer las calles de Cangahua. Detrás del cortejo caminaban los dolientes, entre ellas Jennifer y los parientes del difunto.
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En el templo de la comunidad se ofició una misa para el novio cuyo ataúd quedó de frente a un Cristo crucificado. La gente lloraba y cuando el padre dio la bendición final, partieron hacia el camposanto donde ‘aguardaba’ el nicho de José Luis.
En menos de 15 minutos, la gente se había agolpado alrededor de la tumba abierta en la tierra para darle el último adiós a su vecino que hizo su vida, desde muy niño, en Quito. Antes de depositarlo en el hueco, su madre y hermanos se acercaban, uno a uno, para decirle adiós a José Luis con la tristeza a cuestas.
Cuatro chalinas de lana sirvieron como sogas para amarrar los costados del féretro. Los hombres lo bajaron con cuidado y cuando estuvo acomodado, Jennifer bajó, se hincó sobre la caja mortuoria y con este pequeño acto le dijo “¡adiós, amor mío!”, acabando así esta triste despedida en la última morada de José Luis.
Los regalos a José Luis Gualavisi
Luis Enrique Gualavisi es uno de los padrinos de José Luis, tanto en el bautizo como en el matrimonio simbólico. Él contó a EXTRA su satisfacción de haber ayudado al difunto a cruzar el umbral de la muerte. “Su alma irá limpia al cielo luego de este acto”.
Pero este habitante que perdió la vida no solo tuvo que casarse para estar en paz, sino que sus parientes le dieron diversas ofrendas. “Es una costumbre que tenemos en Cangahua y le damos golosinas, le ponemos monedas y hasta huevitos para que pueda alimentarse”, refirió la mamá de José Luis.
Aunque lo más valioso que se lleva José Luis es el anillo de matrimonio que fue sepultado con él. Ese símbolo hará que en la otra vida no purgue por alguna pena.
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